La oportunidad de colocar el tema en el diálogo entre autoridades y cúpulas empresariales representa un cambio en el paradigma de la seguridad y es revelador de un modelo de gobernanza incluyente.

Por décadas, la vigilancia ha sido entendida como monopolio del Estado, y el empresariado un espectador, en algunos casos, atendido como víctima. De ahí que las empresas hayan optado por esquemas de seguridad perimetral, con sus propias cámaras de videovigilancia, guardias o protocolos, pocas veces compartidos.

En la Ciudad de México hay una novedosa convergencia incentivada por la Jefa de Gobierno, Clara Brugada, con el llamado G9 —las cámaras empresariales más influyentes de la capital, como Coparmex, ANTAD, Canacope, Canacintra— para explorar esquemas disruptivos capaces de profundizar resultados positivos frente a la incidencia delictiva.

Este acercamiento no solo representa un viraje en la colaboración público-privada, también muestra nueva disposición del empresariado para sumarse a un ecosistema de seguridad colectiva que recuerda al caso de Londres, donde desde hace más de una década cuentan con una política formal de integración de cámaras privadas a la red pública de videovigilancia.

Una poderosa alianza que busca replicarse en la capital nacional a partir de la voluntad de convergencia, cooperación y apertura. Herramientas particulares que junto con las 83 mil 414 cámaras operadas por el C5 —con el proyecto de llegar a 150 mil en 2030— potencializarían el seguimiento en tiempo real de la comisión de delitos o las investigaciones.

El G9 en la antesala de adicionar ojos digitales al C5 y crear la mayor red de cobertura territorial de América Latina. El gesto no es menor: no se trata solo de ceder datos, sino de confiar. Esta forma de gobernar se aleja del viejo reflejo autoritario y neoliberal que ve en el sector privado una fuente de financiamiento.

Un paso que contrasta brutalmente con lo que ocurre al norte del río Bravo. En sus primeros cien días de su segundo mandato, Donald Trump ha colocado al empresariado estadounidense contra la pared, con aranceles de impacto para la industria local.

Tan solo en el impuesto del 25 por ciento a las importaciones automotrices estadounidenses, el republicano tuvo que dar marcha atrás ante las afectaciones previstas para el sector, aun cuando lo pretendió disfrazar de “un pequeño respiro”.

La hipérbole de “los primeros 100 días más exitosos de cualquier administración” —autocalificación proveniente de la autocomplacencia de Trump— revela ausencia de acercamiento y entendimiento con el sector empresarial.

El contraste entre la Ciudad de México y Washington revela diferencia de fondo en las formas de ejercer el poder. En un caso, como articulador de voluntades diversas, en el otro, imposición, culto a la fuerza y unilateralidad.

@guerrerochipres

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