Siempre expresaré mi admiración por el valiente Papa Francisco. Como líder espiritual de la Iglesia Católica nunca mostró temor en impulsar su modernización, a pesar de ser una institución milenaria y conservadora.

Desde su barrio porteño de Flores, en Buenos Aires, Argentina, defendió a los más pobres y, con el paso de los años, se convirtió en sacerdote jesuita que luchó contra el autoritarismo y, después, en el Sumo Pontífice que llamó a los jóvenes a hacer “lío” y, sin miedo, expresó sus ideas progresistas y revolucionarias.

Así como Francisco fue sencillo, auténtico e impresionante, así fue el encuentro que sostuve con él y mi familia, el 13 de febrero del año pasado, en la Casa de Santa Martha, en el Vaticano, cuando fui aspirante a la Presidencia de México.

No olvidaré que durante la pequeña espera en la sala de la residencia del Papa, escuché el sonido de platos y cucharas en una habitación contigua, lo que me indicó que alguien terminaba de comer. Minutos después, desde esa misma habitación, salió despacio, por su propio pie, el Papa Francisco.

Su rostro cordial y dibujada sonrisa me animó a acercarme a saludarlo, sin mayor protocolo.

Me habló de la imagen que tenía en ese recibidor: la Virgen de los Nudos, cuya advocación es que la virgen desata los problemas y dificultades a fin de superar la adversidad y encontrar la paz. La explicación del Santo Padre me dio pie para hablar del grave problema de seguridad que se vivía y aún se vive en el país. Le expresé la necesidad de que la Virgen nos ayudara a afrontar la cruenta violencia y la creciente problemática de desaparecidos en México.

Hablamos sobre el dolor de madres buscadoras y de los indígenas desplazados en Chiapas.

En mi corazón llevo esta profunda experiencia espiritual y también las fugaces bromas que hizo con Juan Pablo sobre fútbol, con Diana sobre su próximo matrimonio y con mi marido sobre su paciencia para aguantarme.

Para mí, uno de sus principales legados es la carta encíclica Fratelli Tutti, que significa “hermanos todos”, publicada en 2020. Esta expresión fue usada por San Francisco de Asís y el Papa la empleó para referirse a la fraternidad y la cultura del encuentro.

En la carta se pronuncia por rehabilitar la política y hace una crítica al desprecio de los débiles, el cual, escribe, puede esconderse en formas populistas, que los utilizan demagógicamente para sus fines, o en formas liberales al servicio de los intereses económicos de los poderosos.

Convoca a una fraternidad abierta que permita reconocer, valorar y amar a cada persona más allá de la cercanía física, más allá del lugar del universo donde haya nacido o donde habite. Es decir, más allá de las diferencias.

Como un ser misericordioso, llama a dejar atrás la cultura del descarte que consiste en excluir a las personas consideradas no productivas como a los ancianos, a personas con discapacidad o a personas que viven en la pobreza.

Este reconocimiento, señala, solo es posible a través del amor.

Nos despedimos del encuentro con una solicitud y una promesa de su parte: recen por mí, que yo lo haré por ustedes.

Larga vida al legado del Papa Francisco.

Comentario final

Condenable que el gobierno de Estados Unidos haya contratado la difusión de spots antimigrantes en la televisión mexicana. Las autoridades deben investigar y aclarar por qué se transmitieron y garantizar que no vuelva a ocurrir.

No es congruente que, por un lado, las autoridades mexicanas digan que van bien las negociaciones con Estados Unidos y, por otro lado, nos sorprendan con estas campañas en nuestro propio país.

Ciudadana

@XochitlGalvez

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