El domingo pasado, en esta columna, di mi opinión sobre la reelección de Rosario Piedra a la cabeza de la Comisión de Derechos Humanos: sus resultados (atendió solo el 1% de los reclamos de las víctimas del Poder) no me parecían que ameritaban que repitiera otro sexenio en el cargo —y tampoco que Morena hubiera desechado a mejores candidatas.

Me sorprendió que la señora Piedra me respondiera en 6 hojas de papel membretado de la CDNH en un “pronunciamiento” que circuló en X: ahí me acusa de cien y una “bajezas”, prometiendo “desenmascarar” las intenciones secretas de mi opinión.

Leí con expectación. Pero nunca me arrancó la máscara, creo que se le olvidó hacerlo ahí por la página 5.

Dice también que soy una “progre buena ondita”: mal usado el término, que se refiere a quienes quieren un Izquierda light, de pequeños cambios. No, yo pido lo contrario, una CNDH que no sea tímida, que de verdad proteja a los desvalidos de los excesos del Poder.

Eso no es ser progre, es ser de Izquierda.

En fin, doña Piedra no entendió y es obvio que nos tendremos que quedar otro sexenio con una CNDH que atiende al 1% de las víctimas del poder. Otra promesa rota de la Izquierda: no será mejor que las CNDHs de los gobiernos de la Derecha.

Lo que sucedió a continuación es más interesante.

En la Izquierda se desató una conversación que llevaba hecha un nudo desde el cambio del sexenio: ¿la carta de la señora Piedra marcaba una tendencia? Tal vez entrábamos a una fase donde la crítica al gobierno zurdo, engreído por el triunfo, sería rechazada con desdén y hasta violencia.

En la Derecha había en contraste una gran alegría. Nada como ver a los adversarios pelear entre sí.

Mi reacción es distinta.

En este espacio y otros yo he criticado durante 6 años al gobierno de Izquierda. Es decir, lo he pasado por la criba. Cuando sus acciones han sido de verdad de Izquierda, mostré mi simpatía, por algo voté por la Izquierda. Pero cuando no lo han sido, he expresado mi antipatía.

En todo el sexenio, nunca recibí una intimidación de un morenista con nombre y apellido. Eso sí, miles de anuncios de mi decapitación en la plaza de ebrios de odio que es X.

Y a menudo recibo, luego de publicar una crítica, mensajes de personas de Izquierda, ya sean funcionarios o civiles, que me dicen que tengo razón en la crítica o que mi crítica es imperfecta o incompleta —y me dicen por qué.

La sensación que me dejan esas conversaciones por texto cada domingo es que la Izquierda está ávida de debates sobre su camino.

Que hay un cansancio de elefante en defender la narrativa de la Izquierda en los medios comerciales donde la Izquierda siempre es una voz entre el asedio de otras cuatro voces.

Que hoy lo deseado por muchos zurdos es que, visto que la Izquierda tendrá un poder hegemónico durante tres años, se hable de lo que sigue en voz alta. Se converse más. Se tenga fe en la capacidad de síntesis de la conversación pública. Y caminemos rápido hacia adelante, ahí por donde sí hay camino para avanzar, y avancemos.

La carta de la señora Piedra, a mi entender, no marca una tendencia y no tiene importancia, si no se la damos. Como no tienen importancia las redes mercenarias de X, ejércitos comandados por unas 3 o 4 personas anónimas, si no se las damos.

En general hacen falta santuarios para la conversación, me parece. Lugares donde el lenguaje conduzca a soluciones concretas. Donde la palabra vuelva a ser proteínica, y no veneno.

A propósito del veneno y volviendo por última vez al pronunciamiento de la señora Piedra contra mi persona.

Lo que me propongo hacer, es ir a la CNDH y sentarme al escritorio de la señora Piedra para pedirle que defienda mi derecho a criticar al poder (es parte sobresaliente de su misión oficial), y en especial que me defienda del poder de la cabeza pelirroja de la CNDH.

A ver qué hace la señora Piedra. Capaz y entro en el 1% de las quejas que sí atiende.

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