Por: Diana Sandoval Perevochtchikova

En el suroeste de Chihuahua, en la “puerta de entrada” de la Sierra Tarahumara, el bosque, las montañas y barrancas son parte esencial del entramado de la vida rarámuri, y “hacer arte” es una herramienta para comunicar lo que está pasando y lo que preocupa y lo que se siente.

El taller Surcando el Arte, con sede en Creel, un pueblo en el municipio de Bocoyna, es una iniciativa de la organización SINÉ COMUNARR y el Programa de Interculturalidad y Asuntos Indígenas de la Ibero Ciudad de México, que funge como espacio de expresión, creación y que encuentra en el grabado una alternativa para contar la forma en la que se vive en la comunidad. Su colección Nosotros el bosque es un testimonio gráfico de una problemática que ha dejado heridas por más de tres décadas: la deforestación. A través de sus obras, se denuncia la destrucción y tala desmedida de los árboles, haciendo visible la defensa de la tierra, entendida no como recurso natural, sino como lugar de vida, memoria y cotidianidad.

Cada grabado construye una estética distinta de lo que significa el bosque: se muestra en movimiento, con figuras y sombras que fluyen entre lo humano, lo animal y lo vegetal. Hay cuerpos que se entrelazan con ramas, miradas que emergen desde las hojas, raíces que sostienen historias. No sólo se trata de estampas que representan una realidad, sino también que nos interpelan. Nos invita a ver el bosque no como un “otro” distante, sino como una extensión de nosotras y nosotros mismos.

La Tarahumara, como muchas regiones indígenas en México, enfrenta despojo territorial, tala ilegal, fuego y violencia estructural. Frente a ello, Surcando el Arte ha construido una posibilidad para narrar aquellas tensiones que atraviesan la vida cotidiana de las personas que habitan y cuidan la tierra. El taller facilita que niñas y niños, jóvenes, adultos y cualquier visitante compartan desde sus propias miradas los paisajes que les rodean, pero también las formas de resistencia y re-existencia.

Nosotros el bosque se convierte así en un archivo visual de las relaciones entre los pueblos y su entorno, pero también en una propuesta política: afirmar el derecho a habitar, acompañar e imaginar el territorio desde una lógica distinta. La tinta y el papel, por su capacidad de reproducción y circulación, permite que estas imágenes se conviertan en una especie de caja de resonancia que trasciende el Valle de los Monjes, las Barrancas del Cobre, la querida Sierra Tarahumara, para llegar a recordarnos que perder el bosque es perdernos nosotros también.

En un momento donde la crisis climática y los conflictos por el territorio se intensifican, no podemos ignorar que defender la tierra es sostener la vida. Los grabados no solo denuncian la destrucción del ambiente: refleja, desde la experiencia comunitaria, cómo el bosque es parte del ser de quienes lo caminan, y que nos invitan a sentir la urgencia de conservarlo.

Programa de Interculturalidad y Asuntos Indígenas

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