Continúo el texto sobre la película Dos monjes, de 1934, cuya reciente proyección vi en la televisión con emoción, por ser esta la película que marca el inicio de mi padre como compositor de la música de acompañamiento o de fondo, ambiental o como se le quiera denominar, para el cine mexicano, el maestro Raúl Lavista, y con asombro por la calidad de la transmisión televisiva, a pesar de que la cinta se realizó hace 90 años, lo que me permitió revalorarla y disfrutarla. No soy de ninguna manera crítica de cine, por lo que me permito, en esta ocasión, publicar un fragmento de lo que escribió Salvador Elizondo, en su calidad de crítico de cine, en la revista Nuevo Cine núm. 1, en los 60, y otro fragmento sobre dicha película de Néstor Almendros tomados sendos textos de la Historia documental del cine mexicano, de Emilio García Riera:
Elizondo escribe sobre la película Dos Monjes:
“Esta película que bien puede considerarse, aun dentro de la ingenuidad de su trama y teniendo en cuenta la pobreza de medios con que fue realizada, como la película que más lejos ha ido en el campo de la forma cinematográfica de todas las que se han hecho en este país, tiene un interés muy especial ya que por medio de procedimientos estrictamente cinematográficos y de acuerdo a una concepción nutrida en las fuentes románticas que dieron origen al expresionismo alemán, así como las de la “avant- garde” francesa (esta película recuerda particularmente a la famosa Schatten), que planteaba el problema del relativismo de la crisis de conciencia. Desgraciadamente, como en tantos otros casos de menos significación, recurría en su desenlace a Dios y a la Muerte para salvar y sintetizar este conflicto, conflicto que para ser válido como expresión artística —recordemos Los hermanos Karamazov— no tiene sino planteamiento, nunca solución o síntesis”.
Almendros aporta en su artículo publicado sobre el cine mexicano (Revista Cuadernos, 1965):
“En Dos monjes, Bustillo Oro nos cuenta una historia dos veces (…) es un procedimiento que pondría de moda, con Rashomon, Kurosawa unos veinte años más tarde. Pero en la película de Bustillo Oro no sólo eran diferentes las historias sino que la escenografía estaba alterada ligeramente en cada caso, de acuerdo con la visión personal de los personajes: una de las constantes de la estética expresionista, el reloj de pared, en una historia torcido y en la otra derecho.”