Promises to Keep, las memorias de Joe Biden, empiezan más o menos así “Aprendí de mi abuelo la lección más importante de la política.” No obstante, antes de referir esa lección, envuelve al lector con una descripción del recorrido que hacía en bicicleta desde su casa hasta el hogar de su abuelo. Es una enumeración literaria muy viva de las calles, tiendas, restaurantes, cafeterías, peluquerías, neverías, y el cine de su pueblo natal. Uno se siente transportado a las páginas de la novela Main Street de Sinclair Lewis. Es un recorrido típico de la cinematografía norteamericana: un pueblo luminoso, clasemediero, próspero y seguro, muy familiar, donde todos conocen y saludan al niño que puede andar tranquilo por la calle sin sus padres. Esa es la imagen idealizada de Estados Unidos que Joe Biden cargaría toda su vida, la que defendería y promovería en su larguísimo paso por la política.
Biden es uno de esos políticos clásicos que empezaron en el escalón más bajo de la política local y fueron escalando hasta la cima de la política nacional e internacional. En suma, el sueño americano. En el camino, aprendió todas las mañas y trucos del gremio. Es, lo que se dice, un político profesional, con oficio desarrollado en una carrera de más de cincuenta años. Biden relata con lujo de detalle su primera campaña, cuando aprendió a saludar y entretener a sus vecinos con chistes o anécdotas, para ganar una elección local al city council. Posteriormente llegó, muy joven, al senado norteamericano, donde se quedaría 36 años, para luego ser vicepresidente en la administración de Obama y, en 2020, presidente de su país. En el camino, Biden experimentó peripecias y conoció mentores fascinantes. Primero, superó su tartamudez (intentó hablar con piedras en la boca como Demóstenes y dice “sorpresa, no funciona”). Segundo, sobrellevó una viudez tempranísima al perder a su primera esposa y su hija en un accidente automovilístico. A fin de sobrellevar el duelo, Biden se concentró en su trabajo todo el día y por su dedicación, logró llamar la atención de grandísimos personajes del senado que se volverían sus mentores. Hubert Humphrey, el senador que había sido vicepresidente de Lyndon B. Johnson, le explica cómo funcionan en la realidad las comisiones legislativas. Robert Byrd, el legendario senador autodidacta que estudió derecho por correspondencia y se convertiría en decano del senado, así como su historiador principal, le enseña a Biden los vericuetos políticos de la selección del dirigente de bancada partidista y del presidente de la cámara. El senador Ted Kennedy instruye a Biden en su trato con los medios de comunicación y la convivencia con la alta sociedad de Washington. El senador Daniel Patrick Moynihan, el cultísimo tribuno y académico que aconsejó presidentes demócratas y republicanos, lo llama todos los días para preguntar cómo está su familia después del accidente y le demuestra la importancia de recordar el trato humano con los colegas y colaboradores. Finalmente, nada menos que W. Averel Harriman, ex secretario de comercio, ex gobernador del estado de Nueva York, embajador de Estados Unidos ante la Unión Soviética, traductor de Roosevelt en sus conversaciones con Stalin en Yalta, y uno de los arquitectos del Plan Marshall y el orden mundial de la posguerra, invita a cenar a Biden constantemente a su casa para enseñarle los secretos de la política exterior norteamericana. Y es que, recordemos, en Estados Unidos, el senado es corresponsable de la política exterior. Harriman incluso llevó a Biden a Yugoslavia para presentarlo con su amigo Tito, con quien platican sobre las diferencias entre la China de Mao y la URSS. Además, ya desde el senado, Biden fue uno de los primeros demócratas que creyeron que un gobernador desconocido de Georgia (Jimmy Carter) podía llegar a la presidencia de Estados Unidos y se sumó rápidamente a su campaña. Como telón de fondo permanente, la raíz irlandesa dicharachera y la fe católica de Biden.
En Estados Unidos, la palabra liberal tiene una connotación un poco diferente del resto del mundo. Es normal, ese país no se volvió el más poderoso de la Tierra siendo igual al resto de las naciones. En Estados Unidos pues, el liberal no es solo el promotor del laissez-faire, sino el político progresista que cree en la acción social del estado. Es un izquierdista, pero nunca marxista, que cree en el poder de la reforma para mejorar la calidad de vida de sus conciudadanos. La reforma siempre, nunca la revolución. El heredero de la tradición rooseveltiana del New Deal y la Great Society de Lyndon B. Johnson. El abogado de las luchas por la seguridad social, el combate a la pobreza, la educación pública de calidad y los derechos civiles de la minoría afroamericana. Biden nació todavía durante la presidencia de FDR y uno de sus primeros recuerdos era el de su abuelo explicándole por qué iba a votar por Truman. El joven Joe Biden estaba en la escuela cuando él y sus compañeros de clase vieron el mensaje televisivo de Kennedy advirtiéndole a la nación de la crisis de los misiles. Todos se preguntaban si los misiles soviéticos podían alcanzar a llegar hasta su pueblo y se ocultaron bajo los escritorios. El mismo Biden que vibró con el discurso de la nueva frontera de John F. Kennedy, y observó en la pantalla las movilizaciones de Martin Luther King Jr. Ese es el liberal clásico al estilo americano, el receptor de una historia progresista que no por ser un capitalista convencido, deja de creer en la reivindicación de las causas sociales. Biden, el ex vicepresidente retirado que en 2018, a raíz de la lectura del libro Cómo mueren las democracias de los politólogos Daniel Ziblatt y Steven Levitsky, se llenó de preocupación y decidió salir de su retiro para enfrentar y vencer a Donald Trump en la elección presidencial de 2020. El mismo Biden que, en aras de defender ese patrimonio liberal, renunció a la posibilidad de postularse a la reelección en 2024 para que su partido, el demócrata, tuviera una oportunidad de ser competitivo en los comicios de ese año. El mismo que la próxima semana entregará el poder con elegancia institucional, pero con la preocupación por lo que viene para su país y el mundo.
Y es que la historia nunca se detiene. Biden logró en cuatro años la aprobación de mayor número de iniciativas y más importantes que el gobierno de Obama en ocho. Resultado del oficio político y la capacidad de negociar con el poder legislativo. Se convirtió en el gobierno más verde de la historia, logró la cobertura médica más alta de la historia para la ciudadanía estadounidense, creó el mayor número de empleos en décadas y restauró el crecimiento económico de su país después de la pandemia. En el plano internacional, reunificó bajo su liderazgo a la OTAN para hacerle frente a Rusia en Ucrania. Pero no fue suficiente. Los electores de hoy no son los mismos de hace cincuenta años cuando empezó en la política. Él no es carismático, ni guapo ni frívolo. No tuitea estupideces ni sube fotos practicando algún deporte. Es un político profesional de otro tiempo, que recita poesía irlandesa clásica. Nada sexy para la era del populismo. Y es que Estados Unidos tampoco es el mismo. La próxima semana llegará a la vicepresidencia de Estados Unidos (el mismo cargo que ocupó Biden con Obama), un joven político cuya autobiografía Hillbilly Elegy también empieza con la descripción cinematográfica de un pueblo americano. Pero ese pueblo ya no se parece al de las memorias de Biden. Es un pueblo oscuro, que vive la miseria de la desindustrialización, el desempleo, con una epidemia de drogadicción y alcoholismo entre la población blanca (ya no digamos las minorías), delincuencia rampante, violaciones, violencia doméstica, deserción escolar masiva, asesinatos y negocios en quiebra por la pérdida del motor económico de los pueblos. Un pueblo de construcciones deterioradas, con infraestructura resquebrajada, como tantos en Estados Unidos. Un pueblo olvidado por el liberalismo cuyas calles ya no están pobladas por niños en bicicleta, sino por malvivientes armados. Esa imagen retrata el cambio de época y el cambio en la política. Esa imagen tan viva y presente para tantos es la que ha llevado al poder al populismo. Por cierto, la lección del abuelo de Biden era que él votaría por Truman debido a una razón “no me habla desde arriba en la superioridad del poder, como tanta gente de la elite. Él se pone a mi nivel y en vez de hablar o pronunciar grandes discursos, Truman me escucha. Esos son los políticos que valen la pena querido Joe. A esas campañas es a las que debes creerles.” A lo mejor, la clave para vencer la era populista está en ese consejo… lástima que la generación de las redes sociales no lea.