El domingo fueron los sufragios y por lo menos, en inicio, la reforma comenzó mal. La jornada mostró la apatía de la principal razón de su iniciativa, la ciudadanía. Una mayoría significativa se abstuvo y los pocos que asistieron no tenían claro qué votar, fruto del diseño de las campañas que nadie vio. La pregunta redundaba ¿a quién elijo si no los conozco?

En su acto inaugural fracaso, seamos críticos, sin duda, hay que corregir o en su caso revertir el disparate. El problema es que se experimenta con la administración de justicia, la parte más sensible del Estado, ante un pueblo azotado por la impunidad que se expresó: al 89% del padrón no le interesó decidir cuáles serán sus árbitros. Penoso, abundaron los ‘acordeones’ que evidenciaron la manipulación de muchos, casillas desérticas, pero curiosamente, Hugo Aguilar Ortiz obtuvo 5 millones de votos, si se descuentan los nulos, las matemáticas no engañan, uno de cada dos electores le dieron su confianza. El desaseo afloró.

Es verdad, aún sigue en funciones una estructura que ha sido ajena a la sociedad, con pleitos eternos, extravíos que se arrastran por décadas, quizá siglos, sin que hoy en día contemos con cortes prestigiosas a las que se acuda con confianza. Es la realidad. Sin discusión, se sabía la urgencia de intervenir y poner orden, sin embargo, implicaba el aparato completo, policías, ministerios públicos, fiscales y desde luego, tribunales. Maquiavélicamente se optó por aniquilar al eslabón más profesional de la vieja cadena judicial, lo sucedido, da al traste al deseo legítimo de prosperar. No se atendieron los cimientos del desastre, los procedimientos, la transparencia, la disciplina.

El siguiente escalón por vivir es el ejercicio de los elegidos, saber si fue la ruta adecuada y eso lo atestiguaremos con el tiempo. Nos juzgarán personas sin experiencia y al final seremos sentenciados por la historia: la generación que permitió a una corriente destruir lo que existía.

Son las secuelas de la furia de López Obrador, de la incomprensión de gobernar bajo la ley, entender que había que obedecer los veredictos aun cuando le eran adversos, son las reglas de la República, a las que juró someterse, pero que en su cotidianeidad le fascinaba desafiar.

No impera lógica en el discurso ni en la acción, no todo se le tiene que dejar a la gente, no somos una oclocracia. Justo estábamos perfeccionando nuestros contrapesos institucionales y sin aviso nos pegó el huracán de la 4T y arrasó. Si la base de su credo es empoderar a las multitudes, que sean genuinos ¿por qué no se lleva a las urnas los ascensos militares, el gobierno del Banco Central, la titularidad de la Secretaría de Hacienda, de Seguridad Pública, y Marina? Sencillo, no es dable, porque son áreas técnicas que deben estar en manos de los mejores. Definitivamente la bondad de las masas no es la vía, la vendetta se planeó y se emboscó con una farsa electoral al garante del derecho.

La sensatez nos abandonó, el decoro se esfumó y la venganza se consumó. Es falso que se cobraron cuentas a los ‘rebeldes’ de Pino Suárez, objetivamente el atropello es en perjuicio de los mexicanos. Morena no se condujo con respeto a las libertades, simplemente aplastó y se impuso.

Cierto, llegarán los nuevos, se sustituyeron las cabezas, no los vicios. Es este México de las ocurrencias sin consecuencias, sí, aquí no pasa nada.

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