Por Lillian Briseño
Cuando se inventó la máquina de vapor en el mundo y ésta empezó a sustituir a los trabajadores en las fábricas, muchos alzaron la voz sobre la amenaza que esto significaría para los obreros: despidos, desempleo y pobreza.
Sin embargo, y a pesar de toda la oposición que pudo —y puede— haber hacia la industrialización, a partir de la Revolución Industrial el desarrollo tecnológico ha ido en aumento en una carrera que parece no tener fin. Desde entonces, la humanidad ha sido generosa en la creación y desarrollo de miles de inventos que han modificado y facilitado, en mucho, la vida cotidiana: teléfono, cine, autos, internet, inteligencia artificial…
Como en todas las historias, algunos de estos inventos fueron recibidos con beneplácito mientras que otros generaron rechazo y, sobre todo, muchos temores. En el ámbito laboral, por ejemplo, los motores sustituyeron a los hombres y mujeres en sus empleos o los enajenaron para siempre como lo caricaturizó Charles Chaplin en su película Tiempos Modernos ¿Quién querría ser sustituido por una máquina?
Y así como las primeras máquinas amenazaron el trabajo de los obreros, otras se convirtieron en un motivo de temor constante, no solo porque desplazaban la fuerza humana, sino porque, se creía, podrían afectar la salud o incluso matar a las personas. Ese fue el caso de la electricidad, que a la par que proveía luz, energía y seguridad, llevaba consigo peligros en potencia: quemaduras, calcinamientos, incendios, mutilaciones.
En fin, que, así como podemos hablar de las bondades de la tecnología, su desarrollo ha implicado desde siempre una resistencia hacia las posibles amenazas que conlleva. Para no ir más lejos, estoy segura de que todas hemos escuchado de los peligros del uso del horno de microondas, de los teléfonos celulares y ni hablar de lo que nos ocasionará ahora la inteligencia artificial.
Traigo esto a colación por la realización de las olimpiadas de robots que ha organizado China este mes, llamadas World Humanoid Robot Games, en la que cerca de 500 robots de 16 países compitieron en diversas disciplinas deportivas —como futbol, carreras o luchas— y pienso si es que, por fin, se cumplirán todos los temores acumulados durante siglos, en el sentido de que la tecnología nos desplazará, ahora sí, de nuestras ocupaciones y hasta divertimentos.
Lo dudo. Quizá peco de optimista, pero cuando veo que nos movemos en aviones, coches o metro; que llevamos con nosotras de manera cotidiana un reloj en la muñeca del brazo; que hacemos ejercicio con unos tenis súper dinámicos, o cuando escribo estas notas en una computadora, pero antes pude hacerlo en una máquina de escribir o incluso con una pluma, recuerdo que éstos y otros miles de artilugios son, también, resultado del desarrollo tecnológico con el cual hemos convivido desde hace siglos, y que ahora utilizamos sin temor alguno. Es más, sin ellos, muchos de nosotros casi no podríamos ya vivir.
Llegará el momento en que las competencias de los humanoides robots en unas olimpiadas nos hagan emocionarnos hasta las lágrimas, tal vez. Tanto, quizá, como muchos se emocionan hoy con las carreras de la Fórmula 1, en la que coches que concentran toda la tecnología automovilística posible generan tanta o más expectación que muchas otras actividades meramente humanas.
En todo caso, no vale la pena, creo, pelearse contra lo que la historia ha demostrado ha sido una constante: el avance de la tecnología en nuestras vidas. Si no puedes contra ellos, úneteles.
¡Bienvenidas, pues, las olimpiadas de robots! ¿O no?