Conmovida y triste por la partida al viaje sin retorno, que a todos nos espera, Tolita Figueroa nos dejó el pasado domingo 26 de enero en el ocaso de ese día.

Es lamentable porque con su partida deja un vacío imposible de llenar para los escenarios y para los que tuvimos el privilegio de haber sido sus amigos, como yo: el sentimiento de que el destino nos privó de su presencia prematuramente, cuando Tolita había llegado a la maestría de un oficio especializado para el que se necesita una gran capacidad e inteligencia. La experiencia hace al maestro y en esto Tolita Figueroa llegó a la excelencia, naturalmente, junto al talento de su hermana María; en mancuerna desarrollaron cientos de vestuarios para el teatro, ópera y demás espectáculos de toda índole.

Había yo planeado para este tercer texto sobre las hermanas Figueroa narrar a ustedes lo que nos unió para poder vernos regularmente y disfrutar de la frivolidad de nuestras personalidades (que no bien corresponde a todos los artistas o aspirantes a serlo), que es el pecado de jugar póker. Creo que a Tolita le hubiera gustado que mejor contara yo lo bueno y divertido que la pasábamos en vez de lamentar el suceso de su viaje anticipado…

(06/02/2025) Foto: paulina Lavista
(06/02/2025) Foto: paulina Lavista

Mi afición por jugar póker me fue inculcada, aunque usted no lo crea, por don Ernesto de la Peña, Mario Lavista y una amiga de mi padre muy querida llamada Esperanza Diez hacia 1963-64. Resultó que reunidos los arriba mencionados para esperar a que mi padre llegara de una complicada grabación de música para empezar a oír, en su salón de música, un ciclo de óperas de Wanger, se retrasó y Ernesto sugirió que mientras tanto jugáramos póker. Fue tan divertido que cuando mi padre llegó, ya entrada la noche, lo mandamos a dormir y nos amanecimos jugando. A mi papá (Raúl Lavista ) y mi a esposo (Salvador Elizondo) les repateaba que jugara yo al póker, para ellos una banal y estúpida afición y sin embargo cometí reiteradamente el pecado.

En realidad no era así, el chiste era estar juntos un grupo divertido de no más de seis personas en la mesa de juego; eran momentos de reír a carcajadas por las puntadas de algunos y las pláticas entre los tiempos de barajar las cartas; chismes y chistes con un poco de adrenalina mientras apostábamos una cantidad de dinero, para empezar, no mayor de 500 pesos “per cápita”, pero considerable si desplumabas a los demás…

Hubo tantas circunstancias en las que nos reunimos a jugar, que me sería imposible contarlas a ustedes en este espacio tipográfico, pero todas fueron básicamente en torno a Mario Lavista como el patriarca indispensable y siempre con María y Tolita, Nicolás Echevarría y yo, más adelante se unió a este grupo el arquitecto Felipe Leal. Yo fungí siempre como “la banca”, por ser la más sensata dentro de la insensatez. Hubo reuniones muy simpáticas en casa de todos, pero sin lugar a dudas las mejores fueron en casa de las hermanas Figueroa, que siempre nos recibían con júbilo en el gran estudio que fue de don Gabriel Figueroa, su padre. Ellas preparaban una hermosa escenografía con flores y delicados manteles, una cena espectacular y ya entrada la madrugada nos servían un consomé de pollo delicioso que nos revivía para seguir disfrutando la reunión toda la noche.

¡Gracias Tolita!, fuiste única y te vamos a extrañar mucho…

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