Por décadas, el caso Watergate ha sido sinónimo de escándalos políticos. El paradigma histórico para medir la gravedad de los abusos de poder y las crisis institucionales en Estados Unidos, donde el encubrimiento y el quiebre ético expusieron un entramado de corrupción que llevaba hasta el propio presidente de la nación más poderosa del mundo.
El escándalo Watergate hizo colapsar la aprobación del entonces presidente Richard Nixon, cayendo del 62% al 24% en menos de dos años, forzándolo a presentar su dimisión ante la perspectiva, aún más humillante, de ser destituido por el Congreso. Watergate también sumió al Partido Republicano en una crisis y división interna tan profunda que le hizo perder las elecciones intermedias de 1974 y las presidenciales de 1976.
Hoy, el caso en torno a Jeffrey Epstein continúa creciendo y podría convertirse en uno de los mayores elementos de inestabilidad del gobierno de Donald Trump. Un escándalo que está minando la confianza pública en el Presidente, incluso entre su base electoral más fiel: MAGA. Un caso que, por lo visto, podría remodelar el panorama político estadounidense.
Desde que asumió el cargo en enero pasado, la popularidad del mandatario estadounidense ha caído de manera sostenida, pasando del 50% al tomar posesión a alrededor del 39% en julio, según encuestas recientes de Gallup y Pew Research. La razón principal de esta caída se atribuye al descontento con la política económica, especialmente los aranceles que han generado preocupación entre los votantes. Sin embargo, a pesar de esto, el Partido Republicano y su base electoral se han mantenido apoyándolo con escasas críticas.
Pero el caso Epstein parece estar tocando una fibra muy sensible, incluso entre sus seguidores más leales. Centrado en abuso sexual infantil y tráfico humano, el caso Epstein se ha convertido en el talón de Aquiles de la administración Trump. Una encuesta reciente de YouGov indica que el 67% cree que los responsables no enfrentarán la justicia.
Hasta hace poco, la administración Trump afirmaba que los archivos del caso incluían una “lista de clientes”, sin embargo, a principios de julio, la fiscal general de Florida, Pam Bondi —figura clave en el entorno republicano y muy cercana a Trump— anunció que no existía “una lista de clientes” ni pruebas de asesinato en la muerte de Epstein, desatando una tormenta que ahora parece imparable.
La percepción de encubrimiento y de que Trump y su equipo podrían estar protegiendo a una élite ha generado un boomerang político. Una publicación de Trump en Truth Social, donde desestimaba el caso clasificándolo como un engaño, recibió decenas de miles de respuestas, la mayoría de ellas críticas, incluso de su propia base MAGA, un hecho inusual en una plataforma donde suele reinar el apoyo incondicional.
Este caso y su posible desenlace seguirán influyendo en las decisiones políticas de la Casa Blanca. Ante la posibilidad de que su popularidad continúe cayendo, Trump podría redoblar medidas populistas para reconquistar a su base electoral, como deportaciones masivas acompañadas de redadas, nuevos aranceles o recortes fiscales. Al igual que Nixon, cuya obstinación en desestimar las acusaciones de Watergate profundizó la crisis de confianza en su gobierno, las maniobras de Trump corren el riesgo de incrementar la desaprobación, que ya alcanza el 58% entre los votantes independientes y el 61% entre las mujeres suburbanas, según algunas encuestas de NBC News y Quinnipiac. Con el fin de acallar las voces críticas, incluso dentro de su partido, Trump podría impulsar investigaciones simbólicas sobre tráfico humano, pero estas difícilmente cambiarán el panorama.
El caso Epstein tiene el potencial de convertirse en un punto de inflexión para Trump, pero para que alcance la magnitud de Watergate, haría falta evidencia concreta que lo vincule directamente a los crímenes o a un encubrimiento activo, algo que por el momento no ha surgido. Sin embargo, el fantasma de este escándalo persiste, alimentado por la desconfianza pública y las promesas incumplidas de transparencia, amenazando con perseguir a la administración.
En un escenario de creciente hartazgo, este caso podría erosionar la base de apoyo de Trump y arrastrar al Partido Republicano hacia una crisis electoral poniendo en jaque la frágil mayoría republicana en la Cámara (223-212). Si el desencanto se profundiza, el caso Epstein podría convertirse en un lastre que ni el populismo ni las maniobras de distracción lograrán contener.
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