Si hay algo que expresa contundentemente la indolencia del oficialismo es lo relacionado con la salud de las y los mexicanos. El colapso del sistema público es ya inocultable. Durante siete años se ha jugado con la vida de las personas. Primero desapareciendo el seguro popular creando el fracasado Insabi, lo que llevó a que el número de personas con carencia en salud creciera de 20 a 50 millones. En ese mismo lapso, el manejo criminal de la pandemia (incluida la aplicación de la ivermectina) que llevó a la muerte a cientos de miles. Después la ocurrencia de la megafarmacia y los recortes en salud lo que se ha traducido en falta de insumos, de medicamentos, de personal y una pésima atención en los hospitales públicos. Se habla mucho de los programas sociales, pero se olvida que un derecho fundamental consagrado en nuestra Constitución es el acceso a la salud. De poco sirven las transferencias monetarias si el gasto de bolsillo de las familias en este rubro ha crecido en un 33 por ciento. Es decir, la gente gasta más en salud de lo que invertía antes del 2018.
Tan sólo entre enero y febrero de este año, el egreso en salud pública se desplomó en un 33% según un reporte del periódico El Economista. Esto que puede resultar una cifra fría es en realidad el resumen del dolor que padecen quienes tienen que acudir a los centros de salud. Más grave aún, por esta causa murieron 46 niños por no estar vacunados contra la tosferina o vemos escenas como la del bebé cuya vida salvaron con un botellón de plástico ante la falta de los insumos necesarios. Eso sí, en lugar de asumir la responsabilidad por estos recortes lo más sencillo es el despido del director y la prohibición del uso de celulares para evitar que conozcamos estas escenas desgarradoras. Incluso, los grandes institutos -otrora tan prestigiados- padecen estos recortes al grado de que, por ejemplo en Cancerología, no tienen ni para reactivos cuyos resultados son necesarios antes de las operaciones.
Y frente a estos cuestionamientos la pretensión del gobierno es acallar las voces. Censurar lo que se difunde o esgrimir el cada vez más gastado argumento de la popularidad de la Presidenta. Pero con eso el pueblo no come ni tampoco tiene medicinas. Porque podrán decir misa, pero nadie puede ocultar que tras siete años en el poder no han podido hacer una licitación y garantizar lo necesario para la salud de la gente. Esta situación lejos de lo que pregonan, sólo ha beneficiado a la salud privada. Además, no hay nada más frívolo que hablar de encuestas cuando la gente vive a diario esta tragedia. ¿O acaso de algo le sirve la popularidad de la Presidenta a las madres de más de dos millones de niños que no tienen un esquema completo de vacunación? ¿O a las madres de las y los niños con cáncer que no tienen acceso a medicamentos oncológicos? ¿De algo ayuda ese argumento frente a las mujeres que no pueden seguir sus tratamientos contra el cáncer de mama porque no hay recursos? ¿Eso hace más llevadero el dolor de los familiares de quienes padecen alguna enfermedad y no encuentran en el sistema de salud una posibilidad de combatirla? Pero no les importa. Tal parece que le apuestan a la muerte porque, para ellos, entre menos burros más olotes.
Política mexicana y feminista