Nadie está completo. Nadie. Y quien finja estarlo, miente. Todos estamos a medio trazo, viviendo entre tachaduras. Hay quienes decoran mejor su caos, pero si te acercas lo suficiente, verás que también sangran. Porque todos cargamos capítulos abiertos, diálogos sin cerrar, versiones que ya no somos, pero que aún duelen.
Nos enseñaron a aplaudir los cierres, como si el alma funcionara con puntos finales. Como si lo inconcluso no mereciera dignidad. Pero hay heridas que no buscan clausura, solo respeto. Hay procesos que no quieren ser apurados, solo comprendidos. Hay pausas que no significan rendición, sino respiro. No todo lo que sigue abierto está mal. A veces, lo abierto es lo único vivo que queda.
¿Cuántas veces actuamos como si todo estuviera bien, solo para no decepcionar? ¿Cuántas veces hemos querido decir “ya no puedo”, pero pronunciamos “todo bien”? ¿Cuánto de lo que somos se ha ido desdibujando por intentar encajar en una historia que no escribimos? Nos fragmentamos para gustar, nos silenciamos para pertenecer, nos mentimos para sobrevivir.
Pero vivir no es fingir entereza. Vivir es aceptar el temblor. El no saber. El estar en medio. El proceso, no la postal. Lo inacabado también merece espacio. También es sagrado. Porque ahí, en ese hueco, en esa grieta que otros llaman debilidad, se esconde una verdad sin adornos: estamos intentando. Y eso basta.
Hay quienes tienen prisa por sanar, por cerrar, por entender. Como si todo debiera resolverse con un clic, una frase bonita, un nuevo comienzo. Pero hay dolores que no se resuelven: se integran. Hay vacíos que no se llenan: se abrazan. Hay preguntas que no buscan respuestas: solo ser miradas sin juicio.
No estás fallando por seguir en proceso. No estás mal por no tener claridad. Estás respirando. Estás sintiendo. Estás en transición. Y eso, aunque duela, es señal de vida. Porque lo que ya no se mueve, se muere. Y tú, por dentro, aunque nadie lo vea, todavía te estás moviendo.
No te exijas ser lo que no eres. No te castigues por no haber llegado. Lo inacabado no es ruina: es construcción. Hay belleza en la estructura expuesta, en el ladrillo sin pintar, en la obra que sigue su curso.
Y si alguien llega a tu vida esperando respuestas inmediatas, certezas firmes, estabilidad impoluta… déjalo ir. Quien de verdad importa no exige versión final: abraza tu proceso. Camina a tu lado mientras tú mismo descubres el camino. No quiere cambiarte. Quiere acompañarte.
Sigue, aunque no sepas a dónde. Aunque no entiendas por qué duele. Aunque no veas el final. Sigue. Porque cada paso, incluso el invisible, está reescribiendo algo dentro de ti. Y eso también es avance. Eso también es valentía.
No necesitas tenerlo todo resuelto para ser suficiente. No necesitas resolver todo para merecer descanso. No necesitas ser comprendido para tener valor. Hay versiones tuyas que aún no conoces, y no llegarán por presión: llegarán cuando estés listo para habitarlas.
Así que si hoy todo en ti se siente a medias, si no sabes quién eres ni a dónde vas, si tu historia parece incomprensible, incluso para ti… quédate. No cierres el capítulo por vergüenza de lo que aún no entiendes. Lo incompleto también tiene alma. Lo que aún no se resuelve es lo que te mantiene vivo. Porque mientras otros se jactan de finales redondos, tú sigues aquí, sosteniéndote con las manos temblando, con la voz quebrada, con el corazón hecho preguntas… pero de pie. Y eso —aunque nadie lo vea— es lo más cercano a un milagro. No estás perdiendo. Estás resistiendo. No estás fallando. Estás respirando. No estás terminado. Estás renaciendo. Y si algún día dudas de todo, solo recuerda esto: hay páginas tuyas que aún no has leído… y lo mejor, lo más valiente, lo más real… todavía está por escribirse.
Facebook: Yheraldo Martínez
Instagram: yheraldo
X: @yheraldo33
Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.