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En una pequeña lancha, Orfilia Rentería, Lucely y Adelaida Cuero arriban a un manglar. Lo primero que hacen es tomar unos maderos que se encuentran en el lugar, los colocan en una pequeña vasija y les prenden fuego para alejar a los mosquitos. Saltan entre las raíces de los árboles y con un machete en mano se abren camino hasta llegar a lo más profundo para pescar un molusco conocido como piangua. A su paso también recuperan la basura que llega desde el mar. Ellas son las “Las guardianas del manglar".
Desde que eran niñas, sus abuelas les enseñaron a pianguar, es decir, a pescar el molusco comestible que vive en las entrañas del manglar en Buenaventura, un distrito de Colombia, ubicado en Valle del Cauca, suroeste del país. Ahí, con sus propias manos escarban entre el lodo y las raíces. La docena tiene un precio de 1.53 dólares en el mercado, mientras que una libra de piangua, la unidad de peso del molusco, se vende entre 30 mil y 35 mil pesos colombianos, lo equivalente a menos de 8 dólares.
Adelaida le enseñó a pescar a su hija Lucely desde que tenía 10 años, al inicio la joven de 28 años llenaba las conchas de los cocos. Orfilia Rentería tiene aproximadamente 35 años trabajando como piangüera, su abuela la llevó para que aprendiera el oficio. Además de la pesca, a Orfilia, Adelaida y Lucely también las une su labor como recicladoras, junto con otras 120 personas forman parte de la organización “Las guardianas del manglar”, mujeres que se dedican a retirar los residuos que llegan a este ecosistema. Desde hace cinco años protegen el hábitat natural.
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“Nos pareció algo fácil y cómodo porque así como nosotros venimos a pianguar, así mismo encontramos sillas y material que se pueda reciclar como plástico en buen estado. Lo que casi nos sacamos dentro del manglar, porque a veces están sin tapa y están llenas de barro, son las botellas”, comenta Lucely Cuero mientras afianza su pie a una parte de la arena blanda.

Orfilia Rentería, una mujer de 49 años, recuerda que “Guardianas del manglar" comenzó como una iniciativa de María Teresa Sinisterra Buenaño, representante legal de la “Asociación de Gestores Ambientales del Pacífico” (Asogesampa), organización comprometida con la conservación del medio ambiente. “Es una estrategia que creamos en Asogesampa, buscando la forma de que ellas que viven y se alimentan del mar empezaran a cuidarlo porque son las más afectadas por la contaminación de los manglares. Este proyecto está formado por 101 mujeres, muchas de ellas cabezas del hogar, y 19 hombres”, explica Sinisterra Buenaño.
Lucely es una de las guardianas que es madre y una de las cabezas del hogar. Aunque su esposo también trabaja, el dinero no siempre rinde. La joven de 28 años debe mantener trabajos que le permitan estar al cuidado de sus cuatro hijos, es por ello que salir a pescar y ganar dinero extra con los materiales que recoge en el camino ha sido una gran alternativa para ella. “Mi hijo mayor sufre de epilepsia y me toca estar constantemente porque sus convulsiones son difíciles de manejar, la mayor parte del tiempo estoy en la casa. A veces cuando mi hermana no va a la universidad, me escapo y voy a pianguar y reciclar, pero en mi casa también vendo bolis o helados”, dice.
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Asogesampa es una asociación sin ánimo de lucro formada por recicladores que buscan dignificar y mejorar sus condiciones de vida en Buenaventura, una ciudad que ha sido afectada por la desigualdad social: el 49% de sus habitantes se sitúan en la pobreza, por otro lado el 41% ha percibido inseguridad alimentaria; es decir, “miembros del hogar que consumieron menos de tres comidas al día por falta de alimentos”, de acuerdo con información de La Cámara de Comercio Buenaventura, que afirma también que en 2023, esta comunidad presentó el 24.6% de niveles de desempleo en Colombia.
“Buenaventura no tenía recicladores, y ahora estamos formando recuperadores. El reciclaje se ha convertido en una fuente de empleo para esas personas que por su edad, discapacidad, o por ser mujeres cabeza de familia, han visto esa oportunidad de empleo en el reciclaje”, enfatiza María Teresa Sinisterra Buenaño.

