Las iglesias han sido históricamente el espacio de reunión de las comunidades, hace muchos años eran el contexto societal de muchos de nuestros antepasados. Hasta los años sesenta del siglo pasado tenía ese carácter y lo ha ido perdiendo cómo resultado de la complejidad de la vida urbana. En el caso europeo no podemos olvidar el impacto de la destrucción de la Guerra Española y la Segunda Guerra Mundial, donde las iglesias tuvieron un involucramiento cuyo impacto no ha sido adecuadamente estudiado.

La Iglesia Católica celebró el Concilio Vaticano II donde propuso abandonar el latín como lengua litúrgica, emplear las lenguas nacionales, a la vez que retomaba el sentido de eklesia como asamblea y el sacerdote tuvo que “mirar” a sus feligreses y no darle la espalda. Muchos sacerdotes y episcopados tradicionalistas no estuvieron de acuerdo y hasta ahora boicotean los acuerdos del Concilio.

En América Latina los sacerdotes no perdieron sus perspectivas clericales, que marcan una clara distancia con sus “ovejas” y mantienen una “distancia estructural”. En el mundo evangélico la noción de comunidad estuvo y está vigente desde hace mucho tiempo marcando una clara diferencia organizacional. Los pastores en muchos casos son originarios de las mismas comunidades y pueden expresarse en las lenguas locales. Por lo contrario, los curas son en muchos casos nacidos en otras regiones o países y en muchos casos no conocen las costumbres locales.

En gran parte el éxito y el crecimiento de los evangélicos está dado por la posibilidad de establecer diálogos constructivos con la feligresía en torno a la comprensión de sus problemas, además del establecimiento de una perspectiva de “servicio y solidaridad”, esto es muy importante en países donde los procesos migratorios nacionales e internacionales llevan a que se deterioren los lazos con la familia y las redes de amigos tradicionales. Es interesante mencionar el éxito que tuvieron en su momento las comunidades eclesiales de base y los movimientos carismáticos en la Iglesia Católica.

En el mundo católico estas “innovaciones” asustaron a sacerdotes y obispos quienes se sintieron cuestionados por laicos que tenían en su momento liderazgos y carismas que cuestionaban la comodidad de sus liderazgos tradicionales basados en criterios institucionales y no en la capacidad de aplicar sus propias capacidades. No pocas iglesias evangélicas se formaron por laicos católicos que no encontraron en su iglesia de origen, la posibilidad de aportar sus capacidades espirituales a la comunidad.

El crecimiento del mundo evangélico dio lugar a la construcción de nuevos liderazgos, con estructuras más diversas y roles que abren más posibilidades de expresión de carismas y formas de espiritualidad, como los músicos y cantantes cristianos o los conferencistas, quienes adquieren prestigio por sus capacidades. La apertura de los medios de comunicación abrió nuevos espacios y posibilidades, a la vez que generaron nuevos problemas y conflictos.

Hubo pastores y sacerdotes que tuvieron capacidad para transmitir sus carismas por los medios, mientras que otros no pudieron adaptarse a la construcción de los mensajes por medios digitales y audiovisuales, generando así nuevos problemas de liderazgo, control, prestigio y poder. También reformularon las formas de relacionarse entre creyentes “de a pie” y líderes religiosos.

El creyente puede explorar en los medios digitales nuevas formas de vida espiritual, conocer otros especialistas religiosos, entender y conocer nuevas propuestas, además de comparar entre sus experiencias más cercanas y los nuevos horizontes de las creencias religiosas. Esto planteó nuevos desafíos para las iglesias. Después de la pandemia disminuyó la asistencia a los templos, pero no por ello bajaron las angustias y preocupaciones existenciales en la sociedad. Prueba de ello son los incrementos de la violencia y las tasas de suicidios entre los jóvenes y adolescentes, la drogadicción y otros elementos que acreditan y permiten diagnosticar que hay problemas existenciales serios.

Estas situaciones son un desafío para todos y cada uno de los miembros de las sociedades contemporáneas, la construcción de nuevas formas de respeto, convivencia y organización social incluyentes y generosas con los otros y consigo mismo. No perdamos tiempo en asignar responsabilidades, pensemos en que fallamos y tratemos de entender en que podemos aportar a la construcción y reconstrucción de nuestras sociedades.

Docto en antropología, profesor investigador emérito ENAH-INAH

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