En estos días proliferan los textos de gente que presume su inmensa cercanía y amistad con Vargas Llosa. A la inversa, sus detractores así llamados “progresistas”, presumen su enemistad y profundas diferencias con su pensamiento político, rehusándose a reconocer incluso la enorme estatura de su obra literaria. Yo no me identifico con unos ni con otros, pues soy simplemente un admirador, un lector de su obra.
Desde luego que, como buen adolescente latinoamericano, devoré en su momento sus novelas más famosas, pero igual de importante que eso me resultó la lectura de su colaboración periodística Piedra de toque. En los tiempos de la prehistoria, donde el internet todavía no estaba disponible en los teléfonos, la reproducción de sus textos periodísticos en las reducidas opciones de la prensa provinciana que yo tenía a mi alcance, empezó a formar mi interés por el análisis político.
Vargas Llosa combinaba la literatura con el pensamiento político en una síntesis feliz que, como dice mi amigo Fernando García Ramírez, no cualquiera logra, pues exige la brevedad y contundencia del género cuentístico. Además, me descubría nuevos horizontes y autores para futuras exploraciones.
En casi cada nota, Vargas Llosa trataba un tema de la coyuntura internacional y, además, sembraba referencias literarias a los clásicos. Otras veces, recomendaba un libro de reciente aparición escrito por un académico o periodista especializado en ese mismo tema del cual se ocupaba.
En Piedra de toque lo mismo invitaba al lector a regresar a Tolstoi que a internarse por vez primera en la obra de un escritor como Fernando Aramburu. A diferencia de muchos escritores, Vargas Llosa no dejó de leer en la vejez ni se aferró a sus autores de juventud, sino que siempre descubría con sus lectores el placer de un nuevo ángulo, una mirada distinta o, simplemente, una revisión más profunda de asuntos que mucha gente ya daba por concluidos. Esa apertura a escuchar nuevas voces, a veces para apropiárselas y otras para polemizar con ellas, es la que yo rescataría siempre como lo más valioso de la tradición liberal.
Con todo, lo que hacía único a Vargas Llosa en el panorama periodístico de habla hispana era su genuina aspiración de universalidad. Para empezar, hablaba y se preocupaba por leer en varios idiomas, una inquietud a la que han renunciado la mayor parte de los intelectuales de la región. Presumen orgullosos la inmensa cantidad de hispanohablantes en el mundo, pero pasan por alto convenientemente que la producción científica e intelectual del planeta no viene de nuestra lengua.
Pregúntese usted cuántos grandes inventos, cuántas vacunas, cuántos libros verdaderamente importantes, cuántos descubrimientos científicos e innovaciones tecnológicas vienen del mundo de habla hispana y se dará cuenta con tristeza de la insignificancia de nuestra escena intelectual. De manera pues, que los intelectuales de habla hispana viven, en su mayor parte, aislados del circuito del conocimiento mundial.
En consecuencia, viven a merced de las espantosas traducciones de Madrid o Barcelona, siempre tardías y, con frecuencia, de mala calidad. En Piedra de toque, Vargas Llosa citaba lo mismo una pieza de opinión en Le Monde que un reportaje de la BBC, una entrevista en Der Spiegel o una reseña de libro en el New York Times.
Los intelectuales latinoamericanos y españoles, por regla general, dicen que desprecian a Estados Unidos y la cultura de habla inglesa para justificar que nunca aprendieron inglés. De suerte que casi nunca, hasta ahora que llegó Trump al poder, se ocuparon del análisis de la política norteamericana, la más importante del planeta por sus repercusiones en todas las regiones del orbe.
Y claro, su análisis de la política estadounidense o bien es una imitación apenas disimulada de lo que dice la prensa estadounidense, o bien es un disparatado arsenal de lugares comunes del marxismo y el “malvado imperio capitalista”. Casi nadie tiene la capacidad de desarrollar una mirada propia, y original, son repetidores de consignas. Vargas Llosa no, él desarrolló una valoración personal, un punto de vista original.
Nuestros intelectuales se hacen eco todavía del patético y acomplejado discurso arielista, valiéndose incluso de argumentos racistas al referirse a “la superioridad de la cultura latina”, una entelequia ridícula vista la limitada producción de las universidades hispánicas comparada con las de habla inglesa.
De suerte pues, que el análisis político de habla hispana se limita al mundo de habla hispana. Vargas Llosa nunca padeció esos prejuicios patéticos. Tiene textos sobre la política norteamericana, europea, rusa, asiática y, desde luego, de América Latina. Paradójicamente, al leer a Vargas Llosa siempre recuerdo aquella cita famosa de Borges “felizmente no nos debemos a una sola tradición.
Podemos aspirar a todas.” Vargas Llosa no solo aspiraba a todas las tradiciones, sino que consiguió apropiárselas, y resulta particularmente notorio en su Piedra de toque.