La tregua anunciada hace apenas una semana en la franja de Gaza se vendió como un hito, un “nuevo comienzo”. Sin embargo, las heridas siguen abiertas. En los últimos siete días, al menos noventa civiles han sido víctimas de bombardeos israelíes, a pesar del alto al fuego. El problema ya no es únicamente quién lo rompió primero, sino que la tregua se convierte en una fachada mientras la crisis humanitaria continúa intacta.

Esta semana, el ingreso de alimentos a Gaza apenas alcanzó 750 toneladas por día, muy por debajo de las dos mil toneladas diarias requeridas según los datos más recientes de las organizaciones humanitarias que operan sobre el terreno. La interrupción del paso en los cruces del norte permanece, incluso cuando cientos de miles de personas dependen de esa ayuda para sobrevivir. En otras palabras: no solo hay fuego desde el cielo, sino falta de comida en el plato.

Cuando se habla de paz, estos son los hechos que retan la narrativa. La presentación del acuerdo como solución definitiva resultó engañosa. No existía un mecanismo público verificable para controlar los ataques o las incursiones; tampoco se definieron corredores de ayuda garantizados al norte de la franja y la reconstrucción quedó relegada a un segundo plano. Es decir, se pactó una tregua, pero no una paz. Y eso explica por qué, incluso ahora, los hospitales están bajo presión, los periodistas siguen en riesgo, y los bombardeos no paran.

El primer ministro israelí, quien mostró gran protagonismo en el anuncio del acuerdo, carga con una responsabilidad política que va más allá de la negociación. La coalición que lo sostiene depende, en buena medida, del mantenimiento de un estado de guerra. Ceder ahora debilitaría su posicionamiento interno y sus alianzas. Por tanto, la pregunta es clara: ¿el acuerdo es genuino o una maniobra para ganar tiempo? Cuando los hechos del día a día siguen señalando víctimas y escasez, se inclina más hacia lo segundo.

Apoyar a Gaza no significa ignorar las complejidades: las facciones palestinas también tienen responsabilidades, comienzan por aceptar reglas de compromiso y garantizar que la población civil no pague el precio de sus propias disputas internas. Pero es imprescindible, en este momento, atender la dimensión humanitaria que ha sido ignorada: la muerte de civiles en una tregua es simplemente inaceptable. La ayuda que no llega también es una forma de violencia silenciosa.

Para que este alto el fuego avance hacia una paz real, se requieren tres cambios fundamentales: primero, un cese verificable e inmediato de los ataques con la participación de observadores independientes; segundo, corredores humanitarios operativos en toda la franja, incluyendo el norte, que eleven de manera estable el nivel de ayuda hasta por lo menos las dos mil toneladas diarias; y tercero, un cronograma claro de reconstrucción y gobernanza civil, con protección explícita para personal humanitario y medios de comunicación. Sin estos elementos, lo único que tenemos es un alto el fuego que perpetúa la crisis.

La tregua, como se presenta ahora, aparenta más una pausa y menos un cambio estructural. Gaza sigue atrapada en un ciclo donde la violencia se congela temporalmente pero la desesperación continúa. Celebrar el acuerdo sin cuestionarlo equivale a incongruencia:

Mientras los discursos prometen “nuevo capítulo”, la realidad muestra hospitales colapsados, hambre creciente y muerte persistente.

La tregua no es suficiente; lo que Gaza necesita es justicia, reconstrucción y garantías para la vida. Hasta que eso exista, cada día de “paz” sin paz es simplemente otro día más de espera.

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