La idea de construir esta organización nació cuando María Teresa y un grupo de pescadoras, jaiberas y piangüeras asistieron a recoger los desechos que llegaban a las playas. Durante esa actividad retiraron 45 toneladas de basura, un dato que conmocionó a la mujer de 49 años, pues no podía creer que todo eso estuviera coexistiendo en el mar junto con los animales y el ecosistema marino. Pasó meses informándose acerca del plástico y los microplásticos en el océano, tocó puertas, dio talleres de sensibilización en los barrios, hasta que coincidió con recicladores de Medellín, quienes le explicaron cuáles materiales se recuperan y cómo se hace. Poco a poco se fue gestando Asogesampa.
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“Las guardianas del manglar” es una de los proyectos que Asogesampa impulsa para fomentar el reciclaje en la región, mientras contribuye a la creación del tejido social. María Teresa explica que las mujeres que forman parte de esta estrategia han enfrentado situaciones de precariedad y violencia, incluso algunas han sido desplazadas de los sitios donde vivían y llegaron a Buenaventura.
Gran parte de las guardianas viven en casas palafíticas, hogares que se construyen sobre el mar, además son las jefas de su familia. María Teresa las describe como mujeres “berracas”. “Muchas de ellas no son estudiadas y la única actividad que realizaban para sobrevivir era pianguar o jaibar. Son mujeres que de pronto por vivir en esas zonas de alta vulnerabilidad, por ser pescadoras sentíamos que no creían ser capaces de realizar otro tipo de cosas. Se levantan muy temprano, muchas de ellas se van sin desayunar hacen su faena, aprovechan la marea, salen con menstruación, sin menstruación, algunas dan a luz muy rápido y no se alcanzan a cuidar; muchas de ellas tienen problemas de salud y siempre buscan salir adelante con sus familias”, describe la líder de Asogesampa.
Para Orfilia, Lucely y Adelaida pertenecer a esta iniciativa les ha traído cambios considerables en sus vida, la más joven del equipo señala que las capacitaciones que la organización les proporciona les ha ayudado a conocer a fondo sobre el manglar y los cuidados que deben tener, incluso a mejorar la comunicación entre ellas y a desinhibirse para explicarles la importancia de su labor a las personas que se han acercado a ellas, incluso algunas de ellas volvieron a estudiar.
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Otro de los beneficios de Asogesampa fue la entrega de lanchas para que puedan realizar su labor. “La lancha ha servido de mucho, eso que pagábamos por el alquiler, nos queda para nosotras, por ejemplo, antes si juntábamos 20 mil pesos de la pesca, perdíamos 10 mil por la renta del transporte. Ahora nos queda un sueldo mayor y podemos comprar cosas para el hogar, incluso el trabajo se hace más fácil”, cuenta Lucely.

Para salir a pianguar, las mujeres se levantan con el amanecer, toman su pequeña embarcación, llevan gasolina, canastos, machetes, tiestos o vasijas, refrigerios, agua. Cubren su cuerpo de pies a cabeza y utilizan botas impermeables para poder caminar por el manglar. La mayoría de las piangüeras salen en grupos de tres o más mujeres. “Generalmente vamos acompañadas porque han sucedido casos de mujeres que han salido solas y han sido abusadas; se necesitan más de tres para la labor”, denuncia Lucely Cuero.
Durante los años en los que se ha gestado el proyecto “Las guardianas del manglar” las mujeres y hombres que han participado han logrado retirar 132 toneladas de plásticos del mar del Pácifico. Mientras que los recuperados que trabajan en las calles de Buenaventura también han contribuido con la recolección de 45 toneladas de residuos sólidos en los barrios de la pequeña ciudad.
Brindar empleo a las personas que quieran convertirse en recicladores es otra de las aristas que impulsa Asogesampa. En este proyecto buscan dotar de significado la palabra “recuperador o recuperadora” para visibilizar que son personas que retiran los residuos de la calle, del mar o el río para recuperarlo y que tenga la oportunidad de ser reutilizado. Ya sean las guardianas, las recuperadoras de pie o las representantes de la organización, todas se han enfrentado a diversos obstáculos.
Patricia tiene un año trabajando como recicladora en Asogesampa, considera que la asociación sí ha generado un cambio en Buenaventura al ofrecer empleos, pues para las personas que pasan de los 40 años es mucho más difícil conseguir trabajo.
Rosy Elena lleva alrededor de 20 años reciclando, sin embargo, decidió unirse a la organización de María Teresa porque “acá a uno lo atienden con amor, la atención es buena. Usted viene a dejar lo que ha juntado, yo gano unos 40 mil y también juntas puntos para ganarte cosas como un purificador de agua entre otras cosas”, dice.
