Vale la pena poner nuestro debate actual en perspectiva histórica, digamos la de hace 100 años ¿Cuáles fueron, antes, durante y después de la revolución mexicana que nos costó tanto, las principales exigencias de los trabajadores? 1) Instauración de un salario mínimo suficiente, 2) el establecimiento de un día de descanso obligatorio y, 3) la jornada laboral de 48 horas. Ha pasado todo un siglo, hagan ustedes su balance, pero sea cual sea debe decirse que en dos casos se trata de una lucha permanente, con altas y con bajas que ya nos llevó 100 años o más.

Al cabo de tanto tiempo, ya entrado el siglo XXI, sin embargo, han resurgido esas demandas, precisamente porque no han quedado resueltas ni en la legislación ni mucho menos en la realidad. No hablaré hoy de todo el esfuerzo democrático que implicó el ascenso del salario mínimo de los últimos años pero sí, de las condiciones laborales en las que se desempeñan diariamente millones de trabajadores. Veamos los números.

Se supone que por ley ningún trabajador puede ocupar más de 48 horas a la semana y sin embargo el Inegi reporta que 15.1 millones de trabajadores (25% del total) ocupan entre 49 y 56 horas o más de su semana al trabajo. Quiere decir que la cuarta parte de la fuerza laboral se desempeña en condiciones anómalas, para decirlo suave. Esto afecta a los informales, pero también a los trabajadores formales. No es casualidad que la exigencia haya cobrado fuerza entre las organizaciones sociales y amplias franjas de opinión pública, política e intelectual.

Pero ¿qué implica la reducción de 8 horas semanales en la jornada laboral legal? Implica un ajuste productivo, un esfuerzo de la empresa y mayor compromiso de los trabajadores con sus empleos. Contrario a lo que algunos argumentan, la productividad no depende solo de la fuerza laboral y de su capacitación, sino que es resultado de un esfuerzo organizativo de cada unidad económica: producir lo mismo, brindar los mismos servicios, pero en un horario más concentrado y por tanto más productivo. Dicho lacónicamente: los mismos productos y satisfactores producidos en menos horas. Productividad pura y dura, en una palabra.

Esta es una dinámica que habían comprendido bien las democracias occidentales y que los llevó en parte a un nuevo estadio, al estadio que las convirtió en países desarrollados. Son desarrollados precisamente porque procuran mejores condiciones de vida, especialmente para los que producen riqueza con su trabajo. En su momento Henry Ford entendió este tipo de causas y efectos en sus propias empresas y poco más tarde, la socialdemocracia en Europa -junto a sus sindicatos- convirtieron en ley y norma obligatoria ese acuerdo productivo.

Tampoco fue casualidad -por ejemplo- que las primeras medidas del gobierno socialdemócrata español encabezado por Felipe González en 1982 se hubieran concentrado en: 1) regular y poner a buen recaudo a las fuerzas armadas (reafirmación del poder civil), 2) la interrupción legal del embarazo para las mujeres del país (libertades y derechos ciudadanos) y, 3) reducción de la jornada laboral a 40 horas… ¡sí 40 horas desde 1982! (derechos económicos).

Muchos otros Estados nacionales y su clase empresarial han asumido ese compromiso con su fuerza laboral y los ejemplos son variados y exitosos, desde Francia (1936), Estados Unidos (1938), Nueva Zelanda (1957), Finlandia (1965) y Japón (1997), hasta Corea del Sur (2004) o Chile (2023). En contraste, los países de menor desarrollo o que están cimentando su competitividad internacional en la intensidad de la mano de obra, son la India (con una jornada de 56 horas), Bangladesh (50.4 horas) o Pakistán (49.2 horas) por poner tres ejemplos que -según creo- no deberíamos imitar.

Un dato más: México es el país de la OCDE que registra mayor número de horas laborales con 2 mil 207 por año, más que Costa Rica, Letonia o Hungría y estamos al nivel de Guatemala, Honduras o Bolivia.

Como sucede con toda reforma social importante, su instrumentación ha de ser paulatina y prudente, probablemente atenta al tamaño de las unidades económicas o al sector al que pertenezcan. Como quiera que sea, todos los indicadores informan que la economía mexicana y su sociedad están listas para asimilar un auténtico, nuevo esfuerzo productivo de todos, como un acuerdo bien dialogado entre el capital y el trabajo.

La pandemia vino a acelerar un enorme cambio social en el mercado laboral que ya estaba allí, pero que reveló todo su significado: en más de un sentido el trabajo es la vida y un trabajo en malas condiciones, mina tu propia existencia personal. Como decimos en Movimiento Ciudadano: la reivindicación de mejores condiciones de trabajo es reivindicar mejores condiciones de vida.

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