El mensaje del Papa Francisco tiene la contundencia de las palabras precisas, los símbolos idóneos para comunicarlo y, sobre todo, de los hechos para respaldarlo. La fortaleza del mensaje proviene de su continuidad con el origen mismo: los hechos y palabras de Jesús narrados en los evangelios. Desde esa raíz, tiene continuidad hacia el futuro, sea cual fuere la decisión sobre su sucesor.
En el balance del legado del papa Francisco se le reconoce que pese a ocupar un espacio y ejercer un rol de gran poder, lo hizo con un sentido humanizador. Destaco tres dimensiones: humanizar la institución eclesial, defender la dignidad humana y cuidar la casa común de la humanidad.
Para humanizar la institución presentó la vivencia de una Iglesia abierta, empática y acogedora. Renunció a muchos de los símbolos de poder y privilegio; estableció puentes con líderes de otras religiones y con jóvenes en su diversidad; reformó la Curia e invitó a personas laicas (no sólo obispos y sacerdotes) a ocupar puestos directivos, entre ellas varias mujeres; confrontó el silencio y la complicidad con la pederastia; convocó a un proceso sinodal, que desmonta los modelos piramidales y verticales, para ubicar a la autoridad dentro y al servicio de la comunidad.
Para defender la dignidad humana promovió acciones muy importante por la paz con base en el diálogo y la justicia; asumió en todos los tonos la defensa de quienes viven en pobreza, en exclusión y discriminación; denunció como pecados la cultura del “descarte” de personas y la maximización de la ganancia económica; defendió migrantes y pueblos originarios; puso bases para construir una economía mas justa.
Su pasión por el cuidado del planeta como casa común de la humanidad, actualiza y completa el magisterio y la labor social de la Iglesia para enfrentar el cambio climático y proteger la riqueza natural, con la urgencia y complejidad que se requiere.
El Papa Francisco asumió esta misión humanizadora como expresión de su fe en Dios. Lo que hizo y lo que dijo nace de seguir a Jesús, quien dialogaba con todas las personas, especialmente con las excluidas y discriminadas (prostitutas, leprosos, publicanos); que perdonaba e invitaba a vivir diferente (“¿nadie te condenó? Yo tampoco”: Jn.8, 1-11); que devolvía la dignidad a las personas excluidas (“levántate” “se puso en pie” “la tomó y la levantó”); que enseñaba a compartir para que a nadie le faltara (“multiplicación de los panes” y “última cena”); que incluyó mujeres en su comunidad (Mc.16. 1-7); que confrontó la religión que excluía y justificaba el abuso (Mc. 11, 15-19, 27-33 y 12, 1-44); que hizo presente a Dios en la historia humana (Jn. 1,14; 3); y estableció el amor “al prójimo” como mandamiento central (Lc. 10, 25-37).
Resulta paradójico y de alguna manera es un cuestionamiento de fondo al quehacer de la comunidad cristiana que los rasgos distintivos que se le reconocen desde fuera al Papa Francisco sean rasgos esenciales de una conducta apegada al evangelio.
El próximo Papa tendrá su propio estilo y talante. Establecerá sus énfasis y prioridades, que pueden o no coincidir con los que trazó el papa Francisco. Como creyentes y seguidores de Jesús, la continuidad depende de cada uno y cada una, de las millones de comunidades vivas que quieren ser fieles al evangelio.
Gracias a Francisco muchos recuperamos el impulso logrado por el Concilio Vaticano II; renovamos su impulso y lo actualizamos al mundo de hoy, con nuevos retos y nuevas rutas. Confirmamos que la fe en Dios se vive como un impulso humanizador, que lo divino y lo sagrado es vivir y promover una vida, una sociedad y una Iglesia “cada vez más humanas”. Esa continuidad está en nuestras manos.
Consultor internacional en programas sociales. @rghermosillo