Para Azucena Uresti y los periodistas que son señalados

Los libros mueren cuando nadie los abre y los lee. Los libros mueren cuando hace años dejamos de hojearlos, de beberse sus letras y hacerlo compañero inseparable por días o semanas. Cuando quedan abandonados en los libreros o terminan como adornos en los hogares o en las oficinas.

Adornos que se convierten en objetos sin vida y distantes de quienes ahí habitan. Adornos silenciosos que terminan incluso por estorbar. Libros que estorban porque nadie los lee o a nadie le importan. Libros que estorban porque ya no hay espacio para seguirlos guardando, pese a que fueron comprados para los estudios de nuestros hijos, que por un lado ya no viven en la misma casa, o por otro, ya no acostumbran a leer en papel sino digital.

Hemos escuchado y leído cifras que dan cuenta de que México es un país de pocos lectores, y sin desestimar esta realidad y desafío, vale la pena preguntarnos, ¿qué pasaría si esos libros muertos pudiesen llegar a manos de quienes nunca han podido tener uno?

¿Qué pasaría con ese libro olvidado y cerrado por años, si de pronto cobrara vida en las manos y en los ojos de una niña o niño que están descubriendo sus mundos?, ¿qué sucedería en manos de adolescentes que por algunas horas dejaran sus celulares para conocer un apasionante texto que lo atrape por unas horas?

¿Qué pasará con quienes puedan dejar horas de soledad o un cotidiano ambiente hostil, para irse lejos a mundos en donde nadie les moleste, en donde esos personajes que va descubriendo lo acompañen para romper silencios que abruman sus vidas?

No quiero olvidar jamás cuando en una visita, ya hace un par de décadas, a una zona con grandes carencias, en donde nos dimos a la tarea de llevar servicios y construir espacios públicos para las familias, tuve el privilegio de estar acompañada por mi tan querido Germán Dehesa, a quien tanto y cada día más extraño. Recuerdo que la obscuridad empezaba a cubrir esas “casas” de cartón, que empezamos a despedirnos de quienes nos habían acompañado y les animaba saber que finalmente tendrían esos servicios básicos indispensables a los que tenían derecho.

Cuando estábamos por subirnos a los vehículos, un niño de no más de 10 años empezó a correr tras Germán, lo recuerdo metiendo sus manos a las bolsas de su chamarra diciéndome: “no tengo nada que darle, ni siquiera un dulce”, entonces el niño jaló de su chamarra y le dijo: “oye, quiero un libro, ¿me das uno?” Era una petición que no hubiésemos imaginado en ese momento, pero ahí estaba, un pequeño pidiendo un libro, que seguramente, está sin vida en algún rincón olvidado.

Así como hay miles de libros muertos, a los que se ignora también, hay miles de niños y niñas que quieren tener uno en sus manos, y que por muchas razones, nunca han podido oler, a eso único que huelen los libros, o no han podido hojear y llevarse consigo ese compañero siempre leal, presente y paciente, que nos aguarda sin reclamos para volver a abrir sus páginas.

Detengámonos por unos minutos tan sólo para reconocer si a nuestro alrededor hay libros muertos aguardando las manos, el interés, la pasión, el anhelo y el tiempo de muchos más que volverán a darles vida y resucitarlos de los libreros.

Una comunidad con libros en sus manos tendrá más capacidad para construir paz e imaginar mundos que esa inmediatez de las pantallas impiden. Cada libro que cobra vida es una oportunidad única para acercarnos a quienes no conocemos y seguramente no veremos jamás, pues a través de ese libro compartiremos una misma historia, acariciaremos sus páginas o lo leeremos como algún día lo hicimos.

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Comentarios