Escondido en la calle Jesús Carranza, conocida como la más peligrosa de Tepito, se encuentra un refugio para la . Se trata del espacio de educación comunitaria Pilares Equidad, en el corazón del Barrio Bravo, ubicado como uno de los sectores más violentos de México. A su alrededor se observan chelerías, bocinas que revientan, comercio ambulante, productos legales y piratería, trasnochados y vendedores de metanfetaminas.

Los habitantes de Tepito, en la colonia Morelos, conocen su realidad y su estigma. Los jóvenes saben del deseo permanente de las estructuras criminales por reclutarlos en sus filas, pero muchos también han opuesto resistencia.

En la colonia Morelos hay cuatro mil 279 personas que tienen de 15 a 29 años de edad, según el Censo 2020 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).

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En agosto de 2024 hablamos con mujeres y hombres jóvenes que fueron invitados a Pilares Equidad para conocer, desde su propia voz y criterio, las razones que llevan a la desaparición y el asesinato de sus generaciones en México, tragedia que expertos en violencias han calificado ya de juvenicidio.

Este sitio se creó para darle un espacio a las juventudes. Alguna vez fue un parque que se convirtió en referencia de autodestrucción y la comunidad lo recuperó. Después se convirtió en uno de los Puntos de Innovación, Libertad, Arte, Educación y Saberes (Pilares), programa gubernamental enfocado en zonas de alta marginación.

Desde 2006, cuando inició la llamada guerra contra el narco, en este país matan o desaparecen, en promedio, a 46 jóvenes cada día.

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“Resistimos a la violencia estructural”

“Es una maravilla vivir aquí… mucho ruidero, muchas groserías y estar alocado”, cuenta Salomón, de 16 años, después de hornear un pastel en la clase de panadería. Su sueño es tener un restaurante con una estrella Michelín.

Salomón cree que una de las razones de que la violencia en el país es tan grande es que “desde pequeño la familia te puede decir groserías, pegar, hasta matarte”.

En este centro hay clases de cocina, gastronomía y panadería, electricidad y carpintería, una cabina de radio, baile y deportes.

“Por cualquier medio necesario combatimos y resistimos a la violencia estructural”, dice Isaac Castillo, coordinador del sitio gubernamental, citando al activista afroamericano Malcolm X, cuyo retrato porta en la playera.

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La violencia estructural se refiere a las grandes desigualdades económicas que se traducen en otras violencias. “Cuando les damos estos conocimientos a los niños les sirve para transformar su realidad, y eso ya es otro elemento de resistencia a la violencia estructural, porque es ser conscientes de que no es natural ni normal, sino que es algo implantado de fuera”, explica Isaac.

Con menos de un metro 30 y delgado, Christian hace artes con el balón. A los 12 años tiene clara su carrera: ser futbolista profesional.

“Si tengo amigos de otros lados me van a empezar a decir que soy de Tepito, que no puedo estar con ellos, que soy malo, que les voy a robar, entonces por eso me gusta estar con los de mi lado”.

Una de las mayores violencias que viven los jóvenes entrevistados no surge al interior del barrio, sino afuera: la discriminación. De la dificultad por tener trabajo fuera del barrio, al permanente acoso policial.

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A las personas jóvenes entrevistadas les inquieta el uso que se hace de las redes sociales para el reclutamiento de hombres y de mujeres para el crimen organizado y la trata, así como la violencia de género.

“Los feminicidios ocurren principalmente desde la educación en casa… jamás enseñan que la igualdad vale”, dice Paola, de 16 años.

Para Isaac Castillo, la clave contra la violencia está en trabajar en la identidad. “Que los jóvenes descubran que ese proceso identitario no pasa necesariamente por hacerle caso a esta propaganda: que debes tener carros, mujeres, lujos; que tienes que ser malo”.

