Tiburcio Moreno Olivos

La evaluación es un tema central en todos los sistemas educativos del mundo porque a través de este proceso se puede conocer y valorar la calidad de la educación que se ofrece al alumnado. En nuestro país, durante el periodo neoliberal la evaluación ocupó un lugar privilegiado, de suerte que se crearon instituciones, organismos y agentes que se encargaron de evaluar de forma continua los distintos componentes del sistema educativo.

El inicio del siglo XXI estuvo marcado por una efervescencia por la evaluación, se pensaba que la evaluación podía resolver los severos problemas que de antaño aquejan a la educación nacional. No fue así en absoluto, la evaluación no sólo no resolvió los grandes asuntos pendientes en materia educativa (reprobación, abandono escolar, rezago educativo, baja eficiencia terminal…) sino que en algunos casos incluso los exacerbó, confirmando o haciendo más amplia la brecha entre escuelas y entre grupos escolares. La desigualdad socio-económica del país ha tenido su correlato en la desigualdad educativa.

Durante décadas en el sistema educativo mexicano primó una visión de la evaluación como tecnología, de corte positivista-conductista, cuantitativa, centrada en resultados; se trata de una evaluación externa que selecciona y clasifica a los individuos e instituciones escolares a partir de los puntajes obtenidos por los estudiantes en las pruebas estandarizadas. Esta perspectiva dominante de la evaluación, como sinónimo de medición, es promovida e impulsada por organismos internacionales (OCDE, Banco Mundial, BID, UNESCO) en todo el mundo.

En México con la llegada al poder de un gobierno de izquierda, que puso en marcha una reforma educativa denominada la Nueva Escuela Mexicana (NEM), se produce un cambio significativo en todo el sistema educativo nacional. Precisamente, uno de los componentes que sufre una transformación notoria es la evaluación. La evaluación del aprendizaje que había existido hasta entonces de corte neoliberal (que apostaba por una formación basada en competencias, el establecimiento de estándares, discriminadora y homogénea, etc.) es descartada y en su lugar se establece una orientación de la evaluación mucho más amplia, integral e incluyente.

En este nuevo contexto, la evaluación ya no es vista como la panacea que va a solucionar los profundos problemas que agobian a la escuela y al aula, digamos que pierde protagonismo; ahora el énfasis se pone en la formación del alumnado más que en su evaluación. Antes que evaluar hay que formar, se enfatiza en foros y debates a propósito de la actual reforma educativa puesta en marcha.

Si anteriormente la evaluación llegó a ser considerada casi como un fin en sí misma, en este nuevo escenario, en cambio, se le concibe como un medio para lograr un fin último: el aprendizaje del alumnado. En este sentido, la evaluación es concebida como una herramienta puesta al servicio de quien aprende, de modo que el estudiante continúe aprendiendo en todo momento, incluido mientras es evaluado. Para ello, el profesorado requiere contar con una sólida formación ex profeso en el ámbito de la evaluación educativa. El docente juega un papel esencial porque es el responsable de evaluar el aprendizaje de los alumnos.

Cuando afirmo que la evaluación perdió protagonismo, no quiero decir que ya no sea importante, es sólo que ha dejado de ser el componente sustancial del proceso de enseñanza-aprendizaje, hubo un cambio fundamental en su concepción y perspectiva. En la NEM la evaluación se concibe como un proceso formativo, continuo, integral, contextualizado, participativo y orientado a la formación del alumnado en sentido amplio (cognitivo, afectivo, físico, moral, espiritual…). Se prioriza una evaluación diagnóstica (inicial) y sobre todo formativa (continua o de proceso), antes que sumativa (final o de producto).

Pero no se trata de reemplazar un tipo de evaluación por otro, porque todos son importantes, sólo que durante mucho tiempo (en los hechos) la evaluación formativa ha estado a la sombra de la evaluación sumativa, aunque en el discurso educativo se destaquen los beneficios para el aprendizaje del estudiante de la primera. La evaluación formativa debe ser lo más objetiva posible y esto se logra cuando se describe cuidadosamente el objeto que se evalúa y con base en esa información se emite el juicio de valor.

La NEM busca impulsar transformaciones sociales en la escuela y en la comunidad, así como “la formación de una nueva ciudadanía basada en los principios de solidaridad, equidad sustantiva, justicia social, interculturalidad, cuidado del medio ambiente, inclusión y derechos humanos”. Para lograr esto, es preciso evaluar las acciones emprendidas por la escuela, y la evaluación es el mecanismo sine qua non para conseguirlo, pero no vale cualquier tipo tiene que ser una evaluación formativa, auténtica y transformadora.

En el actual proyecto de la NEM, “la escuela es el espacio fundamental en el que se construye la igualdad para todas y todos, es el lugar donde se priorizan los derechos humanos y las libertades democráticas”. La diversidad se reconoce como condición y punto de partida de los procesos de aprendizaje. Por ende, se requiere una evaluación educativa que sea coherente con estos principios y valores; es decir, una evaluación inclusiva, que reconozca y valore la diversidad, centrada en el desarrollo de habilidades, capacidades y actitudes socialmente deseables. Por supuesto, toda evaluación formativa debe ser inclusiva de la diversidad.

Por último, apreciado lector, usted podrá valorar el alcance y la repercusión de la actual reforma educativa, en la medida en que las nuevas generaciones tengan una mejor educación que les dote de los conocimientos, las habilidades y actitudes necesarias para afrontar los desafíos presentes y futuros en un mundo que cambia de forma permanente y vertiginosa. Y la evaluación del aprendizaje puede ser una poderosa aliada para lograr cristalizar este ambicioso propósito.

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