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María Teresa Sinisterra Buenaño asegura que pese a que en Colombia existe toda una normatividad alrededor de las personas recuperadoras de oficio, en Buenaventura es difícil su cumplimiento pues “o la gente no la conoce o simplemente se la pasan por la galleta”, enfatiza. Uno de los grandes problemas a los que se han enfrentado es el machismo en este oficio, así como la volubilidad de los precios, así como la inseguridad y desigualdad en Buenaventura.
El liderazgo de una mujer como María Teresa ha arrojado luz sobre temas que antes eran invisibilizados. La organización detectó que en la gran mayoría de ocasiones las mujeres no pueden recolectar las mismas cantidades que los hombres, pues sobre ellas recaen los trabajos de cuidados. La líder de Asogesampa comparte que una de las mujeres recicladoras tiene un hijo que vive con discapacidad, otra cuida a su padre y madre que son de la tercera edad, esto provoca que deban buscar ayuda cuando tienen que salir a trabajar o que aprovechen menos días.
Sinisterra Buenaño denuncia que los recuperadores no tienen una herramienta de trabajo que les permita mejorar sus condiciones laborales. Lejos de ayudarles, el gremio pone obstáculos, especialmente a las mujeres. “Por ejemplo, son muy acelerados en cuanto al proceso de llegar a un acuerdo comercial, son muy injustos con los precios; lo otro es que a veces quieren hacernos sentir como que no somos capaces de sacar adelante una actividad de estas. Los hombres también manejan el tema del transporte, cobran lo que se les da la gana y no ofrecen un muy buen servicio ”, explica Sinisterra Buenaño.

Buenaventura es uno de los puertos más importantes de América Latina, sin embargo, los habitantes enfrentan una gran problemática, la violencia ocasionada por “los conflictos armados internos con las FARC (ahora disidentes de las FARC), la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN), las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC, paramilitares del Clan del Golfo), los narcotraficantes y las bandas criminales urbanas de carácter local”, se lee en un análisis realizado por la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA).
Estos grupos se disputan territorios, crean fronteras invisibles, es decir, grupos delictivos determinan zonas a las que no se puede ingresar sin su permiso; también reclutan a niños, niñas y jóvenes. Los habitantes viven con miedo, hay familias enteras confinadas, otras han tenido que migrar, los homicidios y desapariciones han agravado la crisis humanitaria en la zona, lo que ha generado fracturas en el tejido social y afectaciones graves a la salud mental y emocional de la población, explica Corporación Vínculos, una organización no gubernamental.
“Es preocupante que en cualquier momento hay una balacera. A veces no podemos entrar a los barrios sin tener algún conocido que avise que iremos. Por ese motivo, uno de los objetivos que tenemos es uniformar a los recicladores, para que las personas comiencen a identificarlos porque ha habido casos en los que les dicen que no pueden entrar, que vayan a hacerlo a otro lado”, recuerda María Teresa.
La lideresa junto con su equipo aportan un granito de arena a la lucha contra la violencia en Buenaventura de la mano del reciclaje. En el barrio El Lleras la organización instaló una tienda “Don Trueque”, una iniciativa en la que los habitantes de la comunidad intercambian el reciclaje que recuperaron por víveres, ropa o abarrotes.
María es parte de las “Guardianas del manglar”, pero también atiende el establecimiento de lunes a viernes, “siento que los vecinos han recibido muy bien la tienda porque cada vez más personas traen su material y se llevan aceite, arroz, algunas mujeres ropa”, dice la joven de 30 años. El pasado dos de julio, Asogesampa inauguró una nueva tienda “Don Trueque” en el barrio de San Antonio.
La organización liderada por María Teresa también organiza un torneo de fútbol en las escuelas llamado “Ecogol”. Sinisterra Buenaño lo describe como un campeonato ambiental en el que los equipos que participan pagan su inscripción con material reciclable, así como las tarjetas rojas, amarillas y el arbitraje. “Como premiación le damos insumos deportivos para fortalecer a estas escuelas que participan”, dice. La importancia de estos proyectos radica en que el material que se junta llega a Asogesampa, ellos lo venden a las empresas transformadoras y con el dinero que obtienen pagan los sueldos de los y las recicladoras, también buscan financiación privada y así han podido inaugurar las tiendas y otorgar lanchas a las guardianas.

