Por: Laura Pedraza Pinto
Coordinadora de Vinculación e Incidencia
Centro de Estudios Críticos de Género y Feminismos
Universidad Iberoamericana Ciudad de México
Más allá de las celebraciones comerciales que inundan las redes sociales, el 8 de marzo debe ser un recordatorio de los esfuerzos diarios de miles de mujeres que, a pesar de las adversidades, siguen luchando por el reconocimiento y ejercicio pleno de sus derechos. Podríamos enumerar todas esas violencias e injusticias que conocemos tan bien: el acoso callejero, la brecha salarial, el “techo de cristal”, la violencia doméstica, la carga desproporcionada de trabajo no remunerado en los hogares, la inseguridad que vivimos al caminar por las calles, el machismo sistemático que permea todos los aspectos de nuestras vidas. Estas realidades, profundamente arraigadas en nuestra sociedad, se han naturalizado a tal punto que, pese a su gravedad, a menudo se convierten en palabras vacías para quienes las leen o escuchan
¿Se ha tergiversado la conmemoración del 8 de marzo? Lo que surgió como un día de reivindicación por los derechos laborales de las mujeres ahora parece haberse convertido en una estrategia de mercadotecnia, la cual no debería ser una excusa para el purple-washing ni una oportunidad para que las empresas conviertan la causa en un recurso comercial. Utilizar los feminismos y la lucha por los derechos de las mujeres como un simple gancho publicitario, sin un compromiso real con la igualdad de género, no sólo es una contradicción, sino que también perpetúa el statu quo.
De hecho, más allá de los gestos superficiales, estamos viviendo un backlash antifeminista global que se ha intensificado en los últimos años. A nivel mundial, han surgido posiciones cada vez más agresivas en contra de los movimientos feministas y de los derechos de las mujeres. Este retroceso no sólo ataca las políticas públicas que buscan la protección de sus derechos, sino que también busca deslegitimar los avances conseguidos hasta el momento. Un claro ejemplo de esto es el gobierno de Donald Trump, que emitió órdenes ejecutivas para restringir el acceso al aborto, tanto al interior de su país como a nivel internacional, eliminando fondos para organizaciones en el extranjero que promueven o proporcionan servicios de interrupción del embarazo. Asimismo, la reincorporación de Estados Unidos al Consenso de Ginebra ―una declaración firmada por 34 naciones que busca limitar el acceso al aborto a millones de mujeres y niñas en todo el mundo― reforzó estas restricciones.
En el contexto latinoamericano, el gobierno de Javier Milei en Argentina busca eliminar la figura del feminicidio del Código Penal, bajo el argumento de que “ninguna vida vale más que otra”. Esta visión simplista e irresponsable pasa por alto el hecho de que el feminicidio no es sólo un asesinato, sino la expresión más extrema de una violencia estructural que refleja las profundas
desigualdades y las discriminaciones que enfrentan las mujeres todos los días. La eliminación de esta figura legal significaría un grave retroceso en la protección de sus vidas y un intento de deslegitimar la lucha contra la violencia machista.
Es necesario recordar que el 8 de marzo no es una fecha para olvidar o banalizar los logros alcanzados, sino para reflexionar sobre lo que aún falta por hacer. La lucha por la igualdad de género y por la protección de los derechos de las mujeres y las niñas no puede ser reducida a un discurso de marketing ni convertirse en una herramienta para distraer de los verdaderos problemas. Las mujeres exigimos justicia, respeto y dignidad. Por ello, este 8M debemos ser conscientes de que cada paso hacia la igualdad es el resultado de años de trabajo incansable y que las luchas por nuestros derechos continúan más vivas que nunca.
Si realmente queremos honrar a las mujeres en este día, debemos dejar de lado los gestos vacíos y abrazar un compromiso real con la justicia social, que implica tomar acciones concretas para erradicar la violencia de género, garantizar la igualdad salarial, mejorar el acceso a la salud sexual y reproductiva, y, lo más importante, asegurar que todas las mujeres, sin importar su origen, condición social o edad, vivan libres de violencia y discriminación.