Le quedan unos meses a esta administración y hay que meter el acelerador para estrenar las obras emblemáticas del presidente López Obrador. El viernes pasado estuvo de gira en la península de Yucatán y habló sobre el Tren Maya. Dijo que hasta después de la elección podrán inaugurarse los tramos restantes debido a la veda electoral. Esos que, desde el inicio del proyecto, han sido los más polémicos. Entre amparos y atrasos, cuatro veces se ha cambiado el trazo. Finalmente se optó por un viaducto elevado de mas de cuarenta kilómetros.

Buzos y ambientalistas aseguran que se trata de un terreno con más de cien cuevas y cenotes, cuya devastación afecta el hábitat de animales y plantas; arqueólogos y paleontólogos reclaman la destrucción de importantes vestigios; biólogos advierten enfáticos que esto contaminará el acuífero que abastece de agua a Quintana Roo; expertos destacan que se trata de un terreno poroso y frágil, en el que podría haber riesgos de derrumbes.

En contraste, el gobierno federal asegura que el tren “representa un proyecto para la justicia social y ambiental en el sureste de nuestro país de la mano de las comunidades”?. En su defensa, argumenta que en administraciones anteriores “se autorizaron megaproyectos y obras de infraestructura que dañaron severamente al medio ambiente, se omitió atender el creciente problema de la deforestación y tala ilegal, se dieron permisos para la explotación minera, se potenció y fomentó el uso de agroquímicos como el glifosato y se permitió el crecimiento indiscriminado de granjas porcícolas”?.

“Ecocidas”, gritan unos; “pseudoambientalistas”, les responden los otros. Pareciera que ya no es posible escuchar a quien discrepa, sin insultarlo antes de que termine siquiera de argumentar.

Incluso aquellos que no tienen intención de confrontarse, quedan atrapados entre la estridencia y la polarización. Paseantes que decidieron usar el tren en el tramo que ya funciona, fueron acusados de ser paleros y hasta cómplices del gobierno. Esos mismos, luego de quedar algunas horas varados por fallas en el funcionamiento, fueron atacados por contar lo sucedido en sus redes sociales. Lo menos que les dijeron fue manipuladores.

Pasaron de ser partidarios a ser detractores en tan solo unas horas. Además de la incomodidad causada por el incidente, les tocó lidiar con la violencia abusiva del mundo digital. Pareciera que ya no hay espacio para aquel que huye del conflicto. Lo llaman tibio o apático, cuando simplemente se hartó de vivir peleando.

La polarización primero lastima, pero luego de un tiempo agota. Urge una nueva narrativa que convoque a la unión a pesar de las diferencias. Urge un impulso a enfrentar juntos, sin filias ni fobias, los retos del porvenir.

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