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Las dos caras del reciclaje en Bogotá
“Cuentan que hace bastante tiempo se encontraba un ser con largas barbas y mucho pelo en todo el cuerpo. Dicen que se sentaba a la orilla del río, en una gran piedra con un tabaco en su boca. Las mujeres de los pescadores se levantaban más temprano que sus maridos y ofrendaban alimento y piedras preciosas en el río, de lo contrario sus embarcaciones se hundían o su pesca no era provechosa”, narra Lina Osorio, recuperadora de oficio e integrante de la asociación de reciclaje Sineambore.
Sentada en la “piedra del Mohán”, explica que esta criatura mitológica es un especie de guardián del río, sin embargo, “los mayores mencionan que el Mohán se puso tan bravo que decidió irse otra vez a las cavernas bajo los ríos y se ocultó allá, porque está muy triste de que tanta gente esté dañando el río, aquí se botan 432 toneladas de basura”, concluye la leyenda.
Al igual que el Mohán, Lina y su familia cuidan el medio ambiente del barrio Mochuelo Bajo, ubicado en la zona rural de Ciudad Bolívar, en Bogotá, que se encuentra muy cerca del relleno sanitario Doña Juana, el cual recibe 6 mil 368 toneladas al día. En 2009, María del Carmén Aguillón creó la asociación Sineambore bajo el nombre de “Basura Cero en Mochuelo”, para años después transformarse en la agrupación que conocemos hoy.

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María del Carmén vivió parte de su infancia en ese barrio, conoció el lugar antes de que se instalara el relleno sanitario Doña Juana. “Esta era una zona rural, sólo se criaban animales y se sembraba, ese era el sustento de la población de Mochuelo Bajo. Todo cambió cuando llegó el relleno, fue muy engañoso, citaron a las personas mayores, les dijeron que iban a poner un proyecto que dispondría de residuos pero no les afectaría para nada. Ellos aceptaron, sin embarazo, años después nos dimos cuenta que inició la contaminación”, recuerda María del Carmén Aguillón.
Doña Juana inició sus operaciones en 1988, actualmente abarca 623 hectáreas y en promedio ingresan 20 mil 899 camiones al mes. El relleno sanitario está diseñado para tratar los residuos que llegan a través de obras como “la adecuación de los suelos, filtros, canales de conducción y planta para el tratamiento de los lixiviados (líquidos que producen los desechos), compactación, coberturas con cal y arcilla, chimeneas subterráneas para que los gases de la masa puedan ser aprovechados y transformados en energía eléctrica, entre otros”, se lee en su página oficial.
En sus más de 30 años ha trabajado con normalidad, sin embargo, en 1997 hubo una explosión en el relleno sanitario causada por la acumulación de gases y lixiviados, una tonelada de basura cayó en el río Tunjuelo, afectó a diversos barrios de Bogotá, de acuerdo con la Universidad Nacional de Colombia. En el libro “Relatos del sufrimiento ambiental: el caso de Doña Juana” la autora Erika Ortíz Díaz expone cómo la construcción de esta obra afectó la vida cotidiana de los habitantes de las comunidades vecinas. Las personas relatan que deben enfrentarse a malos olores, inundaciones de lixiviados y polvos irritantes que ponen en peligro su salud.
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“Hay oleadas de un olor fétido, como si dejaran la basura 10 días sin moverla. Hay temporadas en las que las personas se ven más afectadas de la garganta debido al relleno sanitario, también puede lastimar la vista y la piel. Además, en la noche Doña Juana tiene mucha iluminación que obliga a la fauna a mudarse a otros lados”, recuerda María del Carmén.
La mujer de 70 años rememora que en un inicio en el relleno trabajaban recicladores de oficio, pero concesionaron el relleno a una empresa particular y “los echaron”. Con el tiempo el relleno sanitario Doña Juana se fue agrandando, lo que ocasionó la expulsión de parte de la población. “Los papeles se volaban del relleno y llegaban a la comunidad, tuve una capacitación e inicié mi proyecto ‘basura cero’, con él les enseñé a reciclar a personas de la tercera edad y a su vez, ellos les enseñaron a su familia”, dice María del Carmén.
