La piramidación social está íntimamente vinculada a la lucha de estratos, germina esencialmente cuando diversos grupos e individuos se esfuerzan por aumentar su posición de influencia con la consecuente gratificación.

Es un fenómeno del hombre, sin duda manipulable; es creciente, el que manda decide hasta cuándo y cuánto ¿a quién le interesa acabar con los problemas que dirigen la atención del imaginario a un antagonista inexistente que curiosamente no es la delincuencia? Es paradójico, la derecha suele enconcharse, disfruta atrincherarse, defiende y privilegia exclusivamente a los predilectos, mientras que la izquierda estaciona su confort en el derrotero de la ruptura, del trance, del apuro, es el eje de su tarea. Ambas posturas, conservadores y liberales, sin punto medio, ni razón de encuentro, son incongruentes con las matemáticas, pero a los de palacio, en turno, la división les suma. Ni a quien irle.

México es buen ejemplo, se creó un enemigo público, lo acusaron de los obstáculos de gobernanza y le endosaron las culpas. Se trató del menos hábil en la conducción política, no es casualidad, hablo del judicial, luego, salieron a defenderse y con su paro tendieron la alfombra roja al régimen y se les atribuyó el desastre. El entonces ¿aún? obradorismo lo supo y con destreza lo operó, aprovechó y extendió la discordia teniendo como blanco a la oposición, no hay diálogo. El entendimiento es ausente. En su alocada ruta se alejó del capital y abandonó la seguridad. Enfrentar, romper y diferenciar son los pilares de la estructura en la que se construye el segundo piso de la 4T. ¿Qué sentido tiene alcanzar la paz si la convulsión da el pretexto perfecto para doblar a sus adversarios?

Las señales son claras, las vivimos de manera palpable en el cierre del sexenio del que se fue. Le bastaron siete meses para con energía desdibujar a la Corte, distanciarse del principal socio comercial del país, volver a la cargada contra la realeza española, patear el avispero del crimen, desaparecer los órganos autónomos y de paso dejar su huella generacional, Andy, entregándole a Sheinbaum la estafeta de un Estado agitado que le permitió justificar su dominio, sin debate, en absoluta etapa de descomposición, bajo la ley de la selva, muy de cerca al agotamiento que conlleva a la anhelada resolución en la que ya no importarán los daños colaterales, al final de cuentas, lo que se ambiciona es la tranquilidad al costo que sea. Es el manejo del poder en el que el ciudadano no representa valor alguno.

El horizonte no es el ideal. En cuatro semanas iremos a las urnas a elegir a cientos de jueces, magistrados y nueve togados, en un clima de impunidad, en calles manchadas de sangre, poblaciones al garete, sujetas a la brutalidad del terror. En el hemisferio, la Casa Blanca del nacionalismo lacerante, sometiendo al mundo a punta de aranceles, una presidencia en la que se apuesta el futuro de tantos en manos de uno solo, Donald Trump.

No se atina en dónde buscar la concordia perdida, simplemente no la encontramos, si alguien lo hace que nos lo diga. Es el reino de la crisis, en el que a un puñado de morenistas le conviene mantenernos, son expertos en ello.

Abogado. @VRinconSalas

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