Esta semana, el 3 de febrero, un avión espía norteamericano sobrevoló la península de Baja California.

Al día siguiente tres buques de la Armada Estadounidense costearon la península, a la altura de Ensenada. Uno de ellos un portaaviones con capacidad para 90 naves militares.

Y el viernes 7 de febrero, se movilizaron por tierra mil 500 soldados en servicio activo hacia la frontera con México, presuntamente para auxiliar en la deportación de indocumentados.

Los movimientos castrenses siguen a una conversación telefónica de una hora y media en que los presidentes de México y los EUA llegaron al acuerdo de coordinar esfuerzos contra el narco.

Y acá empiezan las piedritas problemáticas.

Muy sintomáticamente, en su comunicado por X del acuerdo, la presidenta mexicana aseguró que EUA se comprometió a interrumpir la venta de sus armerías a los cárteles —mientras en el comunicado de Trump reproducido en X, ese compromiso no se menciona para nada.

También de forma muy reveladora, Claudia Sheinbaum mencionó que habrá “coordinación, no subordinación” de México con EUA —mientras en una carta posterior de Trump al ejército de su país, tal formulación no existió, y sí la orden de “aniquilar totalmente al narco”unilateralmente.

Son momentos en que se formula el plan de lo que pretende ser una operación militar mayor y esos detalles lingüísticos pueden volverse en el futuro próximo realidades enormes, por eso importa que la Presidenta sea más explícita en los acuerdos a los que llega con Trump y que los vuelva muy públicos, en México y en los EUA —para comprometer a Trump a cumplirlos, en lo general y en el detalle.

Esta parece ser hasta ahora la posición de nuestro país:

México no defenderá al narco; coincide que debe aniquilársele. Y al mismo tiempo, exige que las botas de los marines no pisen nuestro suelo, al tiempo que nuestras fuerzas armadas reciben el apoyo del ejército y el gobierno estadounidenses.

El gran desafío de la presidenta Claudia Sheinbaum es lograr que así sea —y para ello le conviene volver muy públicas también sus razones.

¿Es necesario explicitar por qué debemos resistir a piedra y lodo que el ejército estadounidense nos invada?

Porque la historia reciente muestra que ahí donde entra el ejército norteamericano, se queda: los militares tienen sus propios intereses y en su interés estaría permanecer en nuestro país.

Y la historia reciente igual nos enseña que donde se queda el ejército gringo, los conflictos crecen, explotan y se incendian, y al cabo de una década no vuelve a crecer ni el pasto sobre el suelo quemado.

“La guerra es como un incendio en un campo cubierto con hierba; todos saben cómo empezarla, pero nadie sabe cómo apagarla”. La frase es de Winston Churchill.

Por otro lado, México sí se beneficiaría con mucho más apoyo extraterritorial de los EUA. La interrupción de la venta de armas a los narcos es crucial. El congelamiento de las cuentas bancarias de los asociados del narco sería igualmente importante. Y también la información sobre las posiciones geográficas actuales del narco que puedan proporcionarle sus buques y sus aviones equipados con alta tecnología de vigilancia.

Por su lado, ojalá también el ejército mexicano pronto dé una sucesión de golpes serios al narco, que demuestren que la guerra territorial contra el narco sí la pueden ganar solos los soldados mexicanos, sin marines.

No sobraría tampoco que nuestro gobierno también lleve a juicio político a un hato de burócratas visiblemente socios del narco —un gobernador, varios alcaldes, algún mando superior del ejército— para demostrar que los pactos mafiosos con el narco por fin se han roto.

“Subordinación no; coordinación sí”, palabras de la Presidenta que ojalá pronto encabecen un plan que sea manifiesto y compartido por las poblaciones de ambos lados del Río Bravo.

Eso es lo que nos conviene.

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