Aunque inició con rutas de recolección de residuos inorgánicos, María del Carmén tenía como meta trabajar con los desechos orgánicos, pues notaba que en el relleno sanitario Doña Juana alrededor del 52% de los residuos que se entierran son orgánicos. Escribió un proyecto para la alcaldía de Ciudad Bolívar con el que obtuvo canecas para llevar a cabo su misión. “Reunimos alrededor de 200 personas y les explicamos cómo debían darnos el material orgánico, recomendándoles que nos lo dieran limpio. Poco a poco la gente fue respondiendo, con el paso de los años y mucho esfuerzo adquirimos un contrato con la Universidad Nacional y ahí conseguimos los recursos para hacer la estructura de la planta de reciclaje, que transforma la materia orgánica en abono y una lombricomposta”, explica Aguillón.
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En la planta recibían el material orgánico que recicladores de oficio recogían en las comunidades de Mochuelo Bajo, Mochuelo Alto y jardines aledaños, en el lugar transforman los residuos en abono. “Los recolectores eran muchachos de la misma zona que estaban muy rezagados socialmente, algunos con problemas de adicción o en vulnerabilidad. Los unimos a las rutas, al inicio cuando se presentaban lo hacían con pena, pero en el proceso crecieron mucho, a la gente ya les daba alegría verlo, creo que fue algo que aportó mucho”, enfatiza Lina.
Otra parte la aprovechaban para nutrir el lombricompostaje, la biotecnología que utiliza lombrices para transmutarlo en abono orgánico de alta calidad llamado lombricompost o humus de lombriz. “Dividimos el barrio, hicimos una georeferenciación, contamos la cantidad de familias, desplegamos cuatro rutas en los sectores principales. Íbamos casa a casa con los carros contenedores recogiendo las canecas, regresamos a la planta para la transformación. Para el año 2022, las 250 familias que ayudábamos se convirtieron en 750, transformamos más de 900 toneladas de abono orgánico”, explica Lina Osorio, hija de María del Carmén Aguillón.
La planta es manejada como una estructura público-comunitaria. Lina comenta que el objetivo siempre fue que todo el material saliera de la casa de los vecinos y que el proyecto se replicara en diferentes comunidades. En 2021, la Unidad de Administrativa Especial de Servicio Públicos (UAESP) firmó con la asociación de recicladores un proyecto que les permitió expandir y tecnificar la planta, en el que se contempló que una empresa de ingeniería y personal de control tuviera control del desarrollo.
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“Desafortunadamente un año después la parte privada, las instituciones y el mal manejo hicieron que se firmaran contratos y que la planta se convirtiera en un lugar para recibir orgánico de otras partes de Bogotá. Una noche nos trajeron aproximadamente nueve toneladas de material orgánico, no se podía ni cerrar la puerta. Desde ese momento empezamos una emergencia sanitaria. Tuvimos dos semanas para contarle a los vecinos que estábamos rebasados, paramos unas semanas de recoger los desechos de las familias y ahí inició la ruptura de la ruta”, expone Lina Osorio.
Durante el tiempo que la agrupación de recicladoras trabajó con la institución, Lina percibió una actitud autoritaria y machista por parte del personal. “Veníamos recibiendo de parte de la institución un maltrato, la mayoría de personas que venían eran hombres y la mayoría de nosotras somos mujeres, era un querer ejercer poder sobre nosotras, hubo mucha presión, ‘yo sí puedo levantar la voz, gritar porque soy hombre’, había mujeres que se sintieron muy afectadas, incluso lloraron con ese machismo. Fue como si hubiera una guerra de poder”, comparte la recicladora Lina Osorio.
Esta crisis provocó que la planta de Sineambore tuviera que pausar sus actividades, María del Carmén Aguillón explica que el terreno en el que está construida en una zona regida por un comodato, contrato de préstamo de uso, que pertenece a la alcaldía Ciudad Bolívar, las recicladoras buscan que les otorguen un contrato igual para reabrir la ruta y la planta. Han pasado tres años y ellas siguen peleando para volver a iniciar con su proyecto que unía y proporcionaba trabajo para personas de la comunidad.
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Para María del Carmén y Lina este reto significó perder la cercanía que su proyecto había logrado con la comunidad, también tener que despedirse de los recicladores que contrataron mientras la ruta estuvo activa, pues ya no existían los recursos para sostener su trabajo. Fue un golpe muy duro para Sineambore, sin embargo, lograron seguir con la iniciativa de reciclaje al implementar paseos por la zona rural de Ciudad Bolívar, reproducción y venta de suculentas y brindar talleres en diversos espacios.

La forma de vida de las personas recicladoras en la zona urbana de Bogotá es distinta, los grandes movimientos de recicladores, como la Asociación de Recicladores de Bogotá (ARB), han logrado desarrollar proyectos de aprovechamiento de residuos y materias primas, así como incidir en las políticas públicas de residuos, reciclaje y recicladores.
“El movimiento de recicladores en Colombia comienza a gestarse en la década de los 70, después del proceso de industrialización de este país, en las ciudades se expresó a través de las familias cuyos ingresos provenían de la venta del material. En la década de los 80 inicia la formación de la principal organización La Asociación de Recicladores de Bogotá (ARB), en esta ciudad se da un proceso que va de la mano con la organización Fundación Social que ayuda a familias de escasos recursos”, explica Ruth Quevedo Fique, experta de la Comisión de Regulación de Agua Potable y Saneamiento Básico.
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En los años 90 hubo todo un movimiento a nivel nacional para que las personas recicladoras fueran vistas y escuchadas. Esto después de que 11 recuperadores de oficio fueron asesinados en la Universidad Libre de Barranquilla con el objetivo de vender sus cuerpos para investigación científica. “Como se iban para los botaderos era normal para las familias no verlos por un mes, pero se les hacía ya muy raro que en seis meses, un año ya no aparezca un reciclador. La sociedad civil se solidarizó con el gremio y exigió justicia con nosotros por el derecho a la vida. La Fundación Social fue clave para promover a nivel nacional la identificación de recicladores y que nosotros nos empezáramos a organizar. En 1999 se estableció el primero de marzo como el Día Nacional del Reciclador y del Reciclaje”, comenta Magda Barinas, recicladora de oficio y representante legal de Ecoalianza de Recicladores.
Este lamentable suceso fue un parteaguas por la lucha de la dignidad de las personas recicladoras. En 2003 la Corte Constitucional emitió la sentencia T-724 en la que se ordena adoptar medidas afirmativas en procesos de licitación para que se garantice la participación de los grupos que han sido marginados, también reconoció a los recolectores como sujetos de especial protección. En 2011, la Corte pidió que se incorporara de forma estructural al gremio reciclador, así como la remuneración de sus servicios de aprovechamiento.
En 2024 se publicó el Decreto 1381 que establece disposiciones para que se formalice y dignifique la labor de las personas recicladoras de oficio. “Desde la comisión de regulación hemos adelantado los nuevos marcos tarifarios para remunerar plenamente las actividades que desarrollan los recicladores que incluyen la nueva actividad de recuperación que quedó consignada en el decreto. Se pagará recuperación, transporte, clasificación y pesaje, recolección y se harán descuentos derivados de las tarifas para poder pagarle tarifa individual a cada uno de los asociados de las organizaciones”, comparte Ruth Quevedo Fique.
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Estas son sólo algunas de las políticas públicas que se han implementado en Colombia y ha ayudado a que las y los recuperados de oficio sean tan reconocidos en el país. Brena Correa es parte de la organización Ecolianza, por lo menos dos veces por semana sale a ruta para recoger los residuos que las personas a las que ya se les ha enseñado a separar desde la fuente. La joven de 25 años asegura que gracias a la lucha que llevan haciendo durante años los recicladores son cada vez más reconocidos.
“Las personas ahora nos reconocen, ya no nos tratan tan mal como cuando yo empecé en esto hace 20 años, cuando era niña. Ha sido un proceso difícil, pero esta actividad no sólo nos brinda beneficios a nosotros, debe ser enorme la cantidad de residuo saque evitamos que se entierren en Doña Juana”, concluyó Brenda Correa.
Colombia cuenta con un marco legal que reconoce los derechos de las personas recicladoras de oficio y papel central que realizan en la gestión ambiental de residuos, sin embargo, mujeres como María Teresa Sinisterra Buenaño con Asogesampa, María del Carmén Aguillón y Lina Osorio con Sineambore han tenido que luchar para mantener su organización a flote, lo que recuerda que aún falta mucho camino por recorrer y que lejos del corazón de Bogotá aún hay organizaciones de recicladores que laboran en condiciones precarias.
María Teresa, María del Carmén y Lina coinciden que pese a los retos a los que se han enfrentado, la falta de apoyo gubernamental y social, vale la pena seguir abrazando esta lucha por un medio ambiente sano y el reconocimiento de los derechos de las personas recicladoras para dejar un mundo mejor a las generaciones que vienen.

Este artículo se elaboró con el apoyo de la Fundación Gabo y Latitud R, en el marco de la beca de producción periodística “Los caminos del reciclaje inclusivo en América Latina”.