El miércoles, en un abierto desafío a Washington, los misiles rusos volvieron a caer sobre Kiev y otras ciudades ucranianas dejando seis muertos, dos de ellos niños. Moscú no se conformó con la brutalidad que ha vuelto cotidiana en los últimos tres años, también desempolvó los ejercicios nucleares, la carta de intimidación que Putin reserva para situaciones especiales.
Y la actual parece serlo. Esta escalada llega justo después de que Donald Trump aplazara la cumbre planeada para el 23 de octubre en Budapest, un encuentro que nació de una llamada telefónica con Putin el 16 de octubre. El encuentro, que debía reactivar el diálogo tras la cumbre de Anchorage en agosto, quedó suspendido indefinidamente luego de que Moscú rechazara la propuesta de alto el fuego impulsada por Washington.
A modo de respuesta ante el rechazo, Trump anunció ayer un paquete de sanciones económicas dirigido a Rosneft y Lukoil, los gigantes energéticos del Kremlin que manejan el 40% de su producción y a quienes acusó de financiar la invasión y alimentar la "máquina de guerra" de Putin. Las medidas, dijo el presidente estadounidense, representan “un cambio de rumbo” después de meses de paciencia con el Kremlin y buscan castigar la “falta de honestidad” de Putin. Washington al parecer, habría decidido pasar a la coerción económica con Rusia.
Este endurecimiento no surgió de la nada. En el frío agosto de Anchorage, Alaska, donde Trump y Putin se dieron la mano, Putin puso sobre la mesa exigencias inaceptables, reconocimiento de Crimea como rusa, control de las zonas actualmente ocupadas en el Donbás, elecciones en Ucrania y garantías de que Ucrania no entraría a formar parte de la OTAN. En una tensa reunión con Volodymyr Zelensky, presidente de Ucrania, el pasado 20 de octubre, Trump lo urgió a ceder terreno. Zelensky lo rechazó de inmediato, aunque dejó abierta una posibilidad, participar en esa cumbre en Budapest si venía con garantías reales, como un alto el fuego inmediato y verificable.
Trump salió molesto, echando la culpa a "los dos lados", pero con el foco cada vez más en la terquedad de Putin a quien hizo una propuesta. El rechazo final de Putin a la propuesta de alto el fuego y reparaciones de Trump fue el clavo en el ataúd. "Inaceptable", replicó el Kremlin.
"El petróleo no puede seguir pagando esta locura", remató el presidente de Estados Unidos. Si las sanciones se aplican plenamente, incluidas las secundarias a quienes comercien con petróleo ruso como China e India, el impacto podría ser profundo. Zelensky, con su "no" rotundo, nos recuerda que la soberanía no se regatea en mesas redondas; se defiende con aliados que no titubean. Washington podría tener la sartén por el mango. Trump ha puesto sobre la mesa una amenaza que no derribará a Putin pero podría, por fin, obligarlo a sentarse a negociar. Si estas sanciones catalizan un alto el fuego de verdad (verificado, justo, sin concesiones que huelan a capitulación), ganamos todos. El problema, como siempre, será que Trump no termine echándose para atrás.
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