Hay días que no tienen nombre, pero tienen huella. No tienen aplausos, pero marcan un antes y un después. No se publican, no se gritan, no se recuerdan. Pero ahí, justo ahí, se define todo. Porque lo que somos no se decide en los grandes momentos… sino en los invisibles.
Hay un instante donde no te ve nadie. Donde el cansancio pesa más que el deseo. Donde podrías dejarte ir, rendirte, mentirte… y nadie lo notaría. Nadie. Pero tú sí. Y ahí es donde empiezas a ser o a traicionarte.
¿Qué haces cuando nadie te espera?
¿Qué decides cuando no hay testigos?
¿Qué repites cada día aunque te lastime?
Esa es tu biografía verdadera. No la que cuentas, no la que editas. La otra. La que escribes con lo que repites en voz baja. Porque no eres tus intenciones. Eres tus repeticiones.
Hay una violencia muy común que pasa desapercibida: postergarte. Dejarte para después. Entregarte por partes, sin darte cuenta. Cambiarte por ruido, por comodidad, por la mentira de que mañana será más fácil. Pero mañana no llega. Y cuando llega, ya no estás.
Te repites que solo es un día. Que ya empezarás. Que por hoy no importa. Pero ese “hoy no importa” es el ladrillo invisible con el que construyes tu ruina. Nadie se destruye de golpe. Nos destruimos en hábitos suaves, en excusas brillantes, en decisiones pequeñas que no duelen… hasta que te rompen sin que nadie lo note.
A veces nos rompemos no por lo que nos hicieron, sino por lo que dejamos de hacernos. Por cada “sí” que dimos queriendo decir “no”. Por cada silencio que tragamos para no incomodar. Por cada promesa rota frente al espejo. La herida no siempre viene de afuera. Muchas veces, viene del abandono propio.
No es la vida lo que agota. Es vivirla lejos de lo que sabes que podrías alcanzar. Y no se trata de motivación. Se trata de integridad. De poder mirarte a los ojos sin bajar la mirada. De sostener tu historia sin necesidad de testigos. Porque tú sabes cuándo te fallas. Tú sabes cuándo cedes. Tú sabes cuándo ya no eres tú, aunque sigas respirando.
Y sí… también sabes cuándo decides volver. Volver no es épico. No hay música, no hay luz divina. Solo hay una mañana cualquiera donde eliges levantarte y no traicionarte otra vez. No porque te sientas fuerte, sino por no querer seguir sintiendo el vacío. Porque sabes que la paz no está en lograrlo todo, sino en dejar de mentirte.
Lo mínimo se vuelve sagrado cuando ya no hay ganas. El paso que das sin querer. El mensaje que no mandas. El cigarro que no prendes. La llamada que no haces. El llanto que no escondes. La mano que no extiendes porque esta vez, primero vas tú. Ahí empieza la reconstrucción.
No te vas a transformar con frases lindas ni con promesas juradas en noches rotas. Te vas a transformar cuando elijas algo distinto… sin ganas, sin testigos, sin garantías. Solo con la certeza silenciosa de que ya no puedes seguir igual.
Y sí, va a doler. Porque toda versión rota de ti va a pedir volver. Va a suplicar tus viejos hábitos. Va a extrañar tu comodidad. Pero tu alma, esa que callaste por años, también va a hablar. Y esta vez… escúchala.
No necesitas tener fuerza. Solo necesitas decirte la verdad. Una vez. Con brutal honestidad: esto no soy. Esto no quiero. Esto no más.
Y cuando tengas el valor de repetirlo… aunque nadie te mire, aunque nadie te celebre, aunque nadie lo entienda… ahí, justo ahí, vas a volver a ti.
Porque no eres tus sueños pendientes.
No eres tus discursos motivacionales.
No eres lo que subes a redes.
Eres lo que haces cuando todo se apaga.
Y esa verdad, aunque duela, también puede salvarte.
Porque nadie ve el momento exacto donde renaces.
Solo tú.
Y sí… ahí también existo yo,
igual que tú,
sin ruido, sin público,
cuando nadie me ve.
Facebook: Yheraldo Martínez
Instagram: yheraldo
X: @yheraldo33