Todas las grandes crisis económicas a lo largo de la historia han detonado cambios que cuesta trabajo entender en el momento y que solo el tiempo permite ponderar. La crisis de 2020 no es la excepción. El mercado laboral es distinto, los incentivos para motivar a los trabajadores son diferentes a los que eran tan solo unos años atrás, consumimos bienes distintos y de formas distintas y la forma de ver el mundo cambia.
Cualquiera que haya estado cerca de un salón de clases en los últimos años ha sido testigo de los cambios. La irrupción de los teléfonos, la dificultad de tomar un lápiz para tomar notas o incluso la incapacidad de leer por más de tres minutos seguidos un libro de texto han cambiado la forma de enseñar y por supuesto, la de aprender.
Pero el mercado laboral también cambió. Hoy se demandan más habilidades que carreras y más capacidades que conocimientos. ¿Cómo lograr cerrar esa brecha entre lo que sucede hoy en el universo educativo y la preparación para el mundo laboral? La educación técnica —idealmente implementada desde un esquema dual— podría dar alguna solución.
Hablar de educación técnica tiene ciertos estigmas. Nos quedamos con la idea de las carreras técnicas de hace décadas. Hoy las carreras técnicas están más alineadas con la tecnología, la digitalización, la automatización. Suelen tener alta empleabilidad y no requieren una licenciatura o una ingeniería que tome cuatro o cinco años. Ejemplos hay muchos: ciberseguridad, computación en la nube, diseño de aplicaciones, administración de redes, impresión en 3D, mantenimiento industrial predictivo, biotecnología aplicada, eficiencia energética.
La educación técnica debería de tener un potencial enorme en México, sobre todo en un momento en el que pudiera abrirse una nueva oportunidad de crecer en ciertas industrias de sectores específicos sustituyendo a algunos países asiáticos. Pero uso el condicional porque en este momento no lo tiene. En 2005 había 8.2 millones de estudiantes de licenciatura. Ese número creció a 20 millones en 2024. Las carreras técnicas tenían también en 2005 4.1 millones de estudiantes, y en 2024 ese número había disminuido a 3.4 millones.
Sabemos teóricamente que las carreras técnicas pueden representar cambio de vida para millones de jóvenes, pero cuando las universidades abren esas opciones la probabilidad de que las cierren a los pocos años es alta. No encuentran la demanda que satisfaga la oferta.
Parte del problema es que estudiar una licenciatura dejó de ser una decisión académica y se convirtió en una aspiración. Para muchas familias, una carrera universitaria sigue siendo un símbolo de movilidad y prestigio.
El desafío es cultural, sí, pero también institucional. Urge un sistema que articule de verdad a empresas y escuelas, que dé certidumbre a los jóvenes y que actualice constantemente los programas técnicos con base en la demanda real. Requerimos información clara sobre salarios, trayectorias profesionales y empleabilidad para que elegir una carrera técnica no sea un salto al vacío, sino una decisión informada.
Y necesitamos romper la idea de que el éxito profesional solo llega por la vía universitaria. La movilidad también se construye con habilidades, con formación continua, con trayectorias flexibles, no únicamente con títulos largos. Si queremos cerrar la brecha entre lo que enseñamos y lo que se necesita para trabajar, tendremos que atrevernos a quitarle la mala fama a la educación técnica y construir opciones que, más que aspiraciones, se conviertan en verdaderas oportunidades.

