Detrás del discurso romantizado de la maternidad se esconde una realidad que pocas veces se verbaliza: el impacto que tiene en la salud mental de las mujeres. En México, según la última Encuesta Nacional de Salud y Nutrición, el 31.7% de las madres han experimentado depresión posparto, una cifra que evidencia la vulnerabilidad psíquica que acompaña esta etapa.
Este trastorno, caracterizado por sentimientos intensos de tristeza, vacío y desesperanza tras el parto, se normaliza bajo la expectativa de que las madres deben sobreponerse a cualquier adversidad por amor a sus hijos.
La Organización Mundial de la Salud señala que cerca del 10% de las embarazadas y el 13% de las mujeres que acaban de dar a luz padecen algún trastorno mental como depresión o ansiedad, condiciones que, sin tratamiento adecuado, pueden prolongarse e intensificarse. En países de ingresos bajos y medios como México, estas cifras pueden ser mucho mayores debido al subregistro y la falta de atención especializada.
La ansiedad materna, manifestada en preocupaciones excesivas sobre la salud y bienestar del bebé, temores irracionales o crisis de angustia, afecta al 15% de las madres, según estudios del Instituto Nacional de Perinatología.
Por otra parte, el burnout parental, concepto que describe el agotamiento físico y emocional extremo relacionado con el rol de ser madre o padre, es otra condición que apenas comienza a reconocerse. Según la Asociación Internacional para el Estudio del Burnout Parental, entre el 5 y el 8% de madres lo padecen en su forma más severa, caracterizada por distanciamiento emocional de los hijos, sensación de ineficacia y pérdida de satisfacción en el rol. En México, país en el que la Encuesta Nacional sobre Uso del Tiempo evidencia que las mujeres dedican en promedio 39.7 horas semanales al trabajo de cuidados no remunerado frente a 15.2 horas de los hombres, el terreno es fértil para este trastorno.
Así, la carga mental que implica la maternidad resulta invisible ante una sociedad que la naturaliza como “instinto femenino”. La Organización Panamericana de la Salud ha documentado que en México, tanto en zonas urbanas como rurales, 38.7% y 38.6% de las madres respectivamente presentan síntomas depresivos significativos. Esta paridad geográfica demuestra que el problema trasciende estratos socioeconómicos y culturales, arraigándose en la estructura misma de cómo concebimos la maternidad, tal como señala el reporte “¡Madre mía!”, publicado este mayo por Ola Violeta AC.
La llamada “doble jornada”, concepto acuñado por la socióloga Arlie Russell Hochschild, se traduce en México en cifras contundentes: la Encuesta Nacional para el Sistema de Cuidados de 2022 revela que el 87.6% de las mujeres entre 15 y 60 años con hijos menores son las principales responsables de su cuidado. Esta realidad, lejos de reconocerse como trabajo, se asume como obligación natural, privando a millones de mujeres de tiempo para sí mismas, fundamental para la salud mental.
El panorama se agrava si se considera que solo 2 de cada 10 mujeres que padecen trastornos relacionados con la maternidad reciben algún tipo de atención profesional, de acuerdo con el Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente. La vergüenza, el estigma y la normalización del sufrimiento materno actúan como barreras invisibles que impiden buscar ayuda.
Frente a esto, resulta urgente desmitificar la maternidad perfecta y construir políticas públicas que reconozcan su complejidad emocional. Países como Finlandia han implementado programas exitosos de detección temprana de depresión posparto, reduciendo su existencia del 28 al 13% en una década, según reportes del Ministerio de Salud y Bienestar finlandés. En Latinoamérica, Uruguay ha dado pasos importantes al incluir evaluaciones de salud mental en los controles posparto obligatorios, reconociendo que el bienestar psíquico materno es tan crucial como el físico.
La salud mental de las madres no es un tema individual sino colectivo. Visibilizar sus experiencias difíciles no significa desalentar la maternidad, sino humanizarla. Solo así podremos avanzar hacia un modelo donde ser madre no implique sacrificar el bienestar mental, donde pedir ayuda no sea sinónimo de fracaso y donde el cuidado se distribuya con justicia. Porque celebrar verdaderamente a las madres implica primero reconocer su humanidad imperfecta, sus necesidades legítimas y su derecho fundamental a existir más allá de la maternidad misma.
@MaElenaEsparza