Quedó mi narración en que Emilín Echevarría y yo, niños de la posguerra cerca de 1952-53, emocionados por descubrir en el garaje de mi casa un cúmulo de partituras y sus respectivos argumentos (en su forma de break-down) de las películas que mi padre musicalizó, escogimos El joven Juárez para dizque montar una obra de teatro. Es importante señalar que en nuestros juegos nunca intervenían los adultos, nos guiábamos solos. Emilín y yo, que éramos los mayores, escogimos al personaje de Benito Juárez seguramente porque nos era familiar, no así para los otros niños de la pandilla de cinco. Emilín y Toño Echevarría iban al Instituto México; Yvonne y Herman Notholt, al Colegio Alemán; Phillipe Bisson, al Liceo Francés; y yo, al Two United Nations School. En el Colegio Alemán no enseñaban Historia de México, mucho menos en el Liceo Francés, de manera que los otros no tenían ni la menor idea de quién era Benito Juárez.

Emilín fungiría como director y primer actor y yo como su novia, Margarita. Lo primero era encontrar un teatro, el garaje de mi casa era ideal sí habríamos de par en par las puertas de la cochera, ésta estaba llena de tiliches con los que podríamos hacer un escenario. Los pequeños querían intervenir en la producción, de manera que les asignamos papeles secundarios. Era fundamental solucionar el problema de las butacas y para esto eran indispensables Yvonne y Herman, que tenían dos largas bancas ad hoc para ser las butacas. La preparación y los ensayos duraron varios días, me imagino que era el tiempo de vacaciones de la escuela, por lo que teníamos mucho tiempo libre para jugar al teatro. Nos tomábamos muy en serio el juego. Hicimos boletos, costaría 20 centavos la entrada.

Publiqué en mi artículo anterior la única foto con Emilín y Toño; para esta ocasión me permito publicar una que tomó mi papá donde aparezco con Yvonne y Herman Notholt comiéndonos una concha, cerca de 1952. Foto: de Raúl Lavista
Publiqué en mi artículo anterior la única foto con Emilín y Toño; para esta ocasión me permito publicar una que tomó mi papá donde aparezco con Yvonne y Herman Notholt comiéndonos una concha, cerca de 1952. Foto: de Raúl Lavista

Mis padres me daban toda la libertad de jugar en casa, podía yo llevar a mis amiguitos a jugar, nunca me regañaban, Emilín y Toño, en cambio, tenían que jugar al teatro un poco a escondidas ya que sus padres eran muy estrictos, yo solamente una vez entré a su casa momentáneamente.

Lo interesante, para mí, es recordar a Emilín, de nueve años, sumergido en el personaje de Juárez, verdaderamente concentrado. Subimos al amplio baño de mi casa para prepararnos para la función, frente al espejo comenzó a peinarse como Benito Juárez; yo, para que se alisara el cabello, le acerqué la loción que usaba mi papá, una suerte de emulsión color rubí que tenía un nombre inolvidable: “Tricófero de Barry”. Mientras se maquillaba y relamía el pelo, Emilín recitaba su monólogo al tiempo que gesticulaba. “Ciudadanos, ¡¡DEBEN SABER QUE EL RESPETO AL DERECHO AJENO ES LA PAZ…!!”

Yo cantaría la canción que me enseñaron en mi escuela, que decía: “En San Pablo Guelatao, del Estado de Oaxaca, nació don Benito Juárez...”

Yvonne, rubia con el pelo chino y pecas, como era muy penosa para actuar pero necesaria por sus bancas, le asignamos el papel de sirvienta; se puso una pañuelo para tapar su pelo güero y saldría sacudiendo el escenario; Herman, que parecía un niño salido del tercer Reich, saldría con sombrero de charro gritando: “Yo soy puro mexicano”, y Phllipe saldría gritando: “Que viva México…” (continuará para descubrir al actor Emilio Echevarría).

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