María porta con orgullo una gorra con el letrero de Tepito. Tiene 21 años y estudia derecho y criminología. “Vivir en Tepito es un orgullo, porque una vez me dijeron que me tenía que sentir avergonzada. Y me dijo mi tía: tú no tienes que avergonzarte de nada, ¿por qué? Porque somos comerciantes, vivimos al día, así que usted nunca agache la cabeza cuando digan: Tepito es malo”.

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Arte para resistir

A sus 15 años, Edmar se ha sometido a 13 cirugías porque nació con huesos de cristal, una enfermedad llamada osteogénesis imperfecta. Vestido con gorra de beisbol de Los Ángeles Dodgers y chamarra combinadas en azul rey, así como una cruz “para protegerse”, es una estrella de la fotografía. Ganó el Concurso de fotografía chida: muéstrame tu barrio. También ha expuesto en la galería José María Velasco, en Peralvillo, edita fotos, videos y diseña playeras. Desde su estilo de vestir, busca ser original, y el secreto de su arte es lograr “que esté centrada la foto, que se vea bien la luz, el balance de todo”. Lo aprendió en el taller Fotografitos de Tepito en el histórico Espacio Cultural Tepito, desde donde considera que le puede enseñar su barrio a otros jóvenes. Pero lo que más le gusta es que ahí lo respetan, le ayudan, lo cuidan y lo quieren.

El taller de fotografía para niños y adolescentes emergió de uno de los mayores crímenes cometidos en las últimas décadas contra la juventud en la Ciudad de México: el caso Heaven. En 2013, trece jóvenes mujeres y hombres tepiteños fueron víctimas de desaparición forzada en la Zona Rosa y, con esta iniciativa cultural, se buscó dar cobijo a las infancias huérfanas por la tragedia.

“Aspiramos a fungir como elemento de contrapeso ante la desfavorable influencia de factores de riesgo”, dice Mariana Iedany García, coordinadora del proyecto.

Su padre, Mario Puga, es fundador del Espacio Cultural Tepito, donde surgió el colectivo Tepito Arte Acá en los 70, movimiento artístico que reivindicó la historia del barrio. Hoy, las pinturas de los niños y jóvenes se extienden por todas las paredes de la antigua vecindad. “Derecho a estudiar y aprender”, se lee en una de ellas. Un entusiasta guía de diez años se apunta para explicar los murales que han pintado. El más grande, un planeta, muestra las dos caras del mundo, “si lo cuidamos o no”.

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Una cadena de buenos recuerdos

Juan usa cadenas de todos tamaños, incluyendo una pesada. “Mientras más larga la vida, tu cadena va a ser más larga. Un eslabón puede representar un recuerdo, por ejemplo a los cinco años jugando con los amigos futbol”, cuenta en una entrevista sobre un ring de box, en el patio central del Pilares Tepito-Morelos, ubicado a casi un kilómetro del Pilares Equidad.

De 29 años, Juan García Marmolejo está terminando la preparatoria. No pudo hacerla antes porque su mamá enfermó cuando era más joven y se dedicó a cuidarla; su padre, conductor de tráiler, tenía que trabajar. Es un asistente asiduo del centro, en donde hay computadoras para cursar la preparatoria o la universidad a distancia y asesorías para realizar el Comipems, concurso de la educación media superior.

Las ciberescuelas fueron el antecedente del proyecto Pilares, que ahora es uno de los principales programas sociales de la exjefa de gobierno de la Ciudad de México y presidenta electa, Claudia Sheinbaum. A estos centros se les han sumado actividades deportivas, artísticas y talleres de serigrafía, electricidad y textiles.

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De acuerdo con datos proporcionados por la institución, en lo que va de 2024 esta sede ha atendido a dos mil 377 personas, y la mitad tienen de 10 a 29 años.

Stephanie Juárez, trabajadora del lugar, explica que el mensaje que les envían es “te ofrecemos educación, cultura, deporte. Puede que allá te den otras cosas, pero de este lado está más padre”.

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