La democracia no es un concepto pétreo, inquebrantable e intocable, por el contrario, es absolutamente dinámico y adaptable. Las percepciones de libertades que surgieron de las brillantes mentes griegas hace dos mil años en nada se parecen a las actuales.
A guisa de ejemplo, por décadas en el México del siglo pasado el mando se concentró en una sola fuerza, el priismo, de hecho, el presidente en turno tenía canonjías autocráticas. Los entonces ‘contrapesos’ obraban en protección de los intereses del Ejecutivo, alejados de los equilibrios republicanos. Fue hasta los setenta que, ante reclamos de la oposición en el escenario del debate, se dio paso a los plurinominales, abriendo la conformación de la Cámara de Diputados a las minorías partidistas. Por cierto, de esta acción germinaron voces que ahora forman parte del régimen; los que antes elevaban sus luchas mediante la retórica parlamentaria hoy son el oficialismo.
Si se acepta la mutación permanente del sistema, es válido esbozar la transformación para perfeccionarlo, sin embargo, como lo externé en esta columna (El Universal, 6 de agosto de 2025) no es el momento debido a la ausencia del antagónico en la obligada discusión para conseguir el mejor acuerdo, es verdad, solo oímos un discurso. No obstante, dejo aquí tres inquietudes:
La primera, uno de los grandes paradigmas es la postura que adopta el gigantesco y siempre mayoritario bloque del abstencionismo, ya sea por desinterés consecuencia del desaliento, frustración o hastío. En la elección de 2024, Sheinbaum resultó triunfadora con casi 34 millones de voluntades, a pesar de eso, el doble optó por no sufragar. Esto revela que, aún con su aplastante victoria, un conjunto importante de electores no la acompañó, empero, al no acudir a las urnas, son un mero fantasma, sin efecto ni objeto ¿cómo vindicarlos? quizá con representación aleatoria tomada del silencioso grupo para que se hagan escuchar, al final su apatía pesa.
El segundo son los menores de 18, mujeres y hombres con responsabilidades, pero se les impide votar. Muchos trabajan y contribuyen a la hacienda pública, otros tantos son madres o padres que llevan en sus espaldas la carga de suministrar alimentos y liderear una familia. También existe un buen número que, por cometer alguna infracción, están en prisión. Sin duda, nos alcanzó el futuro, hay que replantear la edad mínima, sobre todo, de cara a las recientes generaciones que están sobradamente informadas y son sumamente críticas.
El tercer tema son los residentes extranjeros legales; pagan impuestos, participan en las comunidades, sufren de las decisiones de las autoridades, pero no las pueden elegir, permitir su involucramiento, por lo menos en las municipales, sería reconocer sus derechos políticos fundamentales.
Ser progresista implica la integración, incluso, de los apáticos. Nos invita a madurar en función de la unificación de lo que nos entraña como país, ampliando los beneficios que da el poder de la boleta. El paraguas de ciudadanía tiene que expandirse, no acortarse, reverso al de la nacionalidad que concierne cuestiones culturales y de pertenencia, dentro del cual caben restricciones.
No diferenciarlos nos ubica como una sociedad cerrada, necia, al margen de la naciente noción de ‘sujetos del mundo’ en el que evidentemente la tecnología, cada vez, lo achica más.
Tres pinceladas en el lienzo de las ideas.
Abogado. @VRinconSalas

