El 12 de junio se conmemora el Día Mundial contra el Trabajo Infantil, una fecha que nos confronta con una terrible realidad: hay niñas, niños y adolescentes que cargan sobre sus cuerpos tareas que corresponden a los adultos. Mientras a una persona adulta le es difícil incorporarse al mercado laboral; niñas, niños y adolescentes (NNA), a muy temprana edad, pueden contratarse de manera más sencilla.

Tras más de dos siglos de esfuerzos por erradicar el trabajo infantil mediante leyes y políticas públicas en el ámbito doméstico de cada país y convenios a nivel internacional, este grave lastre persiste. En 2015, el mundo se comprometió a poner fin al trabajo infantil para 2025, el plazo feneció, llegamos al término, y el objetivo no se cumplió.

Las cifras así lo confirman. Según la Encuesta Nacional de Trabajo Infantil (ENTI) 2022 del INEGI, en nuestro país, cerca de 4 millones de niñas, niños y adolescentes de 5 a 17 años realizaban trabajo infantil, cifra 1.7 puntos porcentuales más que en 2019. Llama la atención que, en el grupo de 5 a 14 años, hay más niñas que niños en esta situación. Sin embargo, esta tendencia se revierte entre los 15 y 17 años.

Del universo total, 2.1 millones de niñas, niños y adolescentes laboraron en actividades económicas no permitidas, incluyendo a quienes no cuentan con la edad mínima legal para trabajar. Y 1.9 millones realizaron quehaceres domésticos en condiciones no adecuadas, es decir, durante horarios prolongados y/ o expuestos a riesgos, lo que significó casi medio millón más que en 2019.

A nivel mundial, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) refiere una cifra de 138 millones de niñas, niños y adolescentes que realizan trabajo infantil.

Tanto en nuestro país como a nivel global, el trabajo infantil se concentra en sectores como el agropecuario, el comercio, la industria, la construcción, los servicios e incluso la minería.

Por ello, en este año, la ONU hace un llamado a la plena ratificación del Convenio 138 sobre la edad mínima de admisión al empleo y la aplicación del Convenio número 182 sobre las peores formas de trabajo infantil, ambos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), para alcanzar los objetivos fijados por el Llamamiento a la Acción de Durban, emanado de la 5ª Conferencia Mundial sobre la Erradicación del Trabajo Infantil (2022), que ante la alarmante estimación mundial de trabajo infantil, insta a reforzar la prevención, la protección y las asociaciones para eliminar el trabajo infantil.

Hablar de trabajo infantil implica hablar de explotación que, algunos justifican y otros simplemente ignoran. Se piensa que colaborar en los negocios familiares, aportar dinero en casa o encargarse de las labores domésticas prepara a la niñez para el futuro. Pero no es así. El trabajo infantil no forma: limita. Arrebata a niñas, niños y adolescentes su infancia, la posibilidad de crecer en plenitud, de desarrollarse, de educarse y les deja profundas huellas físicas y emocionales; les obliga a pagar un costo altísimo frente a los escasos beneficios económicos que llegan a recibir.

Hoy, más que nunca, es momento de dejar de mirar hacia otro lado. El trabajo infantil no es cultura, ni tradición, ni entrenamiento para la vida. Es una forma de violencia que normalizamos y que, como sociedad, estamos obligados a erradicar.

Las niñas, niños y adolescentes no deben trabajar. Sostener un hogar es tarea de los adultos; su única obligación debe ser crecer, jugar, aprender y soñar en libertad.

Hasta que no rompamos las cadenas que atan las pequeñas manos de nuestras infancias y adolescencias, tendremos un futuro sin justicia, sin equidad y sin esperanza.

Ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación

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