¿Se requiere un nuevo modelo educativo para la educación superior en México? Sin duda hay muchas razones para sostener que no sólo se requiere, sino que es urgente. Las instituciones de educación superior enfrentan desafíos significativos en la actualidad, como la necesidad de preparar a los estudiantes para un mercado laboral en constante evolución, la creciente demanda de educación en línea o la necesidad de abordar los desafíos sociales y ambientales globales. Por si fuera poco, las universidades deben enfrentar el desafío de habilidades y competencias que representan las nuevas generaciones, impactadas por el contexto tecnológico en el que han venido creciendo. Cada vez es más frecuente observar en alumnos y alumnas de nuevo ingreso dificultades de comprensión lectora y de pensamiento crítico, que utilizan un vocabulario muy básico, que desconocen hechos históricos y datos geográficos básicos. Un bajo rendimiento que va en paralelo al uso de las tecnologías, que les hace creer que son multifuncionales, cuando en realidad tardan más en trabajar y lo hacen con graves problemas para entender lo que leen. Aunque les llega mucha información desde la tecnología, no la saben procesar, filtrar ni evaluar. No saben asumir el fracaso, lo que les lleva a bloquearse y desmotivarse. Muchos sólo saben leer de manera fragmentada, sin contextualizar. Le piden todo a la Inteligencia Artificial (IA), lo que les lleva a pensar que no tiene sentido ir a clase, y si van se desconectan mentalmente con facilidad. Prefieren las imágenes o los esquemas muy visuales. Muestran interés por la justicia social, el medio ambiente, el cambio climático, la identidad de género y el bienestar físico y emocional, pero no trasladan esa inquietud al activismo. ¿Pueden las universidades enfrentar el desafío que representan las nuevas generaciones con el modelo educativo vigente?
Implementar un nuevo modelo educativo puede ayudar a las instituciones de educación superior a abordar estos desafíos y a preparar a los estudiantes para los nuevos tiempos. Un nuevo modelo educativo podría ofrecer aprendizaje personalizado y flexible, lo que permitiría a los estudiantes aprender a su propio ritmo y de acuerdo con sus necesidades; podría ayudar a capitalizar de mejor manera las tecnologías emergentes, como la realidad virtual y la inteligencia artificial; podría ayudar a preparar a los estudiantes para abordar desafíos ambientales y para ser ciudadanos globales responsables; podría ayudar a mejorar la accesibilidad y la inclusión en la educación superior; podría fomentar la innovación y la emprendeduría; y podría ayudar a desarrollar habilidades para el siglo XXI, como el pensamiento crítico, la creatividad y la resolución de problemas complejos. Mucho de ello se encuentra ya contemplado en los ejes de la Nueva Escuela Mexicana (NEM), el programa educativo lanzado por el gobierno federal en 2020, con el objetivo de transformar el sistema educativo nacional. La NEM tiene justamente como componentes básicos la “Educación integral” (incluye la enseñanza de habilidades blandas, pensamiento crítico y resolución de problemas), el “aprendizaje basado en problemas” (la resolución de problemas reales y complejos para desarrollar habilidades y competencias), el “uso de tecnologías” (la educación en línea y la utilización de recursos digitales) y, la “inclusión y equidad” (acceso a una educación de calidad, independientemente de su origen o condición social).
La NEM ha sido implementada en la educación básica, pero persiste el reto de hacerlo en la educación superior. Las universidades deben generar estrategias para implementarlo en el corto y mediano plazo. Deben generar planes para ir paulatinamente integrándola a sus programas. Deben trabajar en estrecha colaboración con el gobierno y otros actores para garantizar el éxito de la implemetación de este nuevo modelo educativo, el cual dependerá de una gran variedad de factores. Uno de los principales retos será saber adaptar la NEM a las necesidades y características de cada institución universitaria. El contexto hace la diferencia, y eso no debe perderse de vista al momento de impulsar un nuevo modelo educativo. Por ejemplo, la interculturalidad es un eje cuya relevancia debe ser mayor en contextos de alta diversidad étnica y lingüística. Otro desafío será el proceso de aceptación del nuevo modelo por parte de la comunidad universitaria. No será fácil. Siempre hay resistencia al cambio y suelen establecerse mecanismos para no abandonar las zonas de confort. Para ello mucho ayudará ejercer liderazgos responsables; que motiven al resto a participar, que consideren a los colaboradores en la toma de decisiones y en el proceso de implementación. También la comunicación jugará un papel fundamental; comunicar bien permitirá establecer relaciones de confianza entre los líderes del proyecto y los demás colaboradores. La comunicación debe ser permanente y sistemática, debe servir para informar a detalle sobre las características, los procesos y las ventajas del nuevo modelo, y debe incluir un mecanismo de retroalimentación para corregir las desviaciones en el proceso. Por supuesto, también será importante la capacitación de todos los participantes en las áreas que les compete. Finalmente, se requerirá de mucha voluntad y arrojo, pues implementar un nuevo modelo educativo implicará salir de la zona de confort, sacudir el statu quo con los riesgos que ello conlleva. Esto sólo será posible si se antepone valor, responsabilidad y respeto al juicio de la historia.
Doctor en Teoría Política. Rector de la Universidad Autónoma de Chiapas.