Hay decisiones que no se niegan, pero tampoco se toman. Se posponen. Se enredan en trámites, se ahogan en mesas de trabajo, se archivan entre excusas. No es que falte el acuerdo, es que falta la voluntad. Así opera el sine die, una fórmula discreta pero poderosa con la que las instituciones y a veces también las personas, escapan a su deber más elemental: el de actuar.
En la historia política y jurídica del último siglo, hay múltiples ejemplos de cómo el sine die ha operado como barrera para la justicia y la transformación. En México, el reconocimiento constitucional del derecho a la salud ha estado presente desde la reforma de 1983. Sin embargo, durante décadas, fue más declarativo que operativo. Los sistemas de salud pública se mantuvieron fragmentados, desiguales y sometidos a criterios de acceso condicionados por el empleo, la burocracia o la geografía. El resultado fue una desigualdad estructural que mantuvo a millones de personas en espera de una atención digna.
Fue recién con la llegada del proyecto de transformación encabezado por el presidente López Obrador que se tomó con seriedad el mandato constitucional. La creación del sistema IMSS-Bienestar y la estrategia de federalización de los servicios marcaron un nuevo rumbo, uno que la presidenta Claudia Sheinbaum ha asumido con firmeza, comprometiéndose a consolidar un sistema único de salud pública, gratuito, universal y sin cuotas de recuperación. El derecho a la salud deja de estar en el archivo sine die y comenzó, por fin, a escribirse con hechos.
En contraste, el presidente Trump ha reiterado varias veces su promesa de presentar un plan de salud alternativo al Obamacare, sin haberlo concretado hasta la fecha. Desde su campaña presidencial en 2016 y durante su administración, Trump prometió “derogar y reemplazar” la Ley de Cuidado de Salud Asequible (ACA). Sin embargo, nunca presentó un plan concreto y, en múltiples ocasiones, aseguró que lo daría a conocer “muy pronto”, sin ofrecer detalles específicos. Un ejemplo claro de sine die: una promesa central, reiterada y políticamente útil, suspendida indefinidamente, sin cronograma ni compromiso verificable. Sirve para mantener el discurso activo, pero evita el costo político de concretar.
La presidenta Sheinbaum ha asumido el liderazgo de la Cuarta Transformación con un enfoque técnico y disciplinado, buscando consolidar los avances sociales y económicos iniciados por su predecesor. Su Plan Nacional de Desarrollo 2025-2030 establece metas claras en áreas como soberanía energética, autosuficiencia alimentaria y fortalecimiento del mercado interno. Sin embargo, analistas han señalado que el verdadero desafío para el proyecto de nación no proviene de la oposición, sino de las prácticas internas que podrían desviar los objetivos transformadores. Pablo Gómez, figura histórica de la izquierda mexicana, ha enfatizado la necesidad de que la presidenta lleve a cabo una profunda reforma democrática, económica y sindical para extender la democracia y resolver la inmensa desigualdad en el país.
Y es que el sine die no solo se expresa en la legislación congelada o en los proyectos archivados; se manifiesta en los silencios cómodos y en las omisiones sostenidas. Basta pensar en iniciativas de regulación que se anunciaron con firmeza pero cuya entrada en vigor se ha detenido indefinidamente; en procesos de ordenamiento urbano que se aplazan una y otra vez bajo la promesa de mayor diálogo; en sistemas públicos diseñados para proteger a los más vulnerables que siguen pendientes de una implementación efectiva; en infraestructuras prometidas cuya construcción nunca comienza; o en programas de atención integral que, tras su presentación inicial, han quedado sin ruta ni presupuesto.
En este contexto, es crucial que los gobiernos locales y las instituciones mantengan el ritmo de la transformación, evitando caer en la inercia del sine die. La postergación de decisiones y la falta de acción pueden erosionar la confianza ciudadana y poner en riesgo los avances logrados. Cada día cuenta en la construcción de un país más justo y equitativo.
El sine die debe quedar atrás, porque el cambio verdadero no llega con decretos ni con consignas, sino con acciones que se atreven a tener fecha, plazo y rumbo. La transformación requiere uld, sentido de urgencia y compromiso con la sociedad.
Académico y especialista en políticas públicas en materia de procuración de justicia y paz