Nos volvimos expertos en interpretar. El que nunca cae. El que siempre sabe. El que sonríe aunque se esté desmoronando por dentro. Hemos aprendido a sobrevivir así: a base de máscaras que se pegan tanto a la piel que olvidamos dónde termina el disfraz y dónde empieza lo verdadero.
Al principio parecía útil. Fingir nos protegía. Era más fácil encajar que explicar el abismo. Era más fácil decir “todo bien” que confesar que no podíamos más. Así empezamos a actuar. Y lo hicimos tan bien… que hasta nosotros nos creímos el papel.
Pero llega un punto en el que la actuación ya no alcanza. En el que el alma empieza a tocar la puerta desde adentro, pidiendo salir. Porque actuar cansa. Porque sostener un personaje duele. Porque fingir estabilidad cuando todo se mueve por dentro es una violencia callada que solo quien la vive entiende.
Hay una soledad específica en ser aplaudido por una versión de ti que ni tú reconoces. Nadie te ve. Solo ven el traje. Solo aman el papel. ¿Y tú? ¿Cuándo fue la última vez que te amaste sin guion?
Te preguntan cómo estás y dices lo que se espera. Te felicitan por lo que lograste, pero tú sabes lo que perdiste para conseguirlo. Has hecho de la perfección una cárcel. Te aplauden por resistir, pero nadie nota que estás al borde del colapso. Has olvidado cómo se siente decir la verdad sin miedo a ser abandonado por ello.
Este texto no es para todos. Es para quienes están cansados de sostener lo insostenible. Para quienes cada noche ensayan ser fuertes y cada mañana repiten el libreto de la estabilidad. Para quienes, aunque rodeados de gente, se sienten profundamente solos. No porque no los quieran, sino porque nadie los conoce realmente.
Y tal vez tú tampoco.
Pero hay esperanza en esta grieta. Porque romperse, aunque asuste, también libera. La máscara puede doler al caer, pero la piel debajo… por fin respira. Y ese primer aliento sin disfraz, ese primer suspiro siendo tú, es el comienzo de una vida que no necesita escena.
No se trata de exponerte ante todos, sino de dejar de ocultarte ante ti. De mirar al espejo y no verte como un personaje, sino como una persona que merece ternura, incluso si hoy no sabe cómo dársela. De permitirte llorar sin esconderte. De aprender a decir “no puedo” sin culpa. De reconocer que el que interpreta sobrevive, pero el que se muestra… vive.
No eres la única persona así. Hay otros como tú, agotados de ser lo que los demás esperan, desesperados por ser simplemente quienes son. Y quizá este texto no cure, pero sí puede ser una mano tendida. Una invitación. Un permiso: ya puedes dejar de actuar.
Y cuando lo hagas, no esperes comprensión inmediata. A veces perderás aplausos, tal vez incluso afectos. Pero no perderás lo más importante: a ti. Y si eso no es libertad, entonces ¿qué lo es?
¿Sabes qué es lo más hermoso de dejar el papel? Que empiezan a quedarse quienes te aman por lo que eres, no por lo que aparentas. Que recuperas tu voz. Que puedes construir desde lo real, no desde lo perfecto. Y que descubres que la verdad, aunque duela, sostiene mucho más que la mentira.
Así que, cuando tengas el valor, aunque tiemble todo, empieza a hablar contigo. Sin guion. Sin poses. Sin público. Solo tú frente a ti. Y pregúntate: ¿a quién he estado interpretando todo este tiempo? ¿Quién ha estado debajo del disfraz? ¿Qué parte de mí ha estado esperando toda la vida a ser elegida?
Y más importante: ¿quién quiero ser cuando ya no tenga que fingir más?
No hay acto final. Hay verdad. Hay piel. Hay llanto. Y hay vida.
Y esta vez, sin máscaras.
Facebook: Yheraldo Martínez
Instagram: yheraldo
X: @yheraldo33