Los países europeos una vez más quedaron exhibidos como irrelevantes. El sábado, mientras ellos negociaban la paz con Irán en Ginebra, Estados Unidos se sumaba a los ataques de Israel contra el régimen de los ayatolas. Hay que ver la actividad frenética del presidente Macron en Twitter el fin de semana. Lanzaba tuits al por mayor, como Trump en los peores momentos de su primera administración. “Hablé con…”, “acabo de comunicarme con…” y Macron enumera una lista de nombres intrascendentes para fingir que su país sirve de algo en medio de una crisis internacional. Pretende asumir un papel mediador que nadie le reconoce. Da la impresión que Monsieur Macron, como hombre inteligente que es, sabe que a nadie en el mundo le interesa ya su actividad o falta de ésta, pero se trata de un espectáculo para consumo interno de la población francesa. A los franceses les gusta creer que siguen teniendo importancia en el mundo, aunque toda la evidencia los desmienta. Solamente ellos y los intelectuales mexicanos creen que Francia tiene algo qué decir en medio de la crisis actual. Pero los votantes franceses le cobrarían muy caro a su presidente que asumiera la realidad, así que debe simular que su país sigue siendo una potencia capaz de incidir sobre el sistema internacional.
El presidente Trump consumó así la obra de George Bush hijo. Cuando éste último emprendió la invasión de Irak, ignoró olímpicamente a sus aliados europeos, dañando de esa manera la alianza atlántica. Si a eso se suman las tensiones por la insuficiente contribución económica de los países europeos a la OTAN, se hace evidente el disgusto de Estados Unidos con sus aliados de varias décadas. Disgusto y desprecio. Hace unas semanas, la imagen del primer ministro del Reino Unido levantando del suelo los papeles de Trump en la cumbre del G7, produjo por igual tristeza y asombro. Apenas el fin de semana, en estas mismas páginas, Jean Meyer explicaba cómo un potencial alza de los precios petroleros derivado del conflicto en Irán beneficiaría a Rusia dándole liquidez. Liquidez para su guerra en Ucrania se entiende. Guerra a la que Estados Unidos dedicará todavía menos recursos, en tanto concentrará su atención previsiblemente en un largo proceso de paz en Oriente Medio. En otras palabras, Europa se queda sola frente a la dictadura rusa en los próximos tres años. ¿Cómo impactará esto la sobrevivencia de la OTAN? Los signos del distanciamiento ya no son tan velados. El canciller Merz ha llamado a Alemania a “independizarse” de Estados Unidos. No es un demagogo demencial en una isla intrascendente como Grecia a la manera de los militantes de Syriza, ni un populista con delirios de grandeza como Pedro Sánchez, sino el gobernante de la economía más poderosa de la Unión Europea.
Es cierto, Europa no tiene capacidad alguna de influir sobre Estados Unidos, pero puede empezar a ignorarlos. Uno se pregunta qué pasaría si China ataca Taiwán, ¿de verdad los europeos a quienes Trump pisoteó acudirán en apoyo de Estados Unidos contra China? El mayor cliente de la industria alemana es China. ¿Qué pesará más en el siglo XXI, la afinidad cultural y supuestamente política, o el interés económico? Finalmente, la ONU, otro organismo donde alguna vez brillaron los diplomáticos europeos, y actualmente encabezado por un portugués, parece que está pintada. La voz del secretario general António Guterres hoy resulta inaudible. Suena como una abuela incapaz de mover las piernas para perseguir a los nietos que destruyen su casa. Úrsula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea y figura arrogante como pocas, también está desaparecida en un mar de irrelevancia. En un mundo con cada vez más incertidumbre y factores de riesgo, la intrascendencia europea es no solo triste, sino trágica y perjudicial para todo el planeta.
Analista. @avila_raudel