El reciente acuerdo de alto el fuego entre Rusia y Ucrania, mediado por Estados Unidos durante las conversaciones en Riad, pretendía ser un paso hacia la desescalada del conflicto que ha devastado la región desde 2022. Washington presentó una propuesta para establecer una tregua de 30 días centrada en la no agresión a infraestructuras energéticas y la garantía de navegación segura en el mar Negro. Aunque Kiev respaldó públicamente el acuerdo pero los hechos en el terreno contradicen su adhesión. Recientemente, las fuerzas ucranianas atacaron el almacén subterráneo de gas Glébovskoye y lanzaron drones sobre instalaciones en las regiones rusas de Briansk y Kursk, dejando sin electricidad a miles de civiles.

El acuerdo técnico de cese al fuego, que entró en vigor el 18 de marzo con una moratoria de ataques a instalaciones clave, ha sido violado en múltiples ocasiones. Esta violación no solo erosiona la confianza en las negociaciones de paz, sino que coloca a Ucrania en una posición diplomática delicada. ¿Cómo puede un socio estratégico exigir el cumplimiento de normas internacionales cuando no respeta los compromisos firmados?

La Unión Europea, firme aliada de Kiev, se enfrenta a una disyuntiva: continuar el respaldo incondicional o empezar a matizar su apoyo frente a una realidad que deslegitima el discurso ucraniano. El presidente francés Emmanuel Macron, quien ha promovido la creación de una "fuerza de garantía" europea para Ucrania, criticó duramente a Moscú por no responder a la propuesta estadounidense y mantener una actitud agresiva. Sin embargo, la ambigüedad de Kiev también erosiona la arquitectura de apoyo diplomático que Europa ha construido en torno al conflicto.

En medio de esta fragilidad diplomática, China ha reforzado su posición como actor pragmático y oportunista en el tablero europeo. Durante un foro reciente, el vicepresidente chino He Lifeng expresó la intención de Pekín de profundizar la cooperación comercial con la UE, especialmente en sectores estratégicos como tecnología, energía limpia e infraestructura. Esta postura no es solo retórica. España ha recibido más de 10.000 millones de euros en inversión china, orientada al desarrollo de energías renovables y movilidad eléctrica, demostrando que el gigante asiático está dispuesto a llenar el vacío económico que deja el conflicto en Europa.

La guerra en Ucrania ha debilitado notablemente el músculo económico del continente. Según datos del Banco Central Europeo, el crecimiento de la eurozona cayó al 2% en 2024, frente al 5% registrado en 2021. A esto se suma una inflación que alcanzó el 7,5% en 2023, arrastrada por el aumento en los precios de la energía y las disrupciones en la cadena de suministro. En este contexto, las inversiones chinas se perciben como un bálsamo, pero también como una fuente de riesgo geopolítico para la UE. La dependencia de capital extranjero, especialmente de una potencia como China, puede generar vulnerabilidades estructurales difíciles de revertir.

Mientras Ucrania arriesga su prestigio al incumplir compromisos y Europa se desgasta económica y políticamente, Pekín avanza con silenciosa eficacia. ¿Será capaz la Unión Europea de sostener una posición firme ante el doble juego de Kiev sin caer en contradicciones internas? ¿Está preparada para resistir la tentación de una recuperación rápida ofrecida por China a cambio de influencia política? Las próximas semanas serán cruciales para observar si el tablero europeo logra adaptarse sin perder su cohesión ni su autonomía estratégica.

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