Cuando el colombiano Alberto Lleras Camargo fue elegido primer secretario general de la Organización de los Estados Americanos en 1948, a nadie le pareció destacable que fuera un hombre. En esa época, era casi impensable que una mujer ocupara el puesto más alto en instituciones políticas importantes. En al menos una docena de países de América Latina y el Caribe, en 1948, las mujeres ni siquiera habían ganado el derecho a votar en elecciones presidenciales.
Afortunadamente, ese tipo de exclusión ahora parece tan arcaico como una locomotora a vapor. Hoy en día, las mujeres ocupamos entre el 30 y el 40 por ciento de los escaños en los parlamentos nacionales de todo el hemisferio occidental, algunos de los promedios más altos del mundo. Y con la elección de Claudia Sheinbaum el 3 de junio, México sigue a Brasil, Argentina, Chile y otros diez países de las Américas donde una mujer ha servido como jefa de estado.
Este cambio profundo refleja avances en la igualdad de género que han transformado cada esfera de la vida pública y privada en nuestro hemisferio durante el último medio siglo. Bueno, casi todas las esferas. La OEA es un ejemplo flagrante de un tipo de institución que sigue resistiendo el giro hacia la igualdad: es una de al menos 20 organizaciones internacionales que nunca han sido dirigidas por una mujer. Ni una sola vez. Parece increíble, pero este grupo incluye a las Naciones Unidas, el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, y muchos otros organismos que toman decisiones que afectan a toda la humanidad.
Son instituciones públicas que fueron creadas para abordar problemas que claramente afectan a las mujeres y niñas que constituyen más de la mitad de la población mundial. De hecho, el capital operativo de estas organizaciones es financiado por contribuyentes de todos los géneros.
¿Qué puede excusar la ausencia ininterrumpida de mujeres en la cúpula de estas organizaciones?
Durante mucho tiempo se nos pidió que creyéramos que simplemente no había suficientes mujeres con experiencia en diplomacia, derecho, geopolítica, paz y seguridad, comercio y economía. A pesar de sus mejores intenciones, los gobiernos no podían encontrar candidatas femeninas calificadas para llenar estas vacantes.
Esto era solo una excusa para justificar las decisiones tomadas. Hoy en día, cuando decenas de miles de mujeres son reconocidas como líderes en estos campos, esta excusa es absurda.
Una razón más plausible, en mi opinión, es que las mujeres todavía somos percibidas como una amenaza a las tradiciones que aún rigen en la práctica del poder internacional. Negociaciones secretas donde los gobiernos acuerdan respaldar a un candidato masculino a cambio de favores geopolíticos están en el corazón de estas tradiciones, que perpetúan una imagen de arrogancia y falta de responsabilidad. Tales prácticas seguramente han alimentado el deterioro en la reputación de las organizaciones internacionales documentado por el Barómetro de Confianza Edelman y otros estudios.
La OEA, que esta semana comienza el proceso de nominación de candidatos para suceder al uruguayo Luis Almagro como secretario general en 2025, es emblemática de este problema. Increíblemente, de las 15 elecciones que ha celebrado desde 1948, solo una (en 2019) incluyó siquiera a una mujer candidata. En la mayoría de las ocasiones, uno o dos candidatos masculinos hicieron una sola presentación de sus planes en la sede de la OEA antes de una “elección” que se consideraba una conclusión inevitable.
Ser visto como un bastión de exclusión de género no es la razón principal para lo que ha sido descrito como la “presencia disminuida” de la OEA en temas como la defensa de la democracia. Pero si desea recuperar su posición como un foro efectivo para abordar crisis en áreas como la gobernanza, el crimen transnacional y la inmigración, la OEA necesita un “shock” de confianza.
Esto podría lograrse inmediatamente si muchos países miembros de la OEA presentaran una candidata para la próxima secretaria general. En lugar de un solo discurso en la víspera de la elección, los candidatos y candidatas deberían hacer múltiples apariciones públicas en universidades u otros lugares a lo largo del próximo año. Estos eventos permitirían a los ciudadanos debatir sus preocupaciones y establecer una conexión directa con la OEA.
Ya hay señales de que varios gobiernos miembros de la OEA apoyarían esta idea. Una elección abierta, dinámica y genuinamente competitiva con candidatas femeninas capturaría la atención de la región y del mundo. Y podría darle a la OEA la oportunidad de modelar el tipo de liderazgo inclusivo y la construcción de consensos que nuestros tiempos demandan urgentemente.
Cofundadora y Presidenta de GWL Voices, una organización que promueve el liderazgo de las mujeres en la cooperación internacional.