El pasado 15 de septiembre conmemoramos un aniversario más del inicio de la lucha por la Independencia de México. A lo largo de los años, hemos visto a distintos presidentes pronunciar la tradicional arenga desde el balcón central de Palacio Nacional, evocando los nombres de los héroes insurgentes que permanecen en el imaginario popular. Sin embargo, durante mucho tiempo, apenas se mencionaba a una mujer y, lo que es más, identificada por su apellido de casada, como si su identidad estuviera definida por la pertenencia a una pareja.

Este 2025, en medio de la música, la celebración y la algarabía que nos distingue, el eco de aquellas voces femeninas que vivieron injustamente relegadas en las páginas de la historia patria ha comenzado a resonar con fuerza cuando la primera mujer en ocupar la Presidencia de la República, la doctora Claudia Sheinbaum Pardo, las nombró, mujeres insurgentes que ocuparon un lugar decisivo en la historia, aunque por años fueran invisibilizadas.

Hoy recordamos a Josefa Ortiz Téllez Girón, a Leona Vicario, a Gertrudis Bocanegra, a Manuela Molina; a las heroínas anónimas, indígenas y afromexicanas que desempeñaron un papel crucial en la consolidación de nuestra independencia. Su legado no puede reducirse a los cuidados de una esposa o de madres de los héroes hombres. Cada una de ellas tuvo una vida propia, familias que dependían de su cuidado, rutinas diarias establecidas y aun así decidieron arriesgar su estabilidad económica, social y afectiva para sumarse al sueño colectivo de una nación libre y soberana.

Sus aportaciones fueron diversas y trascendentes: desde el periodismo y la difusión de ideas disruptivas como hizo Josefa Ortiz, hasta el espionaje, la correspondencia, el traslado clandestino de armas y municiones.

Muchas sostuvieron la insurgencia con sus propios bienes, otras con tareas logísticas como la preparación de alimentos o los cuidados sanitarios, pero también hubo mujeres que lideraron tropas, cargaron cañones y empuñaron armas en combate, como Manuela Molina.

Algunas, como Gertrudis Bocanegra, pagaron con la vida su valentía al organizar la insurrección para la toma de Pátzcuaro; otras, como Leona Vicario, brindó apoyo financiero al movimiento con su propia fortuna; actuando como espía y mensajera para los insurgentes, distribuyendo armas y medicinas, y difundiendo información sobre los movimientos políticos y militares de la capital. Fue arrestada en 1813 y debió enfrentar presiones familiares y sociales que las obligaron a negociar en momentos críticos, pero nunca a renunciar a sus convicciones.

La mención de estas mujeres en el Grito de Independencia no dejó fuera la contribución de mujeres indígenas y afrodescendientes a la insurgencia que no solo enriquece nuestra memoria histórica, también fortalece nuestra democracia contemporánea.

Recordar y reconocer a estas mujeres insurgentes significa reconocer que la libertad, la igualdad y la justicia se construyen con la suma de todas las voces, con la pluralidad de quienes nunca se conformaron con ser espectadoras de la historia, sino que decidieron ser protagonistas de ella.

Nombrarlas hoy, en voz de una mujer presidenta, no es un gesto menor, es un acto de justicia histórica. Al reconocerlas, reconocemos también que la independencia no se logró solo con espadas y proclamas, sino también con la firmeza, la convicción, la inteligencia y la entrega de mujeres que creyeron en un futuro de libertad e igualdad para las generaciones venideras.

Nombrarlas hoy, es traer su memoria al presente, como un signo de la igualdad sustantiva que perseguimos, de continuar construyendo un México más justo, paritario y digno de las luchas que nos dieron origen.

No podemos llamarnos un país auténticamente libre si sus mujeres no han alcanzado una verdadera igualdad y siguen bajo el yugo de los prejuicios que las hacen invisibles.

Ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación

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