Hace tan solo algunos años ya sabíamos, gracias a un informe de Oxfam México, que las fortunas de las cuatro personas más ricas de nuestro país eran equivalentes a 9% del Producto Interno Bruto. Con esa cantidad tan exorbitante de dinero podría financiarse el fin total de la pobreza en nuestro país por un par de años. En el vasto universo del capitalismo contemporáneo, esa riqueza no es un accidente, ni un simple subproducto del mercado; es una especie de fuerza de atracción gravitacional que organiza la política, la economía y la vida cotidiana de una manera que apenas (quizá) empezamos a entender y a cuestionar.

En el imaginario colectivo del capitalismo global, las figuras de Elon Musk, Jeff Bezos, y otros magnates demiurgos tecnológicos, se erigen como los héroes de una distopía donde el hombre blanco y rico tiene la clave para la salvación del mundo. Esta narrativa, (además de profundamente patriarcal) proyecta al capitalista como el único capaz de rescatar a la humanidad, pues es el mismo que posee el poder de destruirla. El futuro hoy es cooptado por una élite corporativa que instrumentaliza la estética de la ciencia ficción para enmascarar un régimen de desigualdad abismal.

La economía política de este futuro ya en gestación se cimienta en la perpetuación de una dialéctica insalvable: la existencia de una extrema riqueza como condición sine qua non de la extrema pobreza. La promesa de un mañana post-escasez, impulsada por la tecnocracia, no es más que una quimera que oculta el hecho de que, bajo el capitalismo, la abundancia para unos pocos exige la carencia para muchos. Es necesario que no olvidemos estas cifras: En nuestro país, en México, alrededor de 4 de cada 10 personas se encuentran en situación de pobreza. Más aun, más de 9 millones no saben si van a poder comer al día siguiente. Del otro lado del extremo, podemos asegurar que solamente dos personas (Carlos Slim y Germán Larrea) poseen tanto como la mitad más pobre de Latinoamérica, unos 334 millones de personas.

Toda esta reflexión sobre el futuro y el capitalismo es a propósito de que esta semana terminé de leer Ciencia ficción capitalista, de Michel Nieva y me voló la cabeza. En su libro, Nieva reflexiona sobre cómo la construcción del futuro no emerge de un consenso democrático ni de un proyecto colectivo, sino de las decisiones autocráticas de magnates que moldean el devenir según los imperativos del capital. La ciencia ficción, otrora herramienta literaria para imaginar futuros emancipatorios, se ve fagocitada por una economía política que mercantiliza incluso la posibilidad de imaginar. Son estos magnates multimillonarios quienes escriben e instauran una historia en la que enarbolan un papel protagónico héroes del cosmos.

Es aquí donde resulta fundamental señalar que estas utopías tecnológicas donde los multimillonarios son los “héroes” no buscan redimir las crisis ecológicas, sociales o económicas del presente, sino que, paradójicamente, contribuyen a su aceleración. La llamada “ciencia ficción capitalista” de Nieva describe este fenómeno: el capitalismo tecnológico se apropia de los imaginarios futuristas, no para subvertir sus propias dinámicas, sino para perpetuarlas, vendiendo ilusiones de escape a una élite privilegiada.

En nuestro mundo actual, donde resulta más fácil imaginar el apocalipsis que el fin del capital, las corporaciones ya han diseñado un capitalismo que persistirá incluso tras el colapso planetario. Sus CEOs, convertidos en figuras mesiánicas, presentan sus productos como salvavidas exclusivos, reforzando la lógica de que sólo quienes puedan costear su acceso sobrevivirán. Este giro especulativo no es, lamentablemente, solo una metáfora, sino una operación concreta de acumulación que consolida aún más las desigualdades contemporáneas.

La “salvación” del fin del mundo que nos prometen estos magnates, disfrazados de visionarios y salvadores, es una ficción: una estrategia mercantil que perpetúa la explotación. Así, el capitalismo no solo se rehúsa a morir, sino que se reinventa continuamente, prometiendo un futuro que, lejos de ser compartido, está reservado para quienes ya detentan el poder y la riqueza. Los multimillonarios no nos van a salvar del mundo. Sus seguidores y fanáticos, en su mayoría hombres, contribuyen inconscientemente a este apocalipsis y a la perpetuación del capital. Los algoritmos de las redes sociales, dominadas por estos mismos magnates, están diseñados para fomentar el conflicto y el odio, desarticulando cualquier posibilidad de resistencia colectiva y debilitando los lazos políticos que podrían oponerse al colapso inminente.

En este panorama desolador, la verdadera resistencia radica en repensar nuestras relaciones, fortalecer las redes de apoyo mutuo y reivindicar el afecto como un acto político. Aunque suene a cliché, porque lo es y resulta verdadero en su repetición, el cuidado y el cariño emergen como las herramientas más subversivas frente a un sistema que busca aislarnos y enfrentarnos. Así que jódete, Elon Musk.

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