"El fin del mundo común. Hannah Arendt y la posverdad" (Taurus, 2025), es el libro que recién ha publicado la española Mariam Martínez-Bascuñán, una estrella emergente en el ámbito de la teoría política contemporánea. Discípula de Rafael del Águila -uno de los intelectuales españoles más importantes de fines del siglo XX, y de Iris Marion Young, la filósofa más importante de la teoría política del feminismo, Martínez-Bascuñán goza de un sólido bagaje conceptual y doctrinal. Fue directora de la barra editorial del periódico El País, en donde publica semanalmente su columna de análisis político y, con su última obra, asumió la desafiante tarea de ayudarnos a comprender “porqué ya no conseguimos ponernos de acuerdo sobre los hechos más básicos de la realidad”. Tomando como referencia los postulados y conceptos del análisis de lo político y de la condición humana de Hannah Arendt, la autora explora cómo la posverdad no es sólo un problema de noticias falsas, sino que al imponer ”hechos alternativos” en el debate público se traduce en la ruptura del mundo que compartimos. A su juicio, cuando los “hechos alternativos” arrasan la verdad, lo que se derrumba no sólo es la política, sino el suelo mismo de la ciudadanía y la democracia. En el texto nos recuerda que el término se popularizó cuando una asesora de Donald Trump intentó defender que su secretario de prensa haya afirmado que la ceremonia de toma de protesta de Trump había congregado a la mayor audiencia de la historia, a pesar de que habían múltiples evidencias de que eso era falso. Para defender lo indefendible, afirmó que se trataba de “hechos alternativos”. Para Martínez-Bascuñán, en ese momento se acabó una era de la política y empezó otra.

Tras el escándalo “watergate”, Arendt publicó su ensayo “Verdad y Política”, donde advertía de los riesgos del abuso de las mentiras en el terreno político. Pero lo de hoy es diferente. Va mas allá de falsear información. La aparición de “hechos alternativos” no eliminan la verdad, pero sí destruyen el mundo común que permite la deliberación democrática. Sin una imagen compartida del mundo, se hace inviable un debate acerca de las cuestiones que nos preocupan. Sin un acuerdo sobre los hechos, la realidad compartida, necesaria para que la acción política y el diálogo sean posibles, se destruye. El objetivo de apelar a “hechos alternativos”, no es simplemente que la mentira se acepte como verdad, sino la destrucción del "sentido humano de orientación" en el ámbito de lo real, anular la capacidad de distinguir entre verdad y falsedad. Si tu verdad es diferente de la mía en aspectos fácticos básicos (por ejemplo, el tamaño de una multitud o el resultado de una elección), no tenemos una base común para discutir soluciones a los problemas reales, afirma Martínez-Bascuñán. Concluye que la negación de hechos favorece la formación de "burbujas informativas" y "cámaras de eco", donde las personas solo interactúan con información que confirma sus creencias preexistentes, lo cual conduce a un tribalismo político en el que la confianza se deposita solo en el líder y el grupo, y el "otro" es visto como alguien que vive en una "realidad falsa" o, peor aún, que miente deliberadamente.

Martínez-Bascuñán sugiere enfrentar este desafío a través de un enfoque multifacético que fortalezca tanto las capacidades institucionales como individuales. Éstas últimas, constituyen todo un reto pedagógico y educativo. Implica educar a los ciudadanos (desde jóvenes) para que piensen críticamente sobre la información, identifiquen fuentes confiables, y reconozcan las tácticas de desinformación y manipulación emocional. Formar una ciudadanía siempre alerta al peligro de la posverdad, y dispuesta a contraponer las noticias falsas con la revisión de hechos reales. Principalmente, el reto está en la educación superior. Las universidades deben adecuar sus modelos educativos para promover el pensamiento crítico, porque el antídoto más poderoso contra la imposición de “hechos alternativos” es la capacidad de juicio y análisis riguroso de las personas. Las universidades deben reforzar las humanidades (filosofía, historia, sociología) para fomentar la reflexión profunda sobre la sociedad, la verdad, el poder y el impacto de los discursos. Frente a un mundo que valora más la emoción que la evidencia, las universidades deben formar ciudadanos con la disciplina mental necesaria para construir su propia opinión sobre bases sólidas, promoviendo así la confianza en el conocimiento y en el diálogo. Mantener el mundo común necesita la acción de las instituciones de educación superior, les requiere orientar sus tareas de docencia, investigación y vinculación al objetivo de crear un mundo más informado y crítico.

Comentarios