Somos- nuestra generación, nuestro tiempo, nuestro México,- una colección infinita de contradicciones a punto de estallar. Como nos han enseñado Marx y Hegel, las transformaciones, con gran frecuencia, son el resultado del choque o la resolución de alguna contradicción o varias. La elección judicial es una de tantas.
Más allá de la preverdad opositora y la post verdad oficialista, la elección sirvió al pueblo como instrumento para romper con el pasado, pero no para construir el futuro. Esta es la nueva contradicción pendiente de resolver. Hay que cambiar para bien el formato de la votación con el objetivo de simplificar la elección pensando en el votante. Porque aunque la elección en sí misma produce una inercia transformadora, el sistema electoral que utilizamos fue complejo, excluyente y poco equitativo.
De acuerdo con una investigación cuantitativa y cualitativa que realizamos en El Instituto, en colaboración con las empresas Áltica y Simo, publicada a principios de año: la elección de jueces tenía y tiene una aprobación del 60% y una desaprobación o desacuerdo del 38%.
Según los grupos de enfoque, esta aprobación está fincada en tres argumentos que cruzan incluso las barreras de la preferencia electoral (es decir, que hasta los electores de oposición coinciden con ello): primero, que el poder judicial estaba secuestrado por una pequeña élite, segundo que el poder judicial hoy es considerado clasista, corrupto e ineficiente y tercero, la creencia profunda de que elegir a los jueces por votación popular es mejor que una designación política entre el ejecutivo y el legislativo.
Los primeros dos argumentos son muy parecidos a las razones que tienen en crisis a las democracias liberales en América (incluida la del norte). El secuestro del poder por una pequeña élite, que produce corrupción, ineficacia y más desigualdad. En México, además hay una capa de clasismo y racismo. Esta es en esencia la razón de ser de la cuarta transformación. Si el proyecto de la transición democrática hubiera enfrentado esas contradicciones a tiempo, quizá la inercia de la transformación no hubiera tocado al poder judicial.
Hay un par de citas en la exposición de motivos enviada por el expresidente Andrés Manuel López Obrador en Febrero del 24, que resuenan con claridad en los sentimientos de la nación, y que constituye la hipótesis central de la elección:
“La elección por voto popular de los impartidores de justicia permitirá una participación ciudadana amplia, informada y directa en la configuración del Poder Judicial, fortaleciendo la legitimidad democrática de sus decisiones y asegurando que los jueces, magistrados y ministros respondan al mandato popular.”
Para lograr lo segundo (el propósito), es necesario que se cumpla lo primero (mecanismo). Yo no cuestiono el propósito, cuestiono el mecanismo. Informada sí fue, pero a medias. Amplia no y directa mucho menos. Esto último es lo que más nos debe preocupar.
Vamos por partes. Votó mucha menos gente de lo que la Presidenta hubiera deseado y lo que al país hubiera convenido. Esto es verdad, a México le conviene una competencia legítima. También es cierto que la mayoría de la gente que asistió, movilizada o no, lo hizo libremente y parcialmente informada. Sabían a lo que iban: no iban a apoyar a un candidato, iban a apoyar un proyecto político. Votaron por una causa, no por personas ni por propuestas. Incluso los pocos o muchos que votaron por los acordeones promovidos por la oposición, votaron por una causa y por un sentimiento.
Hubo una minoría que votó por personas y que su votó también contó, sobre todo en lo local, con los jueces y magistrados. Pero también en lo nacional, esto se comprueba con evidencia en las secciones de habla indígena en Yucatán, Campeche, Chiapas, y Quintana Roo, así como en Querétaro y Sonora, donde Hugo Aguilar obtuvo una votación extraordinariamente alta.
También hubo irregularidades como las hay en todas las elecciones; casillas zapato, urnas “taqueadas” y boletas marcadas. No podemos dejar de decirlo, pero tampoco fue el signo de la elección, la mayor parte de las casillas recibieron los votos y entregaron al INE donde se contaron y se videograbaron todas las aperturas de los paquetes. Con sus limitaciones presupuestales y de tiempo, la estructura del INE hizo un gran trabajo y hay que reconocerlo y defenderlo. Pero la nota no son los que votaron sino los que no votaron. La participación fue un fracaso y aunque sea cierto, no podemos escondernos detrás del “mejor 13 millones que 120 cabrones” (y cabronas).
El voto sí contó, contrario a lo que se piensa, el resultado sí pudo haber sido diferente. Para muestra un botón: ¿sabían ustedes que el acordeón oficial, perdió toda la boleta de la segunda circunscripción para la Sala Regional del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación? Así es. De los tres ganadores y ganadoras en esa boleta, ninguno venía en el acordeón que envió la Presidenta. Aquí ganó alguien distinto. ¿Habrá pasado lo mismo en otros territorios?
¿Qué habrá pasado con los tribunales de circuito en materia penal en Guerrero, Guanajuato o en Tamaulipas? por ejemplo. Alguien se ha preguntado ahí quién ganó y quién perdió. ¿El crimen organizado? ¿Los empresarios? ¿el PAN, el PRI, el Verde, alguna facción de Morena distinta a la de la presidenta?
Claramente el pueblo no. Porque la elección no estaba diseñada para eso. La elección estaba pensada para romper políticamente con los de antes, no para construir lo nuevo. Y aquí el orden de los factores sí altera el producto. No puedes hacer vino nuevo en odres viejos, decían. Ya está. Ya se rompió con lo viejo. Ahora toca hacer bien lo nuevo.
¿Qué sigue? simplificar la elección para el elector. No para el acordeonista. Para el elector. Un nuevo modelo electoral que vaya de acorde al propósito de la reforma judicial y armonice también con los objetivos de la reforma electoral. ¿Para qué? para que el voto sea más libre, más amplio, más informado y efectivamente directo (no a través de acordeones propuestos por los líderes políticos, mejor nos ahorramos una lana y que vuelvan a elegir las y los Senadores).
Todavía en marzo, cuando levantamos nuestra última encuesta, más del 45% de la población estaba dispuesta a votar ¿por qué sólo 1 de cada 3 votaron al final? Porque la herramienta, la elección no lo permitió. No estaba pensada como un instrumento para el pueblo. Quizá en el racional revolucionario del morenismo y la prisa por hacer las cosas (a veces legítima y a veces caprichosa) del expresidente, la primera tenía que ser así. Vamos a conceder sin suponer que esto es cierto. ¿Por qué repetir un formato que no funcionó? Cambiemos el modelo.
La gente no es tonta. De acuerdo con nuestros datos, el pueblo que aprueba (60%) la reforma y sobre todo la misma militancia morenista, esperan tres cosas: primero resultados, que las cosas mejoren (y esto no depende más de la elección, depende mucho del Tribunal de Disciplina Judicial y del liderazgo transformador de las y los ministros de la SCJN electos).
Segundo, una mejor elección, la próxima vez no les van a acompañar ciegamente, porque la primera mitad del propósito ya se logró; romper con lo de antes. Ahora el pueblo y la militancia esperan con dignidad un instrumento verdaderamente democrático y no un simulacro como el que terminó siendo la elección.
Y tercero, que aquellos que fueron arrollados por la prisa y por la inercia encuentren justicia y consuelo. El régimen debe reconocer que se cometieron excesos que pagaron demasiados justos por muy poquitos pecadores. El sistema funcionaba distinto de abajo hacia arriba. Hay que rescatar aquello que funcionaba bien.
Todas las elecciones son una lucha por el poder. En todas las elecciones hay ganadores y perdedores, la pregunta es quién ganó y quién perdió si la oposición no se presentó a la batalla (de eso hablaremos en la entrega de mañana: la deconstrucción de los acordeones).
Consultor político