La distancia entre izquierda y derecha en inclusión no es poca cosa ni anécdota: es estructural. Mientras una considera el reconocimiento a los derechos LGBTTTIQ+ como condición para la democracia, para la otra es concesión, ornamento e incluso provocación.
Desde el lenguaje hasta el presupuesto, de la legislación a la representación pública, las diferencias son evidentes. Generalmente, los gobiernos de izquierda impulsan políticas de reconocimiento a la dignidad y especificidad de las vidas disidentes, los de derecha tienden a invocar una igualdad abstracta utilizada para diluir las diferencias antes que garantizarlas.
Por eso no extraña que el matrimonio igualitario, la ley de identidad de género y los protocolos de atención a personas trans hayan surgido en territorios gobernados por la izquierda. Tampoco sorprende que la Ciudad de México sea el laboratorio más avanzado en términos legislativos, institucionales y culturales para la comunidad LGBTTTIQ+.
En contraste, el discurso de la derecha sobre la diversidad sexual no se sostiene sin caer en contradicción. El lenguaje de los derechos humanos se puede usar para proteger a una diputada heterosexual cisgénero, casada con un expresidente, y al mismo tiempo negar ese mismo lenguaje a una lesbiana, una persona trans o un adolescente no binario.
No basta con tener derechos escritos en la ley si no se construye un entorno social, cultural e institucional que los haga posibles. En términos de Judith Butler: “la igualdad formal no garantiza la vivibilidad”.
La evidencia de ese doble rasero estuvo en el debate en la Cámara de Diputados por la transferencia de la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa. Ante la referencia a la diputada del PAN, Margarita Zavala, como la “esposa de Felipe Calderón”, la alianza conservadora de panistas y priistas reclama y la legisladora emecista Patricia Mercado exige al petista Reginaldo Salgado una disculpa.
En minutos, de la exigencia de respeto al género pasan a la feminización irónica. La panista Paulina Rubio se refiere a la Guardia Nacional diciendo: aunque “tengan formación de macramé” no dejan de ser militares.
Muestras del marco de inteligibilidad cultural, ese límite que define cuáles vidas son dignas de duelo, respeto y existencia. Vaivenes de hipocresía en las referencias al género y la diversidad.
Aun frente a esas expresiones rampantes, la capital nacional avanza como epicentro en favor de las diversidades sexuales. La Jefa de Gobierno, Clara Brugada, impulsa el fortalecimiento de una política inclusiva, de la cual el C5 asume el compromiso de ponerse las gafas arcoiris en todas las atenciones de emergencias y violencias.
Políticas públicas que parten del reconocimiento de las desigualdades estructurales y del carácter colectivo de la reparación. Y sin macramé.
@guerrerochipres