Mucho se ha escrito sobre el asesinato de Carlos Manzo. De la indolencia y el abandono de los gobiernos estatal y federal, de su lucha frontal contra el crimen organizado que asola a Uruapan, de la respuesta inicial de la Presidenta denostando a quienes se indignaron con este acontecimiento, de la puesta en marcha de un plan Michoacán que no será solución mientras no se rompa el pacto de ciertos niveles del gobierno con el narcotráfico y no renuncie el gobernador, etc. Pero lo que más inspira es el hombre, su legado. En momentos en que hasta la voz se reprime, la valentía de Manzo está despertando a todo un país. Catalizó el hartazgo de una gran parte de la sociedad cansada de vivir insegura y sin paz. Su voz se salió de Michoacán para contagiar a todo México. Porque Carlos Manzo —más allá de haber sido alcalde— representa a los héroes y heroínas que, a pesar de todo, saben que pueden hacer la diferencia y cuya fe en México es inquebrantable. Carlos Manzo quería liberar a su gente del yugo del crimen organizado, porque liberando Uruapan, le daba valor a todo el país para defender su hogar y su independencia. Era también imparable. Porque cuando las convicciones son auténticas cobran vida propia como lo estamos viendo ahora en Michoacán y en la indignación que se ha desatado en todo México. Dio voz a los olvidados y demostró que no son suficientes las transferencias bimestrales cuando vives con una condena a muerte por inseguridad o por enfermedad, o cuando estás en el abandono por parte de quien prometió cuidarnos. La prueba de ello es que la gente está masivamente en la calle en su querido Uruapan y en la entidad.

Carlos Manzo se atrevió a decir, a gritar, lo que el oficialismo quiere ocultar. El miedo no lo paralizó. No estaba dispuesto a normalizar que la delincuencia organizada sea ley y autoridad en vastas regiones de nuestro país. Nos dio una lección a todos al ofrendar su vida y nos obliga a preguntarnos ¿qué estamos dispuestos a hacer para rescatar a nuestra patria? El camino lo está mostrando su pueblo y la valentía encarnada ahora en una mujer llamada Grecia. Hay una triada poderosa: las calles, las redes y el voto para cambiar esta realidad. Para liberarnos de las cadenas que acosan, extorsionan, aprisionan todos los días.

Nada ni nadie puede ser más fuerte que el Estado y mucho menos que todos los que amamos a nuestro país. Carlos Manzo puede vivir eternamente si las y los mexicanos decidimos que así sea. El crimen organizado no puede ser más grande que los millones que queremos que esta pesadilla termine. En nosotros reside la fuerza para que el hartazgo se convierta en mandato y se rompa con los pactos inconfensables de la política con los que hoy ensangrentan al país.

Michoacán hasta la semana pasada era el problema. Hoy es la semilla. La tierra de Morelos y del cardenismo está enseñando el camino. Desde ahí se puede generar la fuerza necesaria para sembrar un cambio, porque lo que el oficialismo no quiere ver o quiere ocultar es que la causa de Carlos Manzo es poderosisíma: la libertad. Porque la libertad es vida y Michoacán y México quieren vivir en paz, libres de miedo, de injusticia y de tanto dolor.

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