Qué razón tenía el gran escritor portugués José Saramago: la derrota tiene algo positivo; nunca es definitiva. Doy testimonio.
La mañana del 3 de junio de 2024 fue desconcertante. Eran las 5:30 de la mañana y ya tenía en mi WhatsApp decenas de mensajes pendientes por contestar. Varias solicitudes de entrevista para radio y televisión. Dormí solo dos horas luego de dar la última revisión a los resultados de la contienda presidencial. Había perdido la elección.
Pensaba en el esfuerzo que se había realizado: de los militantes de partidos que se entregaron, del empeño que pusieron miles y miles de ciudadanos sin partido para promover el voto a mi favor. Quienes hicieron reuniones, quienes fueron representantes de casilla o quienes con sus propias manos pintaron playeras y cartones con el famoso corazón rosa.
Mi cuerpo estaba agotado. Y sí, las campañas son cansadas ya sea porque duermes poco, comes cuando puedes, viajas diario, ofreces entrevistas, sostienes reuniones y encabezas concentraciones multitudinarias en diferentes entidades; para eso estaba preparada. Sin embargo, para lo que no estaba lista era para los ataques desde el poder, un día y al otro también. No solo contendí contra la candidata del oficialismo, enfrenté al presidente de la República y a todo el aparato del Estado.
Fue ruin que quisieran arrancarme mi identidad y mi sentido de pertenencia. Que pusieran en duda mi origen indígena, que atacaran a mi familia y exhibieran indebidamente a los clientes de mi empresa, legalmente constituida. Orquestaron campañas de difamación en mi contra que difundieron en todos los rincones del país, las cuales fueron pagadas con dinero público.
Después de la derrota, vino el reclamo de quienes aseguraban que habíamos ganado y que yo no había defendido el triunfo. Era difícil explicar a ciudadanos molestos que la diferencia había sido brutal y que solo se contó con la representación del 40 por ciento de las casillas y que, aun así, se había impugnado.
El 2024 fue de contrastes, de emociones intensas. Nunca olvidaré el Zócalo lleno de hombres y mujeres libres que genuinamente querían un cambio. Tampoco olvido el entusiasmo en plazas de los estados, en donde pedían vivir sin miedo. Al final, el aparato se impuso, pero como dije: hay vida después de una derrota presidencial.
Entré en introspección. Me permití sentir tristeza y acepté la realidad. Terminé con el agobio. Entendí que hay situaciones dentro y fuera de mi alcance, reacomodé mis prioridades y poco a poco comencé a reinventarme.
Atendí el llamado de mi cuerpo. Me convertí en una persona “fit”, y no me refiero a ser delgada, sino a hacer mi cuerpo funcional. Me puse en manos de una nutrióloga y una entrenadora. Bajé 22 kilos con una dieta de 1200 calorías diarias y entrené prácticamente seis días a la semana de este año que concluye.
Sonrío más, gozo ver a mis hijos retomar sus caminos: Juan Pablo en la empresa y Diana en el arte. Vacaciono con Rubén. Los verdaderos amigos se quedaron y los veo con más frecuencia. Me actualizo en nuevas tecnologías en el campo de la ingeniería, realizo maniobras sofisticadas en edificios de 40 pisos y estoy al tanto de lo acontecido en el país.
Aunque estoy en otro “mood”, como me dicen los jóvenes, sigo levantando la voz. No es momento para quedarse callada. Soy un animal político. Soy de la oposición sin miedo. Seguiré señalando la corrupción y la impunidad, los excesos del gobierno. En 2027 apoyaré a los mejores perfiles.
El reto es tener la habilidad de resistir caídas sin romperse y ponerse de pie con mayor fuerza. Feliz Año Nuevo para todas y todos ustedes.
Comentario final
Iniciamos 2026 y algunos morenistas siguen sin castigo y disfrutando de vacaciones. Semana trece, ¿Cuándo terminará la impunidad de Adán Augusto López?

