La semana pasada los nuevos ministros de la Suprema Corte de Justicia, electos en las urnas por los ciudadanos, tomaron posesión de sus nuevos cargos en una sencilla ceremonia.

Dos novedades marcaron las imágenes: los nuevos ministros supremos de la Nación son 5 mujeres y 4 hombres; y el presidente de la Corte es un hombre indígena.

Desde que Benito Juárez ocupó el mismo cargo hace 157 años, ningún indígena lo había sucedido.

Al día siguiente el periódico Reforma dio el campanazo noticioso que cambió el color de la toma de posesión. Luego de la austera ceremonia de toma de posesión, los ministros electos por el Pueblo se habían ido a festejar a un restaurante francés de Polanco. El Pied de Cochon. La manita de puerco en español.

La noticia que acaparó las atenciones del día.

Y al día siguiente muchas editoriales y decenas de miles de tuits versaron sobre la nada austera comida.

Oh, la irremediable hipocresía de los poderosos. Se paran en un ladrillo y ya quieren comer caracoles a la mantequilla. Cerdos, dicen ser ministros del Pueblo, y celebran como burgueses. Da igual Derecha o Izquierda, solo importa el Poder.

Todos son iguales: la nueva Mafia del Poder ha tomado posesión.

El único problema es que era una mentira. Los ministros no habían ido a comer a La Manita de Cerdo. El Reforma lo inventó o recogió un rumor –y no lo verificó. Con una visita al restaurante y una llamada a algún ministro hubiese bastado.

¿Qué diablos están haciendo hoy demasiados periodistas y editorialistas?

Están haciendo política, no periodismo.

Están sirviendo a alguna facción de políticos y tratando de convencer a los electores que voten por ellos y no por los contrarios.

El periodismo es otra cosa.

El periodismo real sirve a la realidad. La captura. Y sirve antes que nada a la gente. La informa.

Por eso el periodismo faccioso no le sirve hoy a la democracia, al gobierno de la gente. Al contrario, le estorba. Y nos instala a todos en la política entendida como un gigantesco reality show desprendido de la realidad material de nuestras vidas.

Ahí en la cima del Poder sucede lo único que importa: la vida de los super-stars del reality, los políticos.

Y como de la realidad material de la gente ese periodismo nunca se ocupa, la realidad de la gente permanece fuera del debate democrático. Vaya debate democrático sin demos.

¿Cuándo se debatirá en una mesa de análisis de la TV las condiciones de trabajo de los 2 millones de trabajadoras domésticas del país?

Ni el Reforma ni los editorialistas que mintieron sobre los ministros se han disculpado por mentir. Dado el golpe de calumnia, han seguido al siguiente golpe.

Aún siguió de largo y sin disculparse esa editorialista que de común cita a Hana Arendt al lamentar que ya vivimos en una dictadura que controla a los medios y dicta una verdad única.

La politóloga no solo repitió la mentira, la convirtió en la prueba madre de que en efecto vivimos en una dictadura.

Pero no. Hoy no vivimos sometidos a una verdad única: al contrario, vivimos en un libertinaje mediático y en la incertidumbre constante sobre la verdad, que es casi igual de malo.

En una dictadura el ciudadano no cree en lo que publican los medios. Sabe que es propaganda. Y como sabe que no sabe la verdad, renuncia a ser activo en política.

En una democracia con medios facciosos sucede algo semejante. El ciudadano también está seguro de que no sabe la verdad, y renuncia a creer en una facción o en otra y a participar en la política.

El domingo pasado ofrecí en esta columna la propuesta de un mecanismo para regular el periodismo en nuestra democracia. Un mecanismo ágil, movilizado por los ciudadanos.

Si una persona acude al Tribunal de la Réplica diciendo Tal periodista ha mentido sobre mí, el tribunal exigiría al periodista pruebas de su afirmación. Si el periodista no tiene pruebas o si sus pruebas son ridículas (“me dijeron”, “supuse”, “lo leí y lo di por cierto”), debe ceder el mismo espacio donde publicó la mentira al afectado, para que limpie su fama.

Imaginemos que el Reforma publica como titular: Publicamos una mentira, perdón, y abajo la verdad redactada por los nuevos ministros. Lo que pasaría en consecuencia es que sus periodistas volverían a la humilde práctica de verificar lo que publican.

¿Es demasiado pedir un periodismo que se adhiera a los hechos?

Nuestra generación enfrenta una lucha durísima. La lucha contra la corrupción en la que México ha vivido. La corrupción de los políticos y de los periodistas. Una lucha contra esas dos élites históricamente corruptas que impiden la plena democracia.

Tome el lector, la lectora, su bando. Corrupción o no corrupción.

Una advertencia. El camino más empinado es el que va hacia la ética, topándose en el ascenso con los usos y costumbres de la corrupción.

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