La educación superior está experimentando una transformación radical en todo el mundo gracias a las tecnologías emergentes. Estas innovaciones la están impactando vertiginosamente de diversas maneras, desde la presencia de aulas virtuales globales, aprendizaje personalizado, hasta experiencias prácticas inmersivas. Inteligencia artificial, blockchain y realidad virtual están revolucionando la forma en que se enseña y se aprende en las universidades. Están mejorando significativamente la calidad de la educación, haciéndola más accesible, interactiva y efectiva. Están facilitando enfoques innovadores de enseñanza, aprendizaje e investigación. Las universidades ya no tienen opción, deben necesariamente adecuarse a la nueva realidad tecnológica y estar a la vanguardia para mantener su relevancia y competitividad. Deben aprobar cambios, generar políticas e invertir los presupuestos que sean necesarios para dotar a sus estudiantes de habilidades y competencias para prosperar en este nuevo entorno cada vez más digital y automatizado. ¿Están todas preparadas para este desafío? ¿Cuentan con un plan, visión y presupuesto para lograrlo? ¿Se cuenta con una política pública para ello o cada una avanzará según sus posibilidades y prioridades ampliando la brecha de calidad entre unas y otras?
No es un tema menor. El impacto y los beneficios de las nuevas tecnologías en la educación superior son de gran calado. Como se demostró durante la pandemia causada por el COVID-19, el uso de herramientas tecnológicas en la educación superior mejora el alcance y la calidad de la oferta educativa. Permite ampliarla y diversificarla, como las opciones no escolarizadas, mixtas y duales. Permite romper barreras geográficas y acceder a recursos educativos de alta calidad desde cualquier lugar del mundo (aprendizaje sin fronteras). Permite adaptar el material de los cursos según el ritmo y estilo de aprendizaje de cada estudiante, lo que hace que el aprendizaje sea más personal. Asimismo, la realidad virtual y simulaciones facilitan pasar de la teoría a la práctica. Generan la oportunidad de ser parte de experiencias prácticas y envolventes, permitiendo aplicar lo aprendido en un entorno seguro y controlado. Y finalmente, facilitan la toma de decisiones basadas en datos (big data), al permitir identificar patrones, predecir resultados y ofrecer apoyo donde más se necesita.
Pero si bien las posibilidades son emocionantes, también existen desafíos. Las universidades necesitan invertir en infraestructura y recursos tecnológicos para apoyar la educación digital y la investigación: aulas, laboratorios, talleres, sala de seminarios, entre otros. Invertir en más capacitación y apoyo para el personal docente, para que puedan integrar efectivamente la tecnología en sus prácticas educativas y desarrollar habilidades digitales de manera más eficaz. Invertir para asegurarse de que la tecnología sea accesible y equitativa para todos los estudiantes, independientemente de su origen socioeconómico o ubicación geográfica, lo cual pasa por garantizar el acceso a un equipo cómputo y conectividad. Atender las preocupaciones éticas, como la privacidad de los datos, o el uso transparente, responsable y seguro de las innovaciones tecnológicas. Atender también desafíos pedagógicos, pues las nuevas tecnologías permiten al alumnado acceder a una vasta cantidad de información en línea, lo cual fomenta la curiosidad y el aprendizaje autodirigido, pero también genera falta de pensamiento crítico (la costumbre de pedirle todo al ChatGPT) y egoísmo (la sensación de que lo pueden saber todo desde un teléfono inteligente, sin necesidad del maestro).
Ante la magnitud del desafío, toda universidad debería contar ya con un plan para adaptarse a la nueva realidad tecnológica. Un plan que les permita estar preparadas para un presente y un futuro que está siendo redefinido por la innovación tecnológica. Un plan estratégico que establezca con claridad lo que tienen que hacer y cómo hacerlo para la debida integración de la tecnología en la educación y la investigación. Las universidades que no cuenten con ello, correrán el riesgo de perder relevancia y competitividad en un entorno globalizado y en constante evolución. Dejarán de ser atractivas, porque no estarán en condiciones de ofrecer a los estudiantes las habilidades y competencias necesarias para prosperar en un entorno digital. Podrían volverse obsoletas y perder relevancia, influencia y liderazgo en la sociedad. Sería trágico, pues hoy más que nunca el desarrollo del país depende de que las universidades hagan valer su rol como instituciones clave en la transformación social. México necesita que las universidades fomenten la innovación y el progreso tecnológico, y ninguna debería quedarse al margen de esta revolución.
Presidente de la Asociación Mexicana de Educación Continua y a Distancia