Hace unos días recibimos en México a Dava Newman, una de las grandes referentes mundiales en exploración espacial, directora del MIT Media Lab y exadministradora adjunta de la NASA. Tuve la oportunidad de conversar con ella durante el North Capital Forum y, más tarde, en un diálogo con estudiantes del Tecnológico de Monterrey, como parte de la colaboración histórica entre el Tec y el MIT. Después de escucharla, quedé convencida de que todo país y toda universidad deberían contar con una agenda estratégica espacial.
Cuando pensamos en la exploración del espacio solemos imaginarla como una actividad exclusiva de las potencias desarrolladas, por los montos de inversión que requiere, o creemos que primero debemos resolver los problemas de nuestro planeta antes de mirar más allá de él. Pero no es una cosa o la otra. De hecho, la Tierra y el espacio están profundamente interconectados. Hoy, la mayor parte de la información que utilizamos para entender el cambio climático, prever huracanes o diseñar políticas ambientales proviene de satélites. El espacio es esencial para cuidar la Tierra.
Además, los beneficios potenciales de la investigación espacial son enormes: análisis de datos, desarrollo de nuevos materiales, descubrimiento de bacterias con aplicaciones médicas, y avances en energía y comunicaciones. La exploración espacial no se trata de sustituir la vida en la Tierra, sino de complementarla y potenciarla.
Pensar en el espacio también significa imaginar un futuro mejor, uno en el que se necesiten arquitectos, ingenieros, físicos, médicos, diseñadores, economistas y humanistas para construir sociedades resilientes en condiciones extremas. La exploración espacial es una gran metáfora de la cooperación humana: para fortalecer una vida intraplanetaria, se requiere el talento de todos.
Estamos en un punto de inflexión histórico. Mientras la inteligencia artificial redefine el trabajo y la productividad, la economía espacial crece a un ritmo superior al 9 % anual. Los próximos años verán una expansión acelerada de industrias vinculadas con el espacio: desde el turismo orbital hasta la minería de asteroides y la fabricación en microgravedad.
México tiene capacidades únicas para sumarse. Nuestra ubicación geográfica cercana al ecuador, el talento científico y la fortaleza manufacturera pueden convertirnos en un actor relevante dentro de la cadena global de valor del sector espacial.
Ha llegado el momento de mirar al cielo con una visión estratégica. Necesitamos una política espacial nacional que combine la visión pública, privada y académica, e impulse la formación de talento, la investigación aplicada y la colaboración internacional.
El futuro del trabajo no depende solo de adaptarnos a la automatización, sino de construir los empleos del mañana. El espacio, esa última frontera, representa una oportunidad para México, especialmente para las y los jóvenes que hoy imaginan su lugar en las ciencias, la tecnología, la economía y, sobre todo, en lo humano.

