Regularmente el juego democrático implica la llegada de unos y otros que, con visiones encontradas, pero haciendo uso de la estructura del país, ofrecen alternativas diferentes a la que se sustituye. Lo hemos vivido, diría, disfrutado. Con el arribo de Fox al inicio de este siglo, el panismo tuvo en sus manos la oportunidad de transformar, fortalecer las instituciones y dejar huella para los venideros, sin embargo, la perdieron. No dieron el golpe de timón que se anhelaba y sacar al priismo de Los Pinos, con todo lo que significaba, fue quimera. Sí, florecieron los nuevos y con ellos la construcción de un clasismo diferente, rancio, tan siquiera el tricolor presumía la cultura del esfuerzo, los blanquiazules la de la herencia, la del abolengo, muy lejana a los menos favorecidos. No es pecado, ni una ni otra ni la actual, son concepciones del quehacer público que distinguen a cada fuerza, mientras que el morenismo sustenta su discurso en ‘primero los pobres’ y para lograrlo, ejerce la concentración de la economía en un Estado rector, la oposición se divide en centroizquierda y derecha, con los consecuentes matices en la conducción.
Son los vaivenes de la práctica electoral: se lanzan las ofertas, la ciudadanía las reflexiona, luego elije y el resto lo sabemos, es poner en acción las ideas y esperar el resultado. Es lo usual, de hecho, es el diseño de las libertades occidentales.
Hasta aquí no hay sobresaltos. El problema surge cuando los empoderamientos son absolutos y vuelven apetecible lo arbitrario, rebasan los límites de su mandato, rompen con el principio de contención y eliminan el sistema. Es la ruta del autoritarismo que se avizora con la 4T.
¿Por qué se cambió a la Corte? Porque no gustaron sus fallos, incomodaron a López Obrador y tomó venganza. Es evidente que no se buscó mejorar, sino garantizar el dominio total de quien en un régimen de pesos y contrapesos tiene la última palabra, el Juez. Lo he dicho, he insisto, era imperiosa la reforma, sí, pero no en la vía que se planteó, porque aprovechándose de la necesidad se redujo del control constitucional a autoridades que cotidianamente suelen actuar de manera avasalladora ¿quién los detendrá? Estamos al garete.
Apenas el lunes comenzó una época en la que se pondrá a prueba el inaugurado andamiaje guinda, la fotografía habló por sí sola: la Ejecutiva Sheinbaum en el Salón de Plenos del Alto Tribunal, franqueada por los representantes de las Cámaras de Senadores y Diputados, arropada por los Ministros. Hubo encanto, sonrisas, abrazos, aplausos, esta vez nadie se quedó sentado. Se le recibió con las puertas abiertas y se le despidió con honor a su investidura.
¿Habrá sumisión? Está por verse. Lo que es realidad es que, el movimiento obradorista dispone en el Congreso de la Unión, en más de la mitad de las legislaturas locales y gubernaturas, la inmensidad de ayuntamientos, la administración federal, maneja la llave de la hacienda y ahora a la Suprema Corte.
La habilidad de gobernar no radica en alcanzar el mando y apropiarse de él, es edificar respetando los cimientos de lo que tanto costó levantar, privilegiando el debate para concluir en consensos. La Presidenta la sabe, pero ¿lo hará?






