La historia americana tiene su origen en la ‘Libertad Ordenada’. Su distinción se centra en la supremacía de la ley. Su filosofía no es complicada, si la infringes habrá una consecuencia, en cambio, si eres leal, perseverante y disciplinado tendrás altas posibilidades de alcanzar tus metas, hay certeza. La noción reconoce de manera irrefutable al individuo inserto en una sociedad sometido a serios límites en sus decisiones que no deben rebasarse, aún en su privacidad, debido a que el derecho rige en toda circunstancia. Pensar lo contrario acarrearía consentir que en ese espacio las normas no existen provocando un vacío en la organización.
No cabe duda de que la hegemonía global está en manos del pujante vecino y saben que el predominio que ostentan es resultado de la acumulación de principios que gravitaron en el imaginario hasta que se fijaron como objetivo común. La igualdad estatutaria permitió a muchos a amasar monumentales fortunas sin sindicarse al gobierno, sabían que al final del día habría un mandato y si este se violaba una Corte los protegería.
Estas significaciones se diluyeron en las últimas décadas al dar un giro diametralmente opuesto que los llevó a transitar por la ruta de la ‘Libertad Absoluta’ cuyo eje es la desregulación de las conductas. A guisa de ejemplo, la despenalización californiana del robo cuando el monto no excede de ciertos parámetros; el uso del lenguaje inclusivo o el aborto bajo la justificación emancipatoria de la mujer sobre su cuerpo. En lo económico se identificó la construcción de enormes grupos conformando bloques de producción para satisfacer el consumo con la pretensión de quedarse con un pedazo de la riqueza. La tesis se apoya en que a menor intromisión de la autoridad el humano ejercerá una prudente soberanía en sus actos.
No funcionó. El experimento de la extrema permisibilidad fue un fiasco. Sus grandes ciudades lucen más violentas, la lucha por el mercado de los narcóticos se las exportamos, cruzó la frontera y lo que veían lejos se volvió cotidiano.
Después de vaivenes, la reciente elección presidencial dejó claro que se inclinan por el retorno al control que dan las instituciones en un ambiente de firmeza observado por las reglas y han comenzado con su restablecimiento. El arribo de Donald Trump presupone una sacudida interna y la reconquista del liderazgo mundial a través de acciones concretas en entornos cercanos, no se niega que fruto de la tecnología, comunicaciones y transportes, el mundo se achicó.
Son cuantiosos y poderosos los intereses que sustentan al gigante de las barras y las estrellas y en esa ecuación geopolítica el valor al sur de la línea del Río Bravo es cero. México es un partner comercial incómodo que no aportó inversión ni trabajos, se los quitó. La idea es someterlo.
El hartazgo es evidente, en enero vendrán ásperas medidas arancelarias, migratorias y quizá militares a nuestra Nación, con el soporte de la heterogénea población estadounidense en la que no pocos latinos se asimilaron a un régimen que vela por la paz de los suyos.
Secuela de la corrupción, tres generaciones de mexicanos crecieron en el imperio del crimen, les es extraña la tranquilidad ¿Se opondrán a que un ajeno